El cura que se enamoró y estuvo bien
¿Qué hay detrás del enorme impacto nacional e internacional que tuvo la noticia de la renuncia del cura de Valle Fértil? Un ensayo de nuestros propios miedos.
¿Qué hay detrás del enorme impacto nacional e internacional que tuvo la noticia de la renuncia del cura de Valle Fértil, Nelson Cuello? Varias cuestiones. De todas, la primera y que surge con mayor visibilidad tal vez sea el morbo. La inevitable curiosidad por la intimidad del otro. O bien la empatía. La identificación con aquel que se rebela a sus propias reglas, se atreve a patear el tablero y finalmente, a ser feliz.
No hablaremos aquí acerca de la crisis de la Iglesia Católica en torno a la captación de vocaciones sacerdotales, ni la polémica cíclica sobre la eliminación del celibato, a ejemplo de lo que ya ocurre con otros cultos desde el protestantismo en adelante, siempre dentro del cristianismo.
Las cuestiones internas de la Iglesia, que queden para la Iglesia. Son de su estricta incumbencia. Sin embargo, la ruptura que planteó el cura Nelson Cuello excedió ampliamente los límites de una religión y de su propia comunidad, allá entre las sierras de Valle Fértil. La noticia hizo pie en la Ciudad de San Juan, saltó a Buenos Aires e incluso fue reflejada por medios chilenos.
Es tan antigua la decisión de apartarse del ministerio sacerdotal que tiene una expresión popular: "colgar los hábitos". Se aplicó siempre tanto a curas como a monjas, pero se hizo en modo cuchicheo, porque era un asunto del que no se podía hablar en público. En los primeros planos sociales, siempre fue un tema convenientemente silenciado. Blanquearlo generaba -y genera- conmoción.
Es una incomodidad que se activa por tratarse de una institución rígida, como la Iglesia Católica. Pero trasciende los muros eclesiásticos y aplica a la vida cotidiana. A la de miles de hombres y mujeres que terminan adormecidos por esas reglas no escritas que dirigen su vida, muchas veces sin siquiera ser conscientes de que puede haber algo más.
Aunque se trata de una práctica antigua, aquella de "colgar los hábitos", el cura Nelson Cuello hizo escuela y abrió camino. Al menos en Valle Fértil, fue el primero que habló en la misa con sus fieles y les contó su situación, su decisión, y que prefería ser honesto consigo mismo y los demás. No aguantaría ser careta, sintetizó el religioso. Y se fue despedido con un aplauso que rompió la ceremonia litúrgica.
Esa actitud de frontalidad, de derrotar a los miedos, posiblemente haya sido la que generó la aprobación de los presentes. Claro que habrá alguna persona arraigada a las tradiciones, para quien la actitud debida hubiera sido dar batalla a los demonios. En definitiva, la cultura de poner la otra mejilla y purgar los sentimientos impuros ha sido por generaciones el catecismo ya no para comulgar, sino para vivir.
El padre Nelson Cuello rompió todo aquello, como lo hicieron -pero en silencio- muchos antecesores. Y el arzobispo Jorge Lozano lo blanqueó en un sobrio comunicado, con destacable tono de aprobación hacia el sacerdote renunciante. Se pudo leer lejos, muy lejos de cualquier condena. Alegando escuetamente "motivos personales", sin entrar en detalles que forman ya parte de la vida privada del protagonista de esta historia.
Se enamoró. Así, sin vueltas. En los tiempos que corren, una manera de seguir adelante con esa historia de amor era quitándose el cuello de cura y afrontando lo que viniera por delante con la tranquilidad de no haber escondido nada. Pero había otra forma, no exclusiva de los sacerdotes sino inherente al ser humano. El ocultamiento y la doble vida. Nadie puede juzgar las decisiones, pero quien cargue con esa máscara termina pagando el costo más elevado.
La historia podría resumirse en apenas una línea, con final feliz. Había una vez un cura que se enamoró y estuvo bien.
JAQUE MATE