Este 20 de febrero la Iglesia Católica recuerda a Francisco Marto y Jacinta Marto, ambos reconocidos y beatificados por ser los pastores que tuvieron las visiones de la Vírgen María en la gruta de Fátima. Si bien, muchos conocen la historia de la aparición, pocos saben cuál fue el antes y el después en sus vidas.

En este caso, es importante saber que los pastorcitos no son beatificados por haber visto a la Santísima Virgen, ellos son beatificados por haber vivido de forma el cristianismo, por haber respondido de forma a la misión que le fue dada en la visión.

Ninguno de los dos "recibió en vano la gracia de Dios, todo lo contrario, movidos por el encuentro con la Virgen", señala Sor Lucía, la tercer pastorcita, en sus Memorias: "Estábamos ardiendo en aquella luz que es Dios y no nos quemábamos" ¡¡¡Cómo es Dios!!!", se lanzaron a buscar, por todos los medios que estaban a su alcance, el cómo responder activamente al llamado y petición de la Santísima Virgen para consolar y reparar a Dios que estaba profundamente ofendido por los pecados de los hombres, y como salvar las almas de los pobres pecadores que irremediablemente caían en el infierno porque no había nadie que orara y se sacrificara por ellos".

La vida de santidad que Francisco y Jacinta vivieron desde el momento de las apariciones hasta el final de sus vidas, tuvo como base la vida familiar. Ellos eran niños comunes y corrientes, con virtudes naturales y también con imperfecciones, sin embargo la educación que le brindaron sus padres fue el fundamento y base para que llegase a dar los frutos que dio en sus vidas.

Muchos santos que ya han sido canonizados, nacieron y crecieron en el seno de una familia santa, por ejemplo Santa Teresita del Niño Jesús. Quizás los padres de Francisco y Jacinta nunca lleguen a ser canonizados pero, la obra que hicieron en la educación de sus hijos nos hace ver la clase de almas que tenían.

No cabe la menor duda que en el hogar de Francisco y Jacinta se respiraba un ambiente enteramente cristiano fundamentado en una sólida honestidad. Era una familia que vivía en una aldea; familia de pastores, muy creyente.

LA VIDA DE LA PASTORA JACINTA

Jacinta ya tenía 7 años y Francisco tenía casi 9 años. En este día, las vidas de estos dos niños fueron marcadas para siempre.

En este día los niños contemplan a la Santísima Virgen por primera vez y después que Ella les dice que viene del Cielo, les promete a ellos, ante la pregunta de Lucía, que también irán al Cielo y les comunica la petición que cambiará sus vidas para siempre:

-"¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que él quiera enviaros, en acto de reparación por los pecados con que él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?

Su respuesta fue: "Sí, queremos".

En estas pocas palabras, con este breve diálogo, los niños dieron la respuesta que cambiaría el resto de sus vidas.

Es precisamente en esta petición de la Virgen que se encuentran los elementos fundamentales que marcaron y formaron la espiritualidad de los niños. Los demás encuentros con la Virgen lo que hacen es desarrollar y caracterizar estos pedidos.

Jacinta antes de las apariciones de la Virgen era fácil de poder contemplar. La transformación que iba en aumento después de cada aparición y que llegó a su punto culminante en la última parte de su vida.

Sor Lucía dijo una vez que: "pensaba que Jacinta fue la que recibió de Nuestra Señora una mayor abundancia de gracia, y un mejor conocimiento de Dios y de la virtud."

Fuentes señalana que muchos sentían reverencia en su presencia y esto denota la profundidad y el carácter que se desarrolló en ella después de las apariciones. Todo ese capricho y susceptibilidad desapareció, toda esa energía la volcó en orar y sacrificarse por los pecadores, por su conversión.

A la pregunta:"¿Cómo es que Jacinta, tan pequeña como era, se dejó poseer por ese espíritu de mortificación y penitencia y lo comprendió tan perfectamente?"

Sor Lucía respondió: "Pienso que la razón es lo siguiente: primero que Dios quiso derramar en ella una gracia especial, a través del Inmaculado Corazón de María y, segundo, fue porque ella vio el infierno, y vio la ruina de las almas que caen en él".

