'Esto no se arregla con más pavimento o más hospitales, falta política', reflexionó días atrás un veterano dirigente peronista. ¿Qué hay que arreglar? Aparentemente, el contrato de las cúpulas con la militancia y, por lo tanto, con la gente.

No se trata de menospreciar el valor de la gestión. Todo lo contrario. Para pedir el voto, primero hay que exhibir resultados. Pero demostrar un desempeño decoroso tampoco es condición suficiente. Después de prácticamente 20 años de gobiernos justicialistas hay cuestiones que se volvieron naturales, que tuvieron un impacto significativo al principio pero luego se convirtieron en parte del paisaje.

La construcción y entrega de viviendas con regularidad y sin interrupciones es lo habitual en San Juan. Sin embargo no siempre fue así. Hubo una época en que el IPV dependía íntegramente de los fondos Fonavi, por lo tanto había una limitación ajustada a los recursos nacionales.

La entrega periódica de barrios estimuló la inscripción de familias aspirantes a la casa propia. Algunas consiguieron alcanzar el sueño. Otras, la mayoría, sigue esperando. Y mientras pasa el tiempo crece la impaciencia. Es paradójico: mientras más viviendas se entregan, más crece la expectativa colectiva y también el desencanto cada vez que le tocó a otro.

Las soluciones habitacionales van por escalera y la demanda social por ascensor. Frente a un déficit de 70.000 casas en San Juan según la estimación oficial, construir entre 4.000 y 5.000 al año es una cifra muy pequeña, aunque sea una cantidad importantísima en comparación con otras épocas de parálisis.

La lógica se repite en otras áreas. Hasta 2004, cuando se destrabó la construcción de los diques Caracoles y Punta Negra, ambos proyectos estaban empantanados en una batalla judicial y sin financiamiento. Peor aún, el desvío del Río San Juan en la zona de la obra abortada era una bomba de tiempo. Una crecida hubiera provocado consecuencias gravísimas aguas abajo.

Casi 20 años después no solo los diques se terminaron sino que está Tambolar en ejecución. Esta dinámica de la obra pública se replica en la construcción de caminos, más allá de la frustración del túnel de Agua Negra, en los hospitales y en las escuelas. Pero todo esto es parte de la normalidad. Es lo mínimo que se podría esperar de un gobierno. Los años de quebranto quedaron tan atrás en el tiempo que hoy resulta inimaginable otra cosa.

El pago de salarios estatales en tiempo y forma, con ajustes al ritmo de la inflación, el pago de contratos a proveedores del Estado con regularidad, la asistencia financiera al sector privado para aliviar fletes o cambiar tecnología de riego, son apenas algunos aspectos de ese piso mínimo de gestión que se consolidó con el paso de los años. Y que hoy no deslumbra.

Los adultos que hoy tienen 30 años eran niños en la crisis de 2001. Aquellos días de salarios impagos y obra pública paralizada, cuando San Juan era considerada una 'provincia inviable' y las cacerolas reclamaban 'que se vayan todos' no es ni siquiera un recuerdo para ellos. Los parámetros del electorado se corrieron.

Haber establecido una nueva normalidad financiera, habitar una provincia solvente, fue primero meritorio, para luego convertirse en lo normal. Porque efectivamente lo extraordinario era la emergencia. Pagar salarios y sostener la obra pública nunca debió ser un imposible. Y aunque la gestión tenga puntos mejorables, ya no solamente depende de acelerar el ritmo y echar más pavimento, sino también de calibrar la política.

La foto de Sergio Uñac y de José Luis Gioja el pasado fin de semana aparentemente se vincula con esa necesidad política. En una conversación reservada, Gioja habló días atrás de recuperar la 'épica'. Uñac viene pidiendo diálogo con todos los sectores, especialmente hacia adentro de su propio partido. Bajar la pelota de la interna, producir una reconciliación y parir un acuerdo no será inmediato. Pero la política asomó como una necesidad. Entonces cada uno buscó su lugar.

A los problemas políticos, política

Ambos, tanto Uñac como Gioja, sabían que se encontarían en el retiro espiritual convocado por la Comisión de Justicia y Paz, por el Arzobispado. Se ofrecieron para la foto en un break, con una impostada pretensión de 'no es para tanto'. Pero sí lo fue.

Por eso el propio Gioja intentó bajarle el calibre al encuentro cuando habló con los suyos, en una mateada que se llevó a cabo ese mismo sábado por la tarde. Micrófono en mano, dijo que fue un gesto de cortesía, un saludo. Nada más. Hay todavía heridas abiertas por acuerdos incumplidos. Puede inferirse que si las diferencias siempre fueron políticas, se resuelven con política.

El Gobierno resolvió bajarle el volumen a las confrontaciones. Hoy más que nunca necesita recomponer la política, frente a un adversario externo, el Frente Juntos por el Cambio, que se presenta competitivo como nunca antes. La ínfima diferencia obtenida por el oficialismo en las elecciones de mitad de mandato en 2021 fue prueba suficiente de que terminaron los tiempos de holgura. Que, más allá del arrastre nacional negativo, las divisiones internas también restan. Cada punto perdido es ganancia para el otro lado. Marcelo Orrego y compañía tienen ese cálculo perfectamente estimado.

Curiosamente, Juntos por el Cambio no tiene una crítica categórica hacia la gestión actual. El eje de su precampaña gira en torno de la alternancia, de la necesidad de 'ponerle fin a 20 años de peronismo/kirchnerismo', como dijo Fabián Martín. Ese discurso está apoyado en un potente mensaje nacional.

Como dijo el veterano dirigente peronista, 'esto no se arregla con más pavimento o más hospitales'. Otra manera de decirlo sería: a los problemas políticos, política.


JAQUE MATE