Y un buen día la llegada de vacunas dejó de ser el problema. Así como sucedió en los países más desarrollados, le pasó también a la Argentina. Finalmente hubo abundancia de dosis pero apareció el siguiente obstáculo: la negativa de un importante sector de la población, que le pone freno a la campaña para alcanzar la inmunidad de rebaño. Frente a esa dificultad, nació la propuesta del carnet sanitario. Pero esta solución no es tan sencilla ni está libre de efectos adversos, como todo lo que trajo aparejado esta pandemia.

Primero el vicegobernador Roberto Gattoni y después la ministra de Salud, Alejandra Venerando, confirmaron en Canal 13 que prácticamente es decisión tomada implementar ese carnet sanitario en la provincia en lo inmediato. Por supuesto la palabra final será de Sergio Uñac. Pero si él dio la instrucción de analizar los esquemas posibles, claramente tiene postura tomada de antemano.

No es creación sanjuanina ni argentina. El mundo está caminando en esa dirección, lo cual no quita los dilemas. Vale hacer un rápido repaso. En Francia habrá que exhibir un certificado de vacunación o un test PCR negativo para participar de reuniones de más de cincuenta personas o entrar a bares, restaurantes y medios de transporte de media y larga distancia. Todo el personal de Salud francés estará obligado a inmunizarse. Se terminó el carácter optativo, tratándose de trabajadores que están en contacto con personas muy frágiles.

Algo semejante se decidió en Nueva York, donde el personal de hospitales deberá vacunarse o presentar un test PCR cada semana. Allá estiman que el 40 por ciento de los trabajadores sanitaristas rechazó la inmunización, aunque parezca increíble.

En Italia quieren restringir el ingreso de no vacunados a centros comerciales y restoranes. En el Reino Unido solo se podrá salir de noche a pasarla bien, con el pasaporte sanitario en mano. En Ecuador algo similar pasará desde octubre.

En Argentina y, por supuesto en San Juan, la vacunación es voluntaria. Por lo tanto no cabe castigar a quien optó por evitarla. Pero a la postre solo la vacunación le pondrá punto final a esta locura de contagios, internados en terapia intensiva e intubados con respiración asistida. El saldo del Covid 19 se puede contar en los 100.000 muertos a nivel nacional y los casi 1.000 a nivel provincial.

Aún con vacuna es posible contagiarse, pero las chances de generar un cuadro grave son ínfimas, insignificantes. Por eso el vacunado podrá retomar lentamente la vieja normalidad. No podría aplicarse el mismo criterio con el no inmunizado, porque seguirá con la misma vulnerabilidad de siempre. Por lo tanto liberarlo de un día para el otro sería someterlo al riesgo de contraer cualquier variante que le cueste la vida. Otra vez podrían colapsar las camas críticas.

La división entre unos y otros se presenta como una medida lógica, que no podrá ser eterna pero que al menos por ahora genera una salida gradual. Primero los vacunados. Los otros, ya se verá más adelante.

Como se dijo más arriba, la solución aparente tiene efectos colaterales. Abre un debate ético. Por eso Gattoni hizo la aclaración de que el carnet sanitario que evalúa la provincia no pretende 'cercenar' el derecho de los no vacunados. Podrán ingresar a espectáculos o bares y restaurantes pero en sectores específicos con mayor distanciamiento y menor factor de ocupación. Los inmunizados podrán estar más pegados unos de otros. Acceder a espacios con más personas en su interior. Algo bastante parecido al mundo previo al Coronavirus.

Al debate ético se le suma el no menos polémico capítulo del control. Si no es viable la inspección, entonces cualquier regulación anunciada se convertirá en letra muerta. Hay sobrados ejemplos de leyes que solo se sancionaron para archivarlas. Uno de los casos más flagrantes es el de la norma que supuestamente sanciona a los bancos y oficinas públicas que demoren más de media hora en atender al público. Un dibujo total.

El carnet sanitario tiene otro impacto deseado, que excede lo estrictamente referido a la salud y repercute en la economía. Habilitar un mayor volumen de clientes dentro de un local comercial sea cual fuere el rubro, con la sola condición de que estén todos vacunados, permitiría darle mayor velocidad al consumo que es uno de los grandes motores impactados por la pandemia. Desde ese punto de vista, resulta muy atractivo avanzar en esa dirección.

Aunque San Juan está en el lote de provincias con mayor porcentaje de población inmunizada, al haber superado el 63 por ciento la semana pasada, todavía hay segmentos con una adherencia mínima. El más preocupante va de los 50 a los 59 años. Según el último reporte de Salud Pública, solo se había vacunado el 32 por ciento.

Es un dato duro. Durísimo. Gattoni habló del daño enorme que hizo el discurso antivacuna de algunos políticos y algunos medios porteños de comunicación. Esa campaña militante tal vez sea irreversible. O no. A lo mejor el tiempo sea verdugo de los disparates. Terminará imponiéndose el testimonio de los que pusieron el cuerpo y no se convirtieron en imanes humanos, no se les adhirió ningún metal, ni tuvieron trombosis, ni se convirtieron al comunismo. Es y será otro gran aprendizaje de la pandemia.

Porque vacunarse hace tiempo que dejó de ser un tema de índole personal. Sí lo es a la hora de decidir, nadie puede ser presionado para actuar en contra de su voluntad. Pero al mismo tiempo se transformó en una cuestión colectiva. Vacunarse termina siendo un acto de solidaridad y de compromiso con el otro. Entonces, en un mundo ideal el carnet sanitario no debería existir. En este mundo, el real, no queda más remedio. Aunque venga con contraindicaciones.


JAQUE MATE