De todo el mensaje de Fátima el elemento que más impresionó a Jacinta fue la visión de las consecuencias del pecado, en la ofensa a Dios y en los castigos de los condenados del infierno.

A partir de esta visión del infierno Jacinta se manifestó la más preocupada con la suerte de las almas condenadas al infierno, procurando hacer todos los sacrificios posibles para evitar que otras almas cayesen en el abismo de la condenación.

Aún después de estar enferma, que eventualmente terminó en su muerte, ella se bajaba de la cama, se postraba con la cabeza hacia el suelo y oraba como el Ángel les había enseñado por la gloria de Dios, a Jesús en los Tabernáculos del mundo, en reparación por las ofensas, sacrilegios e indiferencia por los que Dios era ofendido y para rogar por la conversión de los pobres pecadores. Finalmente un sacerdote tuvo que decirle que podía hacer la oración en la cama, ya que muchas veces ella se caía cuando se postraba en el piso por la debilidad.

Por los pecadores aceptó la enfermedad, los alimentos y las medicinas que en esas circunstancias más le repugnaban.

Ella ofreció el sacrificio de ser separada de sus familiares y compañeros e ir al hospital, lejos de su casa y finalmente el sacrificio de morir sola, como le había dicho la Santísima Virgen.

EL CASO DEL PASTOR FRANCISCO

La espiritualidad de Francisco Marto es completamente diferente a la de su hermana Jacinta y pudiese ser un poco más difícil de analizar que la de ella. Y hay una buena razón para esto, el mensaje de Jacinta de amar, orar y sacrificarse para salvar las almas de ir al infierno. Se presenta con gran claridad y fuerza. La espiritualidad de Francisco es especialmente de contemplación.

En el momento de las apariciones contaba con 9 años, era dos años mayor que Jacinta y un año más joven que Lucía.

Dentro del grupo de los tres aparece siempre de último, a pesar de ser niño, quizás por su temperamento retraído y tímido. Tenía un carácter dócil y abrazó en su corazón todo lo que sus padres les enseñaron. Fue en su hogar donde comenzó a conocer a Dios, a orar y participar de las funciones en la Parroquia; a ayudar a los vecinos que se encontrasen en necesidad, a ser sincero, obediente y diligente.

Con regularidad asistía a las clases de catecismo que se daban en la Parroquia o las que daba su tía María Rosa dos Santos, la mamá de Sor Lucía.

Vivía en paz con todo el mundo, tanto con los adultos como con los niños de su propia edad. No se irritaba cuando le contradecían, y cuando jugaba no tenía dificultad ninguna en adaptarse a la voluntad de los demás.

El deseo de su vida era consolar al Señor:

Este deseo de consolar al Señor ofendido es la marca de la espiritualidad de Francisco como lo vemos en los siguientes episodios:

Lucía le preguntó a Francisco un día que era lo que él prefería, consolar al Señor o convertir pecadores para prevenir que más almas cayeran en el infierno. Francisco no dudó en ningún momento y le respondió: "Yo prefiero consolar al Señor. ¿No te acuerdas el mes pasado como nuestra Señora se puso tan triste cuando nos pidió que no ofendiéramos al Señor, que ya estaba bastante ofendido? Yo quiero consolar al Señor, y después convertir pecadores para que ellos no le ofendan más con sus pecados."

Francisco rezaba los quince misterios del Santo Rosario diariamente, y muchos más a parte de estos, en orden a cumplir el deseo de la Virgen.

Además le gustaba añadir jaculatorias que aprendía en las clases de catecismo y las que el ángel, la Virgen y sacerdotes le enseñaban.

Él oraba a solas, con su familia y con los peregrinos, manifestando una recolección interior profunda y una confianza segura en la bondad divina.

Francisco mortificó su carácter y su voluntad, sobreponiéndose a la fatiga, negándose a sí mismo la comida para poder dársela a los pobres; no tomando agua por días completos, especialmente en los meces más calientes; ayunando durante la Cuaresma; usando una cuerda, como su hermana Jacinta, como penitencia; renunciando a sus juegos favoritos para dedicar más tiempo a la oración.

El día 4 de abril de 1919, Francisco fue el primero en ir al Cielo, como lo había prometido la Virgen. Aquel que no escuchó y no habló con la Virgen fue el primero en alcanzar la meta que tanto anhelaban.