Un mensaje de voz femenina con tono indignado fue incontables veces reenviado durante el fin de semana, tras la confirmación del segundo caso positivo de Coronavirus en San Juan. En él, la señora aseguraba tener conocimiento pormenorizado acerca de la nueva víctima del Covid-19 y de su marido. La molestia de la supuesta denunciante, cuya identidad fue y seguirá siendo una incógnita, era contra la enferma y su familia, a quienes acusó livianamente de no haber respetado el aislamiento impuesto a todos los sanjuaninos que regresaron del exterior.

Con palabras atropelladas por la efusividad del momento, el audio sonaba muy real. Su veracidad aparente pudo haber generado credibilidad inmediata. De hecho, tuvo el crédito de una cantidad de sanjuaninos y sanjuaninas que lo hicieron viral. Lo compartieron tantas veces como quien riega un puñado de harina. Imposible recogerlo después, sin importar el esfuerzo que se ponga en la limpieza. Es una de las características del rumor. Solo que esta vez, con el efecto multiplicador incontenible de las nuevas tecnologías.

El chisme, dicho en términos coloquiales, proliferó particularmente porque encontró terreno fértil en una sociedad que todavía tiende a señalar al enfermo como culpable de un delito. Entonces, lejos de solidarizarse con la persona que se enfrenta al germen que está haciendo estragos en el mundo, porque le tocó en desgracia poner el cuerpo contra la pandemia, se alista el paredón de fusilamiento. En sentido figurado, por supuesto.

La lógica sin lógica, pareciera indicar que el que se enfermó tuvo la culpa de contraer la peste. Y no solo eso. También es sospechoso de andar contagiando el mal. Se asemeja bastante a la metáfora nefasta de la manzana podrida que tantas veces se enseñó en los colegios primarios y secundarios. Si la fruta se echó a perder, entonces hay que descartarla para salvar al resto. Increíble el grado deshumanizante al que se puede llegar.

El mensaje de voz aquí aludido fue apenas un recorte de una gran cantidad de manifestaciones ocurridas el fin de semana, a través de redes sociales, que reprodujeron la lapidación pública a la que fue sometida la primera paciente confirmada de Coronavirus en la provincia. Según el INADI, la familia de la segunda persona contagiada denunció haber sido víctima incluso de insultos y amenazas de muerte, además de la divulgación y publicidad de sus datos personales.

La barbarie no es solo sanjuanina sino que está operando a distintos niveles en todo el país. Tanto es así que el instituto contra la discriminación acuñó un slogan para la cuarentena: "Si el virus no discrimina, no discriminemos nosotres". Por favor, que el debate por el lenguaje inclusivo quede para otra ocasión. No es momento de desviar el foco.

En un nuevo comunicado, el INADI remarcó la importancia de evitar por todos los medios la falsa división entre sanos y enfermos, como si se tratara de dos bandos. La dicotomía amigo-enemigo o bueno-malo, no tiene asidero en esta circunstancia.

Escrachar y maltratar al enfermo de Coronavirus puede ser, en el menos grave de los casos, un reflejo de miedo. Cuando gana el temor, habitualmente gana la irracionalidad. La medida más eficaz contra todo esto es la información. Y no todo lo que llega a la pantalla del celular califica, porque muchas veces viene de manos anónimas. En la penumbra, todo vale. Si no hay quien ponga la firma, entonces la irresponsabilidad puede adquirir proporciones descomunales.

Hay un interés dañino en generar estas denominadas "fake news" o "noticias falsas", que tan rápidamente se viralizan en redes sociales. Vale usar el término "viral" para referirse a esa otra enfermedad, la de la desinformación, que puede tener efectos tan nocivos como los que hoy desvelan a las autoridades sanitarias.

Para que proliferen estas noticias falsas y malintencionadas, tiene que haber campo fértil. Sin la colaboración de la gente, sin el "Me Gusta", sin el "Compartir", el "Retweet", el "Like" o el "Reenviar", no hay cadena. De eso se trata. De cortar la reproducción de cada barbaridad que reciba el teléfono. En definitiva, dejar de ser cómplices.


JAQUE MATE