Fronteras afuera, las elecciones que más deberían interesarle a un sanjuanino o una sanjuanina son las chilenas. Por razones obvias. En buena medida el futuro de esta provincia recostada sobre la Cordillera de Los Andes estará atado a las decisiones que tomen en conjunto la Casa Rosada y el Palacio de La Moneda. La llegada de Gabriel Boric Font al poder abre una expectativa. Y muchos interrogantes también.

En primer lugar la campaña del miedo sembrada por la derecha chilena fracasó. La demonización del candidato izquierdista no intimidó al electorado trasandino, que evidentemente lo interpretó como una figura absolutamente viable para reconducir un país fracturado socialmente.

Solo al final de la campaña las encuestas pronosticaron la victoria contundente de Boric, por alrededor de 8 puntos. Finalmente se convirtió en el presidente récord. No solo fue el que mayor cantidad de votos captó en la historia de su país, al superar el 55 por ciento. También se consagró como el más joven, con apenas 36 años.

Visto en retrospectiva lo que sucedió con Boric fue coherente con el estallido chileno de 2019, que solo se vio menguado por el encierro de la pandemia. El aumento de la tarifa del transporte público fue el detonante de algo mucho mayor. Estructural. La desigualdad crónica en un país que ha crecido económicamente y sostenidamente, con resultados dispares según el sector social. Bonanza para algunos, vacas flacas para otros.

Boric se medirá ahora con las expectativas por él creadas. Asumirá el 11 de marzo de 2022 con un parlamento dividido. Aunque el domingo pasado se coronó de gloria y las calles de Santiago se cubrieron de una multitud esperanzada en el cambio de ciclo, el presidente electo ajustó su discurso a la moderación. Renovó su compromiso con las infancias, con las mujeres, con la diversidad de género, con el cuidado del ambiente y con el sistema previsional. Ratificó su decisión de eliminar definitivamente las administradoras de fondos de pensiones, más conocidas como AFPs.

Fue sin embargo un mensaje moderado. Habló de gobernar con todos y para todos. Reconoció a su rival, José Antonio Kast, como un interlocutor necesario. Fue tal vez la primera cuota de pragmatismo. ¿Son tiempos de confrontación, de sostener la polarización como modo de construcción política? Aparentemente no es el camino del otrora combativo dirigente estudiantil.

Acordar con la derecha parece necesario para hacer sostenible la gobernabilidad. ¿Cuál es la justa medida para no desvirtuar el modelo prometido? Esa es la cuestión.

Con respecto a la Argentina, Boric parece haber salido a pedir de boca. La torpeza diplomática del embajador Rafael Bielsa, que embistió contra Kast, se convirtió en una suerte de acierto político. Dijo que el candidato derechista era pinochetista y antiargentino. ¿Se equivocó? Para nada. Pero esas palabras en boca del representante institucional de Argentina en Santiago fueron todo lo que no está bien, bajo el protocolo de las relaciones internacionales.

Aún así, la postura de Bielsa puede convertirse ahora en un activo para abonar las buenas vibraciones con el presidente entrante. Está todo dado para que rápidamente la Casa Rosada empatice con el Palacio de La Moneda. Tanto como pudieron hacerlo Mauricio Macri y Sebastián Piñera, mutuos admiradores recíprocos. Malogrados ambos, a juzgar por la salida que tuvieron.

Boric y el abrazo argentino-chileno olvidado
El presidente Mauricio Macri y su par chileno, Sebastián Piñera. Durante ambas gestiones voltearon el proyecto de Agua Negra.

Boric llega precedido de algunas anécdotas bien vistas de este lado de la cordillera. En febrero de 2013, por ejemplo, corrigió públicamente en Twitter al entonces embajador británico en Chile, que había hablado de las Falklands. 'Malvinas viejo, Malvinas Argentinas', le contestó el joven militante. Punto a favor.

Toda su campaña presidencial la hizo con un tema compuesto por León Gieco: 'Los Salieris de Charly'. Particularmente, con la frase: 'queremos ya un presidente joven'. A Boric le encantan Los Redondos. Y Messi.

Todo bien, pero: ¿dónde entra San Juan en todo esto? ¿La buena onda preliminar se traducirá en algo más cuando Boric tenga el poder? ¿Hay margen para resucitar el difunto proyecto del túnel de Agua Negra? Por ahora no hay respuesta para ese asunto.

Tanto es así que el gobierno de Sergio Uñac optó por empezar a pavimentar el camino así como está, a 4.770 metros sobre el nivel del mar. Olvidándose por ahora del túnel. Soñando con tal vez en un futuro distante hacer una perforación más corta, de unos 5 kilómetros, porque la alternativa original se tornó inviable. Políticamente inviable. Chile le bajó el pulgar. Santiago le firmó la defunción.

Entonces Boric será muy ricotero y consustanciado con la causa Malvinas, pero todavía tiene mucho que mostrar en materia de integración. Y como en todas estas cuestiones de carácter bilateral, los gestos deben ser de ida y de vuelta también. Tal vez la buena sintonía, las buenas vibraciones, reencaucen el proyecto de Agua Negra. Al fin y al cabo, la última vez que estuvo en la agenda binacional en serio, fue en octubre de 2009, cuando dos presidentas se dieron el abrazo de Maipú.

Boric y el abrazo argentino-chileno olvidado
En octubre de 2009 las presidentas Cristina Fernández de Kirchner y Michele Bachelet firmaron el compromiso por el túnel de Agua Negra.

Dos presidentas que pensaban parecido, en un momento histórico muy particular. Porque, más allá de los estudios de factibilidad técnica, geológica y económica, más allá del trazado del camino, los proyectos se construyen con política. Habrá que contar los días hasta el 11 de marzo entonces. Y cruzar los dedos.

JAQUE MATE