¿Aulas ventiladas con -3°?
La ventilación cruzada recomendada para evitar el contagio tanto en colectivos como en las escuelas se enfrentó con el primer frío. Diseño en los papeles versus realidad.
El clima hizo lo suyo. El otoño golpeó en sus días finales, con las primeras heladas del año recién a mediados de junio. Fue una demostración implacable para poner a prueba los protocolos de ventilación cruzada a bordo de los colectivos y en las aulas escolares. Dos en uno, para un combo completo. Un dato inevitable cuando analicen en el Ministerio de Educación la continuidad de la presencialidad y el adelantamiento urgente del receso de invierno.
Viajar en el transporte público de pasajeros con las ventanillas abiertas, en obediencia plena de la recomendación sanitaria, es sencillamente inviable cuando el termómetro marca 3 grados bajo cero a las 8 de la mañana y una sensación térmica inferior a los 5 bajo cero. Resulta tremendo cuando el desplazamiento es corto. Imposible cuando el viaje implica varios kilómetros. Es sabido: muchas veces la presencialidad escolar depende del traslado en ómnibus, tanto para los alumnos como para el personal docente y no docente.
Colectivos con ventanillas cerradas, entonces. Por puro instinto. No podría entenderse como un acto de rebeldía boba, como fue la oposición al barbijo o la militancia antivacunas. El frío no tiene atenuantes en este rincón al pie de la Cordillera de los Andes. Viajar con los vidrios herméticamente sellados es todo lo que no se debe hacer, para evitar el contagio de Coronavirus. Sin embargo, se hace lo que se puede.
Esto empuja a alumnos, docentes y no docentes a engrosar la cantidad de personas a bordo, en una cabina apenas ventilada cada vez que se abren las puertas para el ascenso o descenso de pasajeros. ¿Acaso están desafiando a las autoridades por pura definición ideológica? No, en absoluto. Sería estúpido interpretarlo de esa manera.
Así llegan muchos a la escuela, donde por protocolo las ventanas y las puertas deben permanecer abiertas. Sí, con 3 grados bajo cero a las 8 de la mañana y una sensación térmica de 5 bajo cero. Calefaccionar en esas condiciones es inútil. La recomendación es quedarse bien abrigados en las burbujas. Imposible. Después de la jornada gélida hay que volver a casa, otra vez en colectivo. Encapsulados.
El clima termina de clarificar. Revela la diferencia entre lo calculado y lo posible. Lo imaginado y lo real. Queda una semana completa más, al menos, para terminar junio. Hay un pedido concreto de iniciar las vacaciones de invierno el lunes 28 de junio y extenderlas hasta el viernes 30 de julio, para recién regresar a clases el lunes 2 de agosto. Por supuesto que habrá voces en contra. La educación no ha sido uniforme y la brecha se agravó con la pandemia.
A lo largo de 2020 se sintió el déficit de conectividad. Apenas la mitad de los hogares de San Juan tiene conexión domiciliaria a Internet, según datos del ENACOM. La otra mitad depende de un teléfono celular con el paquete de datos que pueda abonar la familia. Entonces, mientras algunos niños, niñas y adolescentes tuvieron clases virtuales por Zoom u otra plataforma en tiempo real, hubo otra cantidad de estudiantes que tuvieron que manejarse por Whatsapp, en el mejor de los casos. ¿Es igual una forma que la otra? No.
El 2021 fue planificado como el año para empezar a remendar el daño provocado por la pandemia en el proceso de enseñanza y aprendizaje. Se pudo desplegar una presencialidad administrada en burbujas, obligatoria. Todos los estudiantes debieron regresar a la escuela, día o semana por medio. Retomar el contacto con su docente, con sus compañeros. Socializar. Dejar por un momento el encierro.
Pero vino la segunda ola y la suspensión de clases durante tres semanas, a partir del lunes 24 de mayo. Hubo protestas de padres y madres que rechazaron la medida sanitaria. Hubo consignas políticas también mezcladas en medio de una postura genuina, preocupada por la educación. Reaparecieron pancartas con consignas increíbles como fomentar la ingesta del dióxido de cloro. Una barbaridad.
El lunes 7 de junio se relanzó la presencialidad pero con carácter optativo. Y estalló la protesta docente, porque este sistema de clases a la carta equivalía a una duplicación de tareas. Pero finalmente se clarificó. Los que decidieran ir a la escuela tendrían una jornada tradicional en el aula. Los que se quedaran en casa iban a quedar a expensas de bajar una guía de internet, trabajarla por su cuenta y mandarla luego al docente. El contraste entre una modalidad y otra es brutal.
La disparidad entre educación pública y privada se acentuó desde este regreso a la presencialidad cuidada voluntaria. Hubo un nivel de asistencia de alrededor del 50 por ciento. Pero en las escuelas estatales no alcanzó el 40 por ciento, mientras en los colegios superó el 60 por ciento, habiendo alcanzado picos de hasta el 80 por ciento.
Los que permanecieron en casa quedaron relegados con respecto a los que optaron por la presencialidad. Pero muchas veces esa opción estuvo muy condicionada. No ir a la escuela pudo surgir del miedo al contagio y es un motivo legítimo. Implica una total libertad. Sin embargo, no todas las familias están en igualdad de condiciones para elegir. Algunas no tienen alternativa. Si no hay auto o no hay plata para mover el auto, si subirse al colectivo implica correr un riesgo y se puede evitar, bueno, todo parece conducir a una sola decisión posible. Mejor quedarse en casa y pagar el costo del retraso educativo.
Algunos cuestionaron al ministro Felipe De los Ríos por la iniciativa de investigar las razones de la escasa presencialidad escolar. Posiblemente la palabra investigar tenga una connotación policial o persecutoria. Pero en el fondo se trata de conocer la raíz de las diferencias. Quedarse pasivo ante el abismo entre unos y otros sería lo peor. El gobierno no puede mirar desde afuera como se agranda la brecha, en un contexto crítico como el que atraviesan la provincia y el país.
Los sindicatos docentes lo vienen planteando. Hay presión de las bases porque ponerle el cuerpo al invierno es difícil, más allá de la vacuna. La inmunidad ganada contra el Coronavirus disminuye las posibilidades de contagio y atenúa notablemente los cuadros infecciosos. Pero pasar toda una mañana o toda una tarde en un aula congelada puede tener otras consecuencias.
El gobierno enfrenta una dicotomía. Por un lado está la decisión de salvar el año. Este era el ciclo para recuperar el daño de 2020. Pero evidentemente la pandemia es mucho más grande que las previsiones o que la propia imaginación. Habrá que rescatar a toda una generación a lo largo del tiempo. Pero ese tiempo pide una pausa. El clima hizo lo suyo.
JAQUE MATE