Aquí siembran boludes
El tuit de Alberto Fernández de 2016 y la cadena de tuits racistas de Pumas e influencers. Hay racismo hace rato y para rato.
Hay cierto mea culpa detrás de la indulgencia social a los tuits racistas y xenófobos de los rugbiers, el capitán Pablo Matera, Guido Petti y Santiago Socino. Su marcada obsesión por señalar el tono de piel de sus mucamas, de los pasajeros del colectivo e incluso la nacionalidad de inmigrantes de países limítrofes, debería generar asco. Pero no.
Por supuesto la reacción institucional, tratándose de quienes se ponen la camiseta de la selección nacional, no podía ser otra más que la suspensión. Así intervino la UAR. Pero no tardaron en aparecer, en simultáneo, algunas justificaciones porque fueron tuits rescatados de hace 8 o 9 años atrás. Entonces, es como si desempolvar el pasado fuera una maniobra tramposa. Como ejemplo, valga el mensaje de apoyo de Matías Moroni, también integrante de los Pumas.
El racismo y la xenofobia se naturalizaron con tanta impunidad que hasta la influencer Nati Jota tuvo que explicar que los tuits que le ventilaron, también de hace 9 años, eran en broma para captar seguidores. Es decir: su receta para sumar followers era burlarse de los negros. Que le haya funcionado la fórmula es todavía más grave. Una barbaridad. Pero al mismo tiempo, es la demostración inequívoca de que el problema es mucho más profundo que la travesura de juventud de una piba o un grupo de chicos de familia acomodada que juegan al rugby.
Entonces, señalar a los deportistas y la influencer también se puede convertir en un chivo expiatorio para purgar culpas mucho más grandes. Argentina es un país racista. San Juan no escapa a la condena.
Para apoyar esta idea, el jueves 12 de noviembre la periodista Natalia Caballero publicó un informe clave en Tiempo de San Juan. Entre otras cosas, consignó que el 35 por ciento de las denuncias registradas en INADI en la provincia obedecieron a algún tipo de discriminación estructural. De todas ellas, el 40 por ciento de las personas fue segregada por pobre. Otro 30 por ciento por el aspecto físico. Particularmente, por el color de piel. El 30 por ciento restante, por la nacionalidad. Los residentes bolivianos fueron los que más padecieron el señalamiento.
Estos datos duros se completan con otra revelación, todavía más dolorosa: los principales ámbitos de discriminación por pobreza y color de piel fueron la escuela, las oficinas públicas, los comercios, las empresas, las comisarías y sí, también los medios de comunicación. Nadie está exento. Ni se trata de repartir cuplas sintiéndose impoluto.
Solo ponerse por un instante en el lugar de la persona discriminada permitiría imaginar el tormento. Nada más lejos de la broma inocente, naturalizada, despreocupada, festejada por una sociedad acostumbrada a los estamentos.
El 2020 empezó con el asesinato de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell, en manos de una manada de adolescentes compañeros de rugby en el Club Náutico Arsenal Zárate. La fiscalía pidió la elevación a juicio y se espera una condena ejemplar, perpetua. Sin embargo, más allá del capítulo judicial hay una reflexión pendiente acerca del fenómeno racista y xenófobo que excede a un grupo de muchachos pasados de copas y envalentonados, sin escrúpulos ni límites. Antes, mucho antes de ese descenlace, hubo una sociedad que permitió y consintió las expresiones de discriminación.
El pedido de disculpas del capitán Matera antes de cerrar su cuenta de Twitter empezó contando que él está sufriendo. Puso que pasó "momentos más duros". Después escribió que está "muy avergonzado" y recién después pidió disculpas "a todos los que salieron ofendidos por las barbaridades que escribí". No entendió nada. O sí, entendió todo.
Entendió que los que "salieron ofendidos" en realidad sobreactuaron, porque en lo más hondo, un sector de la sociedad sigue pensando que no era para tanto. Que en realidad es una revancha por el homenaje a Diego Maradona que se quedó corto frente al haka de los All Blacks. Que el racismo y la xenofobia son un pretexto para facturarles la falta de amor explícito por el Diez.
Para muchos habrá sido así. Están gravemente equivocados. El cambio necesario es cultural y estructural. Mientras el color de piel sea condicionante para acceder a un empleo o, mejor aún, a un puesto de conducción; mientras siga provocando una mueca de gracia la falta de respeto al pobre, asociado inmediatamente a la delincuencia; mientras haya seguidores para este tipo de cosas y a pocos les indigne, entonces sí, como tuiteó Alberto Fernández hace ya 4 años: en San Juan y en Argentina, permítase la licencia, siembran boludes.
JAQUE MATE