Habiendo pasado 76 días de cuarentena, las reacciones pueden ser muy diversas pero, haciendo una generalización rápida posiblemente se puedan dividir en dos grupos: los que están dispuestos a seguir respetando el confinamiento por temor a un estallido de contagios y los que están hartos del encierro y la falta de libertades para vivir con una normalidad extraviada en el pasado.

Es básicamente la grieta que se hizo visible en las últimas semanas con manifestaciones en los grandes centros urbanos, con previa instalación en medios de comunicación y en redes sociales. Se sumó el fogoneo de algunos referentes políticos que salieron a desacreditar -sin éxito- al comité de científicos que asesoran al presidente de la Nación.

Así se cuenta la historia por estos días, en que Alberto Fernández define una nueva extensión de la cuarentena, por otros 14 días, siguiendo la lógica que comenzó el viernes 20 de marzo. La última vez que se refirió al asunto, el sábado 23 de mayo, el jefe de Estado retrucó cada pregunta/objeción que recibió de parte de los periodistas acreditados en la Quinta de Olivos. ¿Angustia? Angustia es enfermarse y no tener cama para ser atendido, respondió con tono firme.

En realidad, la angustia es un tanto más abarcativa. Lo económico no deja de ser un motivo de preocupación. El Estado Nacional no puede ser ajeno, porque la recaudación sigue cayendo, los fondos coparticipables también y en la misma medida se hunden las finanzas provinciales y municipales. 

La Unión Industrial Argentina acaba de decir que las pequeñas empresas no pueden pagar el aguinaldo. No cuesta demasiado entender las razones. La Cámara de Comercio de San Juan acaba de informar una caída de ventas del 65 por ciento en mayo, contra el mismo mes del año anterior, que ya había sido nefasto.

Entonces, la angustia no excluye a nadie. No podría. Es un sentimiento asociado a otra experiencia común en esta coyuntura: la incertidumbre. No saber qué va a pasar, golpea anímicamente al ser humano y jaquea cualquier economía. Sobran los ejemplos a nivel internacional. Basta con mirar cómo sangra la sociedad estadounidense, ejemplo cinematográfico de libertades y oportunidades. La pandemia funcionó apenas como un detonante para visibilizar las grandes materias pendientes.

Argentina no es diferente en ese sentido. El Coronavirus desnudó los desequilibrios, los contrastes. Puso a los niños, niñas y adolescentes a estudiar en sus hogares, tuvieran o no una computadora, contaran o no con una conexión a internet, vivieran o no con algún adulto que estuviera en condiciones de ayudarlos a interpretar los materiales que llegaron vía correo electrónico o Whatsapp.

En la otra punta, también puso a los docentes a hacer malabares para atender a una cantidad de alumnos en cascada, a lo largo de todo el día, valiéndose de sus propios recursos, que no siempre fueron suficientes.

En muchos hogares los ingresos se redujeron drásticamente. Los planes personales se interrumpieron. Los sueños quedaron en pausa. Hubo persianas que se bajaron. Puestos laborales perdidos. Hubo también una inversión histórica con fondos del Estado para contener la emergencia. Pero nunca será más que un paliativo.

Dijo Alberto Fernández que es injusto acusarlo de que se haya enamorado de la cuarentena. Que nunca imaginó llegar a junio con semejante nivel de recesión, sino con un consumo floreciente como motor de una economía retraída desde hace más de dos años. Pero la pandemia llegó y no hubo manera de esquivarla. Aún los gobiernos de otros países que pretendieron darle la espalda, tuvieron que reaccionar tarde o temprano, cuando ya no quedaban camas en terapia intensiva disponibles.

El presidente admitió ayer que Argentina se quedó sin modelo en este punto de la cuarentena, porque hasta ahora lo que se hizo fue aprender de la experiencia europea. Tanto de lo que salió bien como lo que salió mal. Pero el viejo continente no tiene villas de emergencia. No hay de dónde copiar medidas apropiadas para el área metropolitana de Buenos Aires, la zona donde se concentra casi la totalidad de los nuevos casos detectados. Habrá que apelar al ingenio y la creatividad.

En San Juan, Sergio Uñac tampoco tiene modelos para seguir, más allá de los marcos que bajan de Nación. El resto es transitar por el camino de la prueba y el error. El intento por retomar las clases presenciales en junio quedó trunco, mientras avanzan muy tímidamente algunas flexibilidades que en ocasiones parecen exageradas, teniendo en cuenta que la provincia nuevamente probó tener la epidemia bajo control.

Los reclamos del sector privado volvieron a escucharse esta semana, empezando por los propietarios de gimnasios que abrirán el próximo lunes, hasta los choferes de movilidades escolares. Si alguien no le quiere decir angustia, que le ponga el nombre que más le guste.

Divisiones, preocupaciones y sí, también angustias, le ponen marco a los días de una cuarentena que nadie quiso, que nadie quiere, pero aún así continúa siendo el mal menor.


JAQUE MATE