Fue una manifestación de compromiso, el acta firmada ayer por el gobierno de la provincia y los rectores de ambas universidades sanjuaninas, para salvar de alguna manera los enormes agujeros que dejará la pandemia en el aprendizaje de los egresados y egresadas del nivel secundario este 2020 para el olvido. En rigor de verdad, todo está por descubrirse. No hay antecedentes y por lo tanto, tampoco hay manuales que expliquen cómo es el correcto proceder en situaciones tan dramáticas.

Las clases se interrumpieron drásticamente el lunes 15 de marzo. Fueron sustituidas por la virtualidad, con mucho esfuerzo de parte de docentes que tuvieron que aportar desde sus recursos domiciliarios hasta su inventiva para crear metodologías que nadie les enseñó previamente. Fue intercambiar el aula por una pantallita, con todas las limitaciones que ello supone. El drama se palpitó también en cada uno de los hogares con niños, niñas y adolescentes en edad escolar.

Durante estos largos seis meses extraordinarios, hubo un intento de retomar la presencialidad el lunes 10 de agosto. San Juan fue noticia nacional por estar a la vanguardia de todo el país. Se encontraba en Fase 5, la pandemia seguía marginada por fuera de los límites provinciales. Pero duró poquísimo. Apenas 9 días después estalló el brote de contagios en Caucete y hubo que retroceder.

También, durante este prolongado tiempo de escuelas cerradas, hubo un contorsionismo de parte del sistema educativo para dar el año por salvado. Desde el ministro de Nación, Nicolás Trotta, pasando por el ministro sanjuanino, Felipe De los Ríos, hasta los sindicatos docentes UDAP, UDA y AMET, todos buscaron escapar. Cada vez que se les preguntó por la aprobación de las materias, hubo una respuesta lo suficientemente complicada como para quedar en el aire. Cada vez que alguien se atrevió a hablar del ciclo perdido, el sistema reaccionó en defensa propia para rechazar el pesimismo.

Parece haber una confusión. El fracaso no estuvo dado por las personas o los sistemas, sino por una razón de fuerza mayor. Es muy simple y hasta obvio, pero se ha manoseado tanto el debate que vale exponer los datos con la mayor sencillez. Las cosas salieron mal porque llegó una peste repentina. Los docentes pusieron lo mejor de sí, los alumnos y alumnas también. Pero todo fue un remiendo. Una acción valiosa, aunque insuficiente. Los objetivos trazados se fueron disolviendo con el paso de las semanas.

La realidad tarde o temprano golpea. Y la contundencia del zamarrón pone cada cosa en su lugar. El acta compromiso entre el gobernador Sergio Uñac, su ministro de Educación y los rectores de la Universidad Nacional de San Juan y la Católica de Cuyo, estuvo atravesada por el reconocimiento del daño. Para resolver un problema, de gran magnitud en este caso, el primer paso es aceptarlo.

Los rectores Nasisi y Larrea ponderaron el enorme despliegue hecho por las casas de altos estudios, casi defendiéndose de una acusación que nadie les hizo. No son culpables ellos, ni sus instituciones. Tampoco lo es el sistema educativo. Simplemente fue algo que sucedió y que tomó por sorpresa a la humanidad entera. En cada rincón del planeta hubo que enfrentarse a los mismos desafíos.

Quien lo dijo con mayor claridad fue el gobernador. "Nadie podía prever ni la llegada ni los efectos de la pandemia", apuntó Uñac. Y puso como objetivo algo tan simple como intentar "que los daños puedan ser controlados". Los daños. Evitar la palabra no soluciona el inconveniente. Por el contrario, hablar de daños le pone materialidad al presente. El proceso de enseñanza-aprendizaje quedó dañado y nadie puede saber a ciencia cierta en qué magnitud se agravaron las asimetrías. Cuánto más rezagados quedaron unos con respecto a otros.

Uñac pidió "allanar" y "simplificar" el paso del secundario a la universidad, colaborar para que los egresados 2020 puedan insertarse en la carrera elegida con todas las contemplaciones posibles. Esto no irá en detrimento del sistema, por el contrario. En Europa están enfrentando el mismo escenario, según contó tiempo atrás el sanjuanino Pablo Díaz, radicado en Francia. Los estudiantes secundarios terminaron su ciclo sin rendir el examen final integrador pero igualmente se les permitió el ingreso al nivel superior. Los docentes tuvieron que flexibilizar sus criterios.

Retomar la presencialidad en 2020 es más que una utopía. Hay una decisión política en contra de ese apuro. De los Ríos encontró la contundencia y terminó con los rodeos en una rueda de prensa al finalizar la firma con las universidades. "Volveremos cuando podamos, sea la época que sea", contestó en línea con Nación. El Covid-19 obligó a hacer un replanteo integral.

Fue bueno lo que sucedió este martes en la Sala Cerdera. En primer lugar, porque irá en beneficio de los miles de ingresantes a las universidades que habrán terminado su secundario sin siquiera ir a la escuela, sin viaje ni baile de egresados, sin foto de fin de curso, sin guardapolvos o uniformes firmados con birome para la posteridad.

Pero fue bueno lo que sucedió este martes fundamentalmente porque por primera vez se habló con una necesaria dosis de realidad. El daño provocado en la educación no se puede camuflar. Ojalá se pueda controlar y, con el tiempo, sin desesperación, empezar a reparar.


JAQUE MATE