El contexto social, económico, pero sobre todo el político de Argentina fue el caldo de cultivo de un género que los jóvenes de mediados de los 60’ decidieron abrazar. Entre dictaduras, en clima de persecución por usar el pelo largo y escuchar ‘música de afuera’ que ‘atentaba contra los valores cristianos’ que identificaban al país desde la Constitución, grupos de jóvenes de actitud y cabellera rebeldes, dieron vida al movimiento del rock argentino. Ya sea abajo como arriba de las tablas, músicos y público se mezclaban en una insipiente ensalada contracultural en respuesta a la falta de libertad. Porque si hay que decidir cuál fue el escenario que propició la génesis de estas nuevas sonoridades, con claridad hay que afirmar que fue la búsqueda de la libertad de jóvenes que se proponían cambiar el mundo, pero en su propia tierra los estaban queriendo encasillar, y para colmo de males, cada tanto los llevaban presos y les cortaban el pelo en alguna comisaria.

Las primeras melodías y armonías de lucha, de búsqueda de esa libertad que este grupo de disconformes jóvenes escucharon, adoptaron y cantaron hasta el cansancio fue La Balsa. Este tema, fue línea fundadora del rock vernáculo. Justamente una canción que habla de construir una balsa e irse a naufragar, metáfora de anillo al dedo en un país donde el presidente de facto era Juan Carlos Onganía, la persecución a la juventud hostigante.

La canción que fue compuesta por José Alberto Iglesias, popularmente conocido como Tanguito y Litto Nebbia en los tiempos de la mítica Cueva, fue la voz del naciente de este movimiento contracultural todavía amorfo. En el baño de hombres del Bar La Perla, según algunos protagonistas, estos dos bohemios de largas madrugadas dieron vida a los primeros versos. Luego, Los Gatos la grabaron y popularizaron en 1967, y aunque hay una versión más casera, íntima y desprolija de Ramses VIII (Tanguito), esta fue la que explotó, la que se convirtió en punto de partida de popularidad para aquel grupo de jóvenes que se juntaban a hacer la resistencia.

Pegadita a los inolvidables versos de La Balsa, le siguió los pasos la primera fábula del naciente rock argentino. El Oso, que se presentó al mundo en 1970 desde el disco Treinta minutos de vida. Moris confesó años más tarde que luego de intentar componer una canción para infantil por encargo, le dio vida al tema de un tirón, la terminó, la cantó y se puso a llorar. Es que la sensibilidad de aquella generación de jóvenes provocaba que, en una aparente canción para niños, hubiera un grito desesperado de búsqueda de la libertad, donde la historia nos presentaba a un oso que fue capturado para ser parte de un circo, pero años más tarde, aprovechó un descuido y se escapó. Y aunque viejo él, se sentía contento por volver al bosque. Todavía estaba vigente la autodenominada ‘Revolución Argentina’, con Onganía aun teniendo la banda presidencial.

La crudeza y justeza con que Pappo componía era brutal y a la vez exquisita. Brutal porque nunca en sus canciones faltó rock, y lo de la exquisitez viene por la dicción que tenía don Norberto Anibal para cantar sus canciones, como también por la elección de las palabras. Letras casi nulas de poesía, pero directas. Justamente ‘El Carpo’ dio a luz en 1971 a una canción que tuvo mucho de zapada y delirio en el final, pero que desde el comienzo hasta el punto máximo del tema se pregunta ¿a dónde está la libertad?

En el transcurrir de las líneas, Pappo es descriptivo, y aunque quizás los hechos no le hayan sucedido nunca, son totalmente creíbles, por la escalada de violencia que el gobierno de facto de Roberto Levingston estaba propiciando. El otro día me quisieron matar/ con ametralladoras papapapa canta el joven hombre desde el disco Volumen 1, denunciando la falta de libertad que sufrían, pero a la vez esa resistencia desde la apuesta por la belleza.

La contribución García a la búsqueda de la libertad de estas generaciones de rockeros está presente en varias de las composiciones del gran músico del bigote bicolor. No obstante, en donde se evidencia a flor de piel es en Inconsciente Colectivo. Este tema, que Charly venía tocando desde épocas de Serú, lo grabó y registró recién en 1982 en el disco Yendo de la cama al living, su primera obra maestra en calidad solista.

Cuando la Guerra de Malvinas era un reciente y triste episodio del pasado, y se comenzaba a generar el epílogo de la más sangrienta dictadura cívico militar que sufrió Argentina, Charly le cantaba al país dándole esperanza: Mama la libertad/ siempre la llevarás/ dentro del corazón/te pueden corromper/te puedes olvidar/ pero ella siempre está. Melodías y armonías (quizás a los jóvenes actuales estas dos palabras les resultan ajenas) que calaron hondo en el corazón de la primera camada de jóvenes que dejó su pelo a la fuerza en manos de ‘un coiffeur seccional’, pero que también había caído preso en más de una oportunidad, solo por estar disfrutando de una banda que le gustaba o tocando la música que le gustaba.

Entre el fin de la dictadura autodenominada ‘Revolución Argentina’ y la presidencia de Héctor J. Cámpora, sale a la luz el primer disco de León Gieco. En ese 1973, la primera de las composiciones que se escuchó fue ‘En El país de la Libertad’. En medio del creciente clima de extrema violencia que se vivía en las calles de Buenos Aires y otras provincias, el santafesino, con influencias en la música y la prosa de Bob Dylan, pedía a gritos vivir en una Nación en la cual el pueblo pudiera vivir con Justicia, pero también con libertad. Aquella libertad que era cercenada por los constantes gobiernos militares.