Fue noticia nacional por lo bizarra, la fiesta que realizaron unas 50 personas el pasado viernes en la madrugada en un taller mecánico en la zona de Pedro Echagüe y Santiago del Estero. Por supuesto, hubo algún vecino que hizo la denuncia al 911 y el medio centenar de jóvenes terminó en la comisaría, por la sencilla razón de que las reuniones sociales están reguladas en el marco de la cuarentena. Hay una pandemia que intenta perforar las fronteras de la provincia, aunque por momentos la tranquilidad sanjuanina haga olvidar ese detalle.

La semana anterior hubo un camionero positivo y otros seis transportistas sospechosos de los cuales uno arrancaba este lunes con su resultado de hisopado todavía pendiente, para verificar si tenía o no el virus en su humanidad. Solo los estrictos retenes sanitarios, molestos, atípicos, históricos, previenen por ahora que alguno de ellos ingrese al territorio con el menor riesgo de contagiar a una población que viene gambeteando la peste desde hace 102 días.

La denuncia del baile clandestino y el accionar policial despertaron dos reacciones bien contrapuestas. Por un lado, la aprobación de parte de quienes entendieron que esa reunión podía significar un estallido de contagios. Pero, por otro lado, provocaron la respuesta indignada de algunos veinteañeros y veinteañeras que, por Twitter, copiaron y pegaron la expresión viralizada de "cuarentena maoísta".

Es o sería una versión remozada de la "infectadura" lucubrada por un grupo de intelectuales referenciados en Juntos por el Cambio. Es parte de la familia de palabras donde entran "Argenzuela" y "Comunismo". Hay que reconocer que estos vocablos tienen la inmensa virtud de ser efectivos como slogan. Son cortos, tienen punch, son pegajosos.

Ahora bien, este Estado acusado de fascista y esta cuarentena maoísta, es el que tácitamente les dio la confianza a los chicos y chicas de la fiesta, la tranquilidad de saber que no hay circulación viral comunitaria. Sin embargo, ese estatus sanitario es provisorio, precario y frágil. En cualquier momento un asintomático podría colarse por las fronteras. Está dentro de lo posible. Y basta un contacto estrecho para que esa cadena se ramifique, como ya sucedió en otros puntos de la Argentina. Porque sí, hay que decirlo también, el Covid-19 no es solo un problema de porteños y bonaerenses. Quien así lo entienda, está gravemente equivocado.

"Para ser libres hay que vivir", dijo el presidente Alberto Fernández el viernes en su mensaje grabado con Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof. Por supuesto, el jefe de Estado es plenamente consciente de que la extensión de la cuarentena y su retroceso pendular a la Fase 1 en el AMBA, es una medida impopular. Sabe que le resta puntos en los sectores más distantes del modelo. Pero aún así el miedo puede más. El temor a que los más de 2.000 contagios diarios se conviertan en 4.000 en lo inmediato y hagan colapsar las camas disponibles en la capital y alrededores.

Este es el otro punto de la controversia. Hay quienes inteligentemente acusan al gobierno de crear el miedo. Dicen que esa fabricación de un enemigo invisible genera retraimiento y alineamiento vertical aún con las decisiones más drásticas que se puedan tomar en una democracia. El valor de la libertad se relativiza y roza la inconstitucionalidad.

La teoría del rebaño en tiempos de Coronavirus es compatible con la libertad. Consiste en dejar que las ovejas se contagien para que generen anticuerpos lo antes posible. Claro, pagando el costo de algunas muertes. Pero al cabo de un tiempo acotado, el asunto estará más o menos superado. Esto funciona así en los papeles, no tanto en la realidad, a juzgar por las dudas que todavía genera el virus impredecible.

Arriesgarse y apostar por la teoría del rebaño implica que uno se considere fuera del grupo de riesgo. Entonces, contagiarse no involucra mayor compromiso más que encerrarse 14 días solo si fuera necesario, durante los cuales, con un poco de suerte, el Covid-19 podría ser menos que un resfrío. Entonces, ¿para qué tanto aspaviento?

Pensar así solo es posible desde una mirada individualista, que no tiene el más mínimo interés por el conjunto. La pandemia es peligrosa precisamente por ese nivel de contagio irrefrenable que ha demostrado no en Argentina sino en el mundo entero. Incluso en naciones que ya daban por cerrado el episodio, aparecieron rebrotes cuya explicación todavía es un misterio. Mientras tanto, las camas en terapia intensiva siguen comprometidas. Y millones de familias lloran la pérdida de un ser querido.

A pesar de esto, sigue siendo un relato lejano visto desde San Juan. Si no hay circulación viral comunitaria, aparentemente no tiene mucho sentido conmoverse por el drama ajeno. Mucho menos llamarse al encierro en nombre de la nada misma. Si no hay riesgo, entonces la regulación de horarios, de reuniones y de número de personas, termina siendo solo un capricho del poder político de turno. Y, tratándose de políticos, entonces debe haber algún oscuro interés en el fondo. Alimentar conspiraciones está a la mano de cualquier activista de teclado. Es gratis y fácil. Encima, suele reproducirse y compartirse sin el menor cuestionamiento. Se termina resolviendo en el terreno de la grieta, si estás con Alberto o en contra de él. ¿Y el virus? Bien, gracias. Copy-paste y cuarentena maoísta.


JAQUE MATE