El cuchillo sindical
La unidad de la CGT con la CTA germinó en plena crisis del macrismo, pero actuará en el próximo gobierno. Impactará especialmente en el ámbito docente en San Juan.
Cuando el 3 de octubre Hugo Yasky confirmaba ante 1.600 personas en el Club Atlético Lanús, que la CTA volvía a unificarse con la CGT luego de tres décadas de separación, posiblemente no había decantado el impacto que ese anuncio tendría en cada rincón del país. En San Juan, por ejemplo.
En la provincia, la CTA de Yasky siempre estuvo identificada con sindicatos del ámbito estatal, particularmente del sector docente. Dentro de este espacio, el más fuerte es CTERA, a través de UDAP. Ni Ana María López de Herrera ni su hermana Graciela tuvieron jamás la necesidad de pisar la sede de la CGT de avenida España. Apenas compartieron con el gremio UDA, de Julio Roberto Rosa,la paritaria educativa.
No tuvieron diferencias a la hora de empujar por los salarios frente al ministro de turno. Para el gobierno, resultó una ventaja dividir a los interlocutores y desconcentrar la contraparte sindical. Esta paritaria tripartita -porque además de UDAP y de UDA entró AMET- fue producto de una ley sancionada durante el gobierno de José Luis Gioja.
Los gremios tuvieron que conciliar intereses y salieron ganando. Las diferencias surgieron siempre desde Buenos Aires, por su distinta pertenencia: UDAP a la CTA y UDA a la CGT. Los paros de unos nunca coincidieron con los de otros, sin ir más lejos. No se desconocieron, en la jerga callejera. Conservaron siempre la cordialidad. Pero se esmeraron en figurar cada uno con identidad propia y diferente ante la opinión pública.
Con la atadura que aparece ahora desde la esfera nacional, entre la CTA y la CGT, los sindicatos sanjuaninos tendrán que sentarse más frecuentemente a coordinar inquietudes. Todavía no lo hablaron formalmente, pero llegará el momento más temprano que tarde. Le tocará a Luis Lucero, flamante sucesor de Graciela López, articular esta nueva etapa, inexplorada. Está todo por descubrir.
El mismo Yasqui lo definió desde el punto de vista de la necesidad. No les quedaba otra alternativa, más que "fortalecer la unidad del movimiento obrero". Es que esta definición surgió en medio de un contexto de crisis como pocas veces antes ocurrió. Fue durante el ocaso de la gestión de Mauricio Macri, después de la derrota anticipada sufrida en las primarias del 11 de agosto. El deterioro del salario real, la inflación galopante y la pérdida de puestos de trabajo se convirtieron en ese fantasma que asusta. "Nos unió el espanto", confesó en privado un dirigente sanjuanino. Sobran las aclaraciones.
Paradójicamente, la cohesión sindical para enfrentar a Macri con más espaldas, con mayor poder de fuego, estará en condiciones de actuar no ahora sino durante el próximo gobierno. Potencialmente, podría afirmarse que la unión de las centrales obreras estará esperando a Alberto Fernández, con el ánimo de acompañar pero también de exigir la tonificación de los salarios.
Entonces, parece posible el gran pacto social entre el Estado, las empresas y los sindicatos, con que sueña Fernández como garantía de luna de miel durante los primeros meses de gestión. Pero sería ingenuo contar con una resignación de pretensiones. De hecho, ante la repregunta, Rosa ayer en Banda Ancha terminó advirtiendo que nunca podrían ir en contra de sus afiliados. Ese será el límite de las concesiones.
Los límites pueden parecer algo difusos, de todos modos. ¿Qué significa no vulnerar los derechos de los trabajadores? Los más radicalizados dirán que implica exigir un salariazo. Las patronales agregarán que necesitan una urgente reducción tributaria. Y el Estado, que hace falta el esfuerzo de todos, todas y todes. Parece la tarea indicada para un malabarista.
Lo cierto es que esa unidad obrera germinada el 3 de octubre, durante la peor crisis del macrismo, parece dedicada a Fernández. El cuchillo sindical viene con doble filo. Corta de ida y de vuelta también.
JAQUE MATE