Que el interbloque Juntos por el Cambio anunciara el rechazo automático del proyecto de ley de emergencia económica enviado por el presidente Alberto Fernández, posiblemente sea el ideal de oposición. Al menos para quienes sueñan con una confrontación descarnada, donde la oposición no está dispuesta a transar o ser funcional al gobierno de turno.

Desde otro punto de vista, el anuncio de que ni siquiera darán quórum este jueves para frustrar la primera sesión requerida por el gobierno que apenas cumplió una semana en el poder, puede ser interpretado lisa y llanamente como un acto desestabilizante. Al menos así fue entendido cuatro años atrás, cuando empezaba la administración de Mauricio Macri y el Jefe de Estado necesitaba imperiosamente las herramientas legales para desplegar su propio plan, el que la gente había votado mayoritariamente.

El peronismo se fracturó en aquella coyuntura. Incluso los sanjuaninos terminaron votando divididos, cuando llegó al Congreso el asunto del pago a los fondos buitres. Así de crucial resultó aquella definición política, cuya divisoria de aguas nuevamente dejaba de un lado a los colaboracionistas esmerados en no poner palos en la rueda, y del otro lado a los cruzados que jamás estuvieron dispuestos a ceder ante una receta salida de la usina neoliberal, porque en definitiva eran opositores y la ciudadanía los había puesto en ese sitio.

Este duelo de opositores se ha reeditado cíclicamente en San Juan, fundamentalmente en tiempos de campaña, cuando más que la disputa del gobierno, el tironeo está entre los que aspiran a constituirse en contrapoder. Nuevamente fue una discusión que se terminó saldando en las urnas, al menos desde 2003 hasta este 2019 que finaliza. Desde entonces siempre la fuerza opositora más elegida por los sanjuaninos fue la que mayor moderación ofreció.

Fue una escuela inaugurada por Roberto Basualdo, fundador de Producción y Trabajo. Bajo su ala terminaron hasta los dirigentes más combativos que alguna vez le cuestionaron su mano blanda con José Luis Gioja. El propio Enrique Conti, sin ir más lejos. O Rodolfo Colombo. Hasta la rígida Cruzada Renovadora confluyó con el basualdismo en las legislativas de 2017, todos compartiendo el arcoiris de Cambiemos.

Esa corriente de diálogo opositor permanente estuvo también condicionada por mayorías aplastantes del oficialismo en cada edición de la Cámara de Diputados. Con un legislador más o menos, nunca el justicialismo y asociados perdieron el número para lograr aprobaciones sin despeinarse. Redujeron a las otras fuerzas prácticamente a bancas testimoniales, por su dimensión tan acotada.

"Vinimos a sumar", contestó esta semana aquí en Banda Ancha el ratificado presidente del interbloque Con Vos, Sergio Miodowsky, convertido en la principal espada de Marcelo Orrego para el periodo 2019-2023. Su estrategia sigue siendo el consenso, aún soportando las críticas de Martín Turcumán o Nancy Avelín, quienes hicieron campaña acusando a la Legislatura de directamente no tener oposición.

Nuevamente parece ser una discusión irremediable, sin punto de encuentro, en este duelo de opositores. Afortunadamente, en democracia hay una salida posible a este tipo de controversias. La palabra final está dentro del cuarto oscuro. El votante tiene un amplio menú de posibilidades, no solo a la hora de elegir gobierno sino también a la hora de ordenar piramidalmente al resto de los frentes y partidos políticos. 

En los últimos 16 años, la preferencia estuvo puesta siempre en los dialoguistas. Resulta curioso el contraste con el escenario nacional, donde parece que sigue mandando la grieta y la moderación se diluye hasta perderse sin chances de regreso. No se trata de cuál modelo opositor es mejor. O cuál representa más fielmente los intereses de la República. Es bastante más simple. Es el que prefiera la gente. 


JAQUE MATE