Es un día del maestro raro. Y hasta resulta obvio plantearlo, porque todo lo sucedido en este 2020 se convirtió en atípico, con la marca de la pandemia. Pero en el caso de la educación, lo extraordinario llega a la cúspide, básicamente porque las escuelas están cerradas y ni siquiera en el sueño más optimista aparece la chance de abrir las aulas en lo que resta de ciclo lectivo.

Escuelas cerradas no es sinónimo de receso. Por el contrario, todo el sistema educativo, contando desde los docentes hasta los alumnos y sus familias, se vio sometido a un experimento virtual. La tiza y el pizarrón cambió por pantallas de computadoras o celulares. La clase presencial migró, en el mejor de los casos, a una videollamada grupal. Los vínculos humanos se pusieron a prueba. Si resultó duro para los adultos el proceso de adaptación, para los niños y adolescentes directamente pudo significar un shock.

Impedidos de ponerse el guardapolvo o el uniforme, los estudiantes tuvieron que acomodar un rincón de su hogar como espacio escolar. Son infinitas las anécdotas de madres y padres angustiados al ver a sus hijos inhibidos frente al teclado. Y son también numerosos los gestos de gratitud hacia los docentes que inventaron procedimientos que no tenían, probaron con estrategias que nunca nadie les enseñó, exprimieron hasta la última gota de experiencia para quebrar la frialdad de los monitores.

Evaluar lo aprendido quedará para más adelante. No apareció todavía la autoridad educativa nacional ni provincial capaz de someter a una exigencia adicional a alumnos y docentes pero también a las familias que tuvieron que sobrellevar los difíciles días de cuarentena. Mucho menos cuando las asimetrías quedaron al desnudo. Tener una computadora mejor o peor hizo la diferencia. Tener una computadora o no tenerla marcó la exclusión. Contar con un celular más o menos actualizado también trazó una divisoria. Disponer de conexión wifi en el domicilio y paquete de datos suficiente en el teléfono fue esencial. No todos los bolsillos fueron capaces de afrontar el reto.

Curiosamente, esa asimetría se reflejó tanto en los alumnos como en los docentes. Porque no es igual dar clases en un contexto urbano que en la periferia o en zona rural aislada. Tener tecnología y conectividad cuando llegar a la escuela solo es posible caminando kilómetros sobre una huella pedregosa, es utópico.
 
Las escuelas cerradas agravaron estos contrastes. El guardapolvo blanco se extrañó más que nunca. Esa vestimenta igualadora, aprobada el 1 de noviembre de 1919 en la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen y declarada obligatoria en 1942, quedó colgada en una percha. Fue otro símbolo de los tiempos extraordinarios. Otra imagen pesada de digerir en el aniversario del fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento.

“Enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción”, propuso el pedagogo Paulo Freire, inspirador de la educación moderna. Quedó atrás la época de la memorización mecánica y de la lejanía entre el docente y el alumno. Quebrar el trato frío y distante se convirtió en uno de los postulados que hace posible la idea de enseñar a aprender. ¿Cómo hacerlo en estos días de contacto cara a cara prohibido?

Vencer los miedos se volvió la materia cotidiana. Aprender a convivir con el virus es y será la prioridad, por un simple criterio de subsistencia. Ese es el desafío de la pandemia y de los tiempos que vienen. Por supuesto que las personas no se pueden programar como máquinas y las emociones estarán presentes. El miedo al contagio estará naturalmente. El miedo al aula, también. El miedo a no saber cómo actuar será otra barrera para superar.

Las clases presenciales volvieron en 14 de los 19 departamentos de San Juan el 10 de agosto y se tuvieron que cortar drásticamente el jueves 20 en Caucete y municipios aledaños, tras el brote de Coronavirus. El resto se detuvo totalmente el lunes siguiente ya en Fase 1 para toda la provincia. Igualmente no debería interpretarse como una derrota o una frustración. Es otro de los signos de la peste. 

Las clases en Francia comenzaron el martes 1 de septiembre y al día siguiente tuvieron que cerrar 22 escuelas en todo el país por contagios detectados. Así fue el inicio del nuevo ciclo lectivo, en una nación prestigiosa por su sistema educativo. El país galo debió abortar el periodo anterior por el arribo del Covid-19 dejando a egresados del secundario sin su último examen integrador, pasándole a las universidades la misión de nivelar antes de empezar cualquier carrera de grado. Todo fue relatado por el sanjuanino Pablo Díaz, docente de letras radicado en la ciudad de Pau.

Es un día del maestro raro. Pero sigue habiendo motivos para celebrar la educación común, gratuita y obligatoria establecida por la ley 1.420 del sanjuanino que llegó a presidente de la Nación. El aprendizaje de la pandemia será imborrable. Y los docentes habrán escrito un capítulo inolvidable para toda una generación.


JAQUE MATE