¡Qué fantástica, fantástica esta fiesta!
La segunda ola puso en primer plano las reuniones clandestinas como foco de contagio y el reclamo de un sector impedido de trabajar.
Posiblemente tuvo mal timing el sector de los eventos sociales, porque salió a reclamar la apertura de su actividad casi al mismo tiempo que se comenzó a elevar la curva de contagios. Llegó la segunda ola tan temida y con ella, lógicamente, nuevas restricciones. Permitir las fiestas sería contradictorio. No habrá funcionario capaz de firmar un permiso y luego asumir la responsabilidad por las consecuencias de semejante decisión.
Pero este es apenas un nivel muy superficial de análisis. Hay segundas y terceras capas que invitan, cuanto menos, a repreguntar. ¿Es posible que se esté cometiendo un error al impedir los eventos sociales, negándoles la legalidad? Si se consienten las fiestas clandestinas, entonces la prohibición de trabajar es un enorme acto de injusticia.
Por supuesto que las fiestas clandestinas son todo lo que está mal. Pero siguen sucediendo. Se denuncian con frecuencia algunas, las más urbanas. Pero están las otras, esas que se organizan con alto presupuesto en zonas un poco más alejadas, en alguna quinta paqueta a donde solo llegan los invitados sin un vecino a la redonda.
Según uno de los voceros de la Cámara de Eventos Sociales, Walter Serra, esto está sucediendo. En Banda Ancha el viernes pasado dijo que, como está prohibido celebrar casamientos o cumpleaños de quince, las familias optan por festejar igual pero en la clandestinidad. Y lo hacen así, en secreto, en alguna residencia de fin de semana. Con baile y todo. Con contagios también, por supuesto.
‘Cualquier medida que se tome de acá en adelante, no servirá de nada si no se cumple voluntariamente por la población’, dijo en Canal 13 el secretario de Seguridad, Carlos Munisaga. Que hace falta la colaboración individual de cada uno, es lógico. Pero también es un reconocimiento de que no hay ni habrá jamás controles suficientes para perseguir a la totalidad de la población en todo el territorio provincial. Entonces el compromiso social se convierte en una piedra basal de esta nueva etapa.
Nuevamente las autoridades pidieron denunciar las fiestas clandestinas al 911. Lo hizo Munisaga y también lo solicitó el subsecretario de Seguridad, Abel Hernández, el viernes en Compacto 13. Nadie discute ya que los grandes eventos son el caldo de cultivo para que se esparza el virus.
La coincidencia es tal, que la Federación Económica llevó al Acuerdo San Juan el pedido expreso a la Justicia de tener tolerancia cero con las clandestinas. El viernes en Banda Ancha el presidente de la institución empresaria, Dino Minozzi, dijo que han percibido cierta benevolencia. Que los castigos son livianos. Que muchas veces se resolvió la situación pagando la multa con un par de zapatillas. Y que eso no funcionó para disuadir a nadie.
A la Federación Económica le interesa que los contagios se mantengan bajo control, porque apenas haya una escalada habrá más restricciones. Los empresarios elevan plegarias para poder mantener sus negocios abiertos. La mayoría de ellos, porque todavía hay un sector que no pudo funcionar en la legalidad en más de un año. Es el que involucra desde los propietarios de salones de eventos hasta los servicios de catering, de filmación y fotografía, de decoración, de luces y sonido, entre otros.
Como a las agencias de viajes al exterior, se les aconsejó que busquen reconvertirse porque es un fenómeno mundial. No es un problema sanjuanino, argentino o latinoamericano. Para restablecer los servicios turísticos internacionales falta bastante. Queda por delante un tiempo incierto. Excede la voluntad política del gobierno de turno.
En el caso de los eventos sociales se presenta un cuadro bastante similar. La naturaleza del Coronavirus hace difícil pensar en una gran cantidad de personas festejando todas juntas en un mismo salón. Sin embargo, que no esté permitido no significa que no esté sucediendo. Entonces ahí gana peso el argumento de los trabajadores del rubro.
Si les dieran un protocolo de funcionamiento podrían rendir cuentas por el cumplimiento de esas medidas. Quedarían expuestos a inspecciones y multas. O incluso clausuras. Como ya sucedió con bares y restaurantes.
Habilitar los eventos sociales posiblemente permitiría reconducir la clandestinidad, sacarla a la luz, poner regulación donde hoy no hay regulación. Claro que esas normas bajo ningún concepto permitirían el baile. No se puede. Ni siquiera en burbujas. Como tampoco se podría completar un salón hasta el 80 por ciento de su capacidad como vienen reclamando los empresarios. El esquema de costos inevitablemente cambiará.
La vieja normalidad no existe más. El desafío es seguir pensando para que cada uno tenga su lugar. Aguantar el embate de la segunda ola sin dar pasos en falso. Pero, como dijo el propio Sergio Uñac, encontrar también los equilibrios.
JAQUE MATE