Que fue una barbaridad la cacería iniciada contra una sanjuanina enferma de Coronavirus, no debería merecer más explicación ni profundidad que lo obvio. Fue lo que fue. Un acto de irracionalidad, carente de solidaridad y de empatía, pero especialmente, un reflejo del pánico social, ese que exprime hasta la última gota de miseria humana.

Porque el pasado sábado, a las 21, cuando el gobernador Sergio Uñac dio a conocer la noticia del primer contagio confirmado en San Juan, se terminó de caer la fantasía complaciente que muchos, posiblemente la mayoría, habían acunado por simple instinto de autoconservación. Lo que no se ve, no existe. Y lo que no existe, ¿cómo puede ser una amenaza?

Entonces, en ese divague social, esa especie de narcótico, hubo una explosión de gente en los cajeros automáticos el viernes y el sábado. La Policía tuvo que salir a ordenar, a implorar, a forzar el distanciamiento de unos con otros. Fue casi como volver al punto de inicio. Si San Juan continuaba con el marcador en cero, ¿qué razón había para tanta represión, tanto recorte de libertades individuales?

La historia contará luego, más adelante, que fue justamente el sábado 28 de marzo por la noche, después de un fin de semana de paseo impúdico por las calles, que los sanjuaninos y las sanjuaninas tuvieron que zambullirse en la realidad. Bienvenida realidad. El primer caso de Covid-19 fue corroborado por el Instituto Malbrán. Y quedaban entonces otros siete sospechosos. Y muchos, muchísimos más, que seguramente aparecerán con el correr de los días.

Porque esa es la naturaleza de la enfermedad. El enemigo silencioso del que habló y continúa hablando el presidente Alberto Fernández, no se manifiesta hasta 14 días después del contagio. Hay, en este momento, incontables comprovincianos y comprovincianas que van portando y regando el virus por las calles, sin saberlo. Al desconocimiento se suma, sin dudas, ese sentimiento omnipotente del “a mí no me va a pasar”, que en realidad esconde la negación, porque horroriza la sola idea de sumarse a la estadística y quedar postrado en una cama de hospital, lleno de tubos para continuar respirando.

Por eso el acto barbárico de lapidación virtual, en redes sociales, contra la primera sanjuanina con Coronavirus confirmado, fue, además de una conducta aberrante, una purga de ese terror. Bienvenida realidad. El Covid-19 ya está en la provincia y no es más un relato de las autoridades, un capricho de Salud Pública o un berretín inexplicable del gobierno que está pagando cada hogar con la asfixia de su economía doméstica.

Cuestionar a la primera persona enferma de Coronavirus en la provincia, su conducta, si viajó a Europa y regresó, si debió quedarse en su lugar de destino, si cumplió con el aislamiento o anduvo paseando o recibiendo visitas, es tan solo la escoria, el residuo de lo que verdaderamente importa: es una persona como cualquier otra. Le dio visibilidad a ese enemigo invisible, que ataca sin previo aviso.

Bienvenida realidad entonces. La joven infectada se pondrá bien seguramente, porque es muy joven y su sintomatología nunca revistió una gravedad como para considerar su internación. Le tocó a ella ser el ícono, la demostración irrefutable de que San Juan no es una isla. De que la responsabilidad es colectiva. De que la desobediencia a la cuarentena equivale a jugar a la ruleta rusa. 

A ella, a la joven con Covid -19, habrá que dejarla en paz para que se recupere. Todo saldrá bien seguramente. Pedirle perdón también, por la imbecilidad colectiva. Y agradecerle, porque sin querer puso su propio cuerpo. Y llevó a toda una provincia a mirarse en su espejo, con sus atrocidades, con sus miedos, pero también con su solidaridad. 


JAQUE MATE