El mayor problema de las vacunas es que su efecto es invisible. Su éxito radica en apagar progresivamente la enfermedad. En este caso, el Covid 19. Cada contagio se puede atribuir directamente al maldito virus. Sin embargo, cada no contagio o cada cuadro leve, no siempre se asocia a la vacunación. Los pacientes pueden atribuir su buena suerte a una infinidad de factores. Los más racionales dirán que fue gracias a la inmunización. Pero habrá muchos otros que sigan insistiendo, aún vacunados, en las bondades de cualquier folklorismo irresponsable, como la ingesta de ivermectina, el antiparasitario de uso veterinario.
 
El mayor problema de las vacunas es que su efecto es invisible. Lo dijo hace meses la jefa del Programa de Inmunizaciones, Marita Sosa, cuando las dosis empezaban a llegar a cuentagotas de parte de los laboratorios y en Argentina se alzaban las campañas de desaliento. Cuando, por ejemplo, Elisa Carrió denunciaba penalmente al presidente Alberto Fernández por 'envenenamiento' del pueblo. Cuando aquella conductora de televisión porteña en la búsqueda desesperada de rating empinaba una botella con lavandina -es decir, dióxido de cloro- delante de las cámaras.

No fue fácil. Fernández terminó el 2020 trayendo las primeras dosis de Spuntik V desde la Federación Rusa, con el compromiso de que entre enero y febrero de 2021 iban a llegar 10 millones más. Pero ese acuerdo no se respetó. Obviamente la prioridad para el Kremlin fue abastecer su propia demanda. El mundo entero funcionó con esa lógica. Los países más desarrollados y dueños de las patentes se cubrieron a sí mismos antes que al resto. 

Después, cuando les empezaron a sobrar las ampollas y descubrieron que mientras ellos se vacunaban en otras naciones los contagios producían variantes cada vez más agresivas, recién liberaron las partidas comprometidas. Incluso habilitaron donaciones solidarias. Entendieron que la pandemia no respeta fronteras y que si la inmunidad no se alcanza relativamente a escala planetaria, nadie estaría a salvo.

Parece prehistoria pero no. Es el camino recorrido desde aquel martes 29 de diciembre de 2020, cuando Marita Sosa aplicó con sus propias manos la primera dosis de Spuntik V en el Estadio Aldo Cantoni, en el brazo del subsecretario de Medicina Preventiva, Matías Espejo. Ese día empezaba el largo e intenso periplo hasta alcanzar este miércoles 27 de octubre una cifra simbólica: el millón de dosis inyectadas en San Juan.

La aceleración del ingreso de vacunas se puede percibir en un dato muy revelador. Hasta el 7 de julio, Salud Pública había informado unas 400.000 dosis aplicadas en la provincia. Quiere decir que en los últimos cuatro meses se pusieron las 600.000 restantes. Se destrabaron en el segundo semestre. Los valores de vacunación son consistentes con la caída sostenida de casos, después de la brutal segunda ola que puso al sistema sanitario al borde del colapso.

De acuerdo a los valores oficiales, arrancando julio la provincia rozaba los 9.000 casos activos de Covid 19. Los hisopados positivos se contaban por 500 cada día. Pero pasó. Hace apenas un mes atrás los infectados totales eran poco más de 700 y en las últimas horas ese número apenas llegaba a 23. Ahí está la mano invisible de las vacunas.

Las altísimas temperaturas habrán colaborado para aplacar los contagios, como sucede con el resto de las patologías respiratorias estacionalmente. Sin embargo el calorcito no había frenado aquel brote que reventó sobre el 20 de agosto en Caucete y que se reveló luego en toda la provincia, en plena primavera de 2020. La diferencia esta vez, a todas luces, es la inmunización.

Marita Sosa dijo este miércoles en Banda Ancha que el personal de cada punto de vacunación tuvo una capacidad de adaptación enorme, porque las reglas cambiaban a diario. Así se escribió la historia de esta pandemia, que todavía no concluyó. Por estas horas están diseñando cómo administrarán las terceras dosis para dos grupos: mayores de 50 años con esquema de Sinopharm y personas inmunodeprimidas sin límite de edad y sin distinción de vacuna recibida. El objetivo es mejorar su respuesta frente al eventual contagio.

¿Entonces de verdad esto no terminó? Alcanza con echar un vistazo al resto del mundo para enterarse de la cruel realidad. China, la cuna de la pandemia, resolvió esta semana volver a los confinamientos debido a los rebrotes de Covid 19. El gobierno asiático aplica una política de tolerancia cero. Ante el menor movimiento de la curva, ajustan, para evitar que se vuelva a salir de control. Aún con vacunas.

Singapur es otro ejemplo de lo impredecible. Hasta mayo era considerado como el mejor país del mundo para pasar la pandemia, según la cadena Bloomberg. Ahora figura como uno de los más castigados por los contagios y fallecimientos.

Esta semana el gobierno de Letonia dictó confinamiento estricto por rebrote de Coronavirus, por cuatro semanas con toque de queda incluido. Y claro, más de uno estará pensando que es una cuestión estacional, porque son todas naciones del Hemisferio Norte.

Por eso vale venir a Latinoamérica y mirar hacia Chile, que empezó la semana con un retroceso a Fase III en la zona metropolitana de Santiago y otras comunas. Aún con el 85 por ciento de su población vacunada, registró un alza sostenida de casos en las últimas semanas. Ya hablan de una tercera ola. La incidencia, por supuesto, es mayor en personas no vacunadas. Con los no vacunados, alcanza para despertar nuevamente al monstruo.


JAQUE MATE