Cuando parecía que todo podía estallar por los aires, hubo humo blanco. Por supuesto habrá elementos para interpretar que la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner se terminó imponiendo sobre el presidente Alberto Fernández, porque de hecho así sucedió. Pero entre las profecías apocalípticas y las euforias irracionales, queda el camino todavía no recorrido y expectante de un gobierno que parece haberse relanzado, precipitadamente, luego del golpe electoral adverso hace apenas una semana.

Hay que desglosar la idea para que se pueda comprender, porque puede resultar compleja. La derrota en las primarias detonó la calma aparente del gobierno nacional. Se cayó la pantalla alimentada por encuestas. Se derrumbó la ficción que suponía un altísimo nivel de conformidad, reconocimiento y aprobación hacia la gestión de Alberto. Devaluadas y vaciadas de sentido, las PASO tuvieron mucha utilidad igualmente. Sirvieron para poner blanco sobre negro. Inapelable. Mapa amarillo casi por completo como llamado de atención para la Casa Rosada, la Quinta de Olivos y todos sus residentes temporarios.

Entonces, el clima triunfalista que silenciosamente algunos se atrevían a discutir puertas adentro, se desmoronó. Bienvenida realidad. No hubo giro a la derecha. Fue simplemente la manifestación popular de insatisfacción. Justificada insatisfacción. Con la pandemia relativamente controlada, lo sanitario ya no alcanza. La tolerancia llegó al límite, como era sabido. Las elecciones simplemente despejaron toda duda.

Vía Wado De Pedro, Cristina apuró al presidente. Le vació medio gabinete y forzó el relanzamiento del gobierno. Y fue de cara a toda la sociedad. Las tensiones internas se convirtieron en un gran reality show, con nominados y todo. Aquí habrá interpretaciones políticas en uno y otro sentido. Que ella se impuso. Que él le dio el gusto a medias. Que entre los dos pusieron al país al borde del abismo, dirán los más tremendistas.

Tal vez haya que acostumbrarse a situaciones de este calibre, en un gobierno de coalición. Porque como dijo el General, 'peronistas son todos'. Pero cada uno tiene su propio andarivel. Las tensiones entre presidentes y sus vices no son una novedad. Las tuvieron Carlos Menem y Eduardo Duhalde. También Fernando De la Rúa y Chacho Álvarez. Cómo olvidar el voto no positivo que le plantó Julio Cleto Cobos a Ella, en plena pulseada con la Mesa de Enlace por la 125.

La renuncia de Wado y compañía, que fue un mensaje explícito de Cristina, tuvo reacción desde la Casa Rosada. Gruesas columnas periodísticas alimentadas off the record la acusaron de apretar con deslealtad al presidente de la Nación. Si esperaban que se replegara, no la conocen todavía. Retrucó con una carta que no dejó lugar a dudas. Acusó con nombre y apellido al vocero de Alberto, un señor llamado Juan Pablo Biondi, de operar en su contra. Por supuesto, el aludido jamás podría haber actuado sin respaldo. Terminó convertido en fusible. Tuvo que renunciar.

Del tridente albertista más cuestionado, sobrevivió el ministro de Economía, Martín Guzmán, y el de Producción, Matías Kulfas. Se cayó el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, aunque tuvo un nada despreciable premio consuelo, al ser designado ministro de Relaciones Exteriores y Culto. Chau Felipe Solá. En la Jefatura de Gabinete quedó el tucumano Juan Manzur, como prenda de unidad del presidente y la vice. Ella lo había pedido. Lo dejó plasmado en su epístola.

En la jugada no solo se quedó afuera el canciller Felipe Solá. También saltaron Nicolás Trotta de Educación, Roberto Salvarezza de Ciencia, Luis Basterra de Agricultura y Sabina Frederic de Seguridad. Detrás de las lecturas, todas interesadas, hay un dato indiscutible: un necesario relanzamiento de gobierno, para una administración reprobada en las urnas. No es relato, es realidad.

Y hablando de lecturas interesadas, hubo de todo tipo y para todos los gustos. Estuvieron las profecías apocalípticas, acerca de una etapa de gasto público desmedido con emisión monetaria desenfrenada para comprar voluntades y rifar el futuro inmediato. De acuerdo a esta interpretación, Argentina va rumbo al colapso total con una inflación desbocada y un estallido inevitable.

Pero estuvieron también las lecturas optimistas. Si lo escrito por la vicepresidenta es correcto y el presupuesto en el último trimestre está subejecutado, eso siempre significó ineficiencia en la gestión. Tener partidas sin aplicar equivale a trabajo no hecho. Para cualquier gobierno, tener recursos ociosos, más que un ahorro es  un despropósito. Mucho más aún cuando hay una economía acostada que necesita reactivación de manera urgente y acelerada. No es secreto que el consumo activa la producción del aparato pyme y que este último es el responsable de generar el 80 por ciento del empleo en todo el país.

El presidente del bloque oficialista de la Cámara de Diputados de Nación, Máximo Kirchner, tuiteó este fin de semana: 'alerta de spoiler, en noviembre la damos vuelta'. Obviamente se refería a la elección general. Es su desvelo y se entiende. Para el resto de la humanidad que convive en este territorio, la suerte electoral de uno u otro es totalmente secundaria. Primero hay que componer la situación de los hogares. La votación será apenas una circunstancia derivada del nivel de satisfacción con la gestión de turno.

Entonces, cuando parecía que todo podía estallar por los aires, hubo humo blanco. Y sí, Cristina tuvo su victoria. Y sí, Alberto podrá iniciar la semana con una expectativa renovada en áreas muy sensibles como Educación y Seguridad. Pero entre las profecías apocalípticas y las euforias irracionales, queda el camino todavía no recorrido. Ese que no se termina el 14 de noviembre, sino el 10 de diciembre de 2023.


JAQUE MATE