Unas 24 horas antes del anuncio presidencial, el vicegobernador Roberto Gattoni dijo en Banda Ancha: 'Descartamos una Fase 1'. Fue una declaración política en nombre de una provincia que buscó por todos los medios escapar a la asfixia del Coronavirus, con una meta difícil de alcanzar. Se pretendió garantizar el funcionamiento del sistema sanitario sin afectar la actividad económica ni las clases presenciales. La primera pata del triángulo se agrietó peligrosamente. Las otras dos se vinieron abajo por decreto presidencial. Dolorosamente. Inevitablemente.

San Juan rompió su propio récord de contagios este jueves, al alcanzar 510 casos positivos. Fue el peor número desde que empezó la pandemia. El nivel de ocupación de camas de terapia intensiva llegó al 85 por ciento. Todo el sistema quedó al límite de sus posibilidades. En el semáforo epidemiológico, todo el territorio quedó marcado en un rojo de alto riesgo. Sin atenuantes.

En Argentina nuevamente hubo más de 35.000 casos positivos y arriba de las 400 muertes, con una demanda creciente de camas críticas. La curva se amesetó muy arriba. Sigue subiendo y el frío todavía no llegó. A partir de este viernes comenzará la cuenta regresiva para el invierno, faltando todo un mes por delante. Si no se actúa de alguna manera, la situación solo puede empeorar.

Está claro que las restricciones son urgentes. El mundo entero tuvo que pasar por lo mismo con cada rebrote de contagios. En el Hemisferio Norte la segunda ola, la tercera y la cuarta han sido cada vez más agresivas. Argentina no podía escapar a esta realidad más allá de algún sentimiento de seguridad falsamente alimentado por la caída estacional de casos. El veranito significó una tregua. Apenas un momento para respirar y volver al combate.

La receta para aplanar a martillazos la curva de contagios y aliviar el sistema sanitario es una sola: hay que sacar gente de las calles y guardarla en su hogar. Esa vieja y gastada consigna de 'quedate en casa' vuelve a cobrar sentido. Está la vacunación como herramienta, por supuesto. Pero Argentina todavía está muy lejos de alcanzar el 75 por ciento de población vacunada, criterio consensuado para empezar a liberarse de la peste.

Lloverán las críticas acerca de las dosis prometidas que no llegaron, porque ciertamente hubo compromisos incumplidos. El gobierno de Alberto Fernández contaba con 10 millones de unidades de Sputnik V entre enero y febrero. No sucedió. El proceso fue mucho más lento que lo planteado originalmente y ganó la segunda ola

Entonces hubo quienes resumieron el anuncio presidencial con un slogan tremendo: a falta de vacunas, confinamiento. Es una síntesis implacable. Certera pero teñida de miopía.

Argentina continúa entre los 20 primeros países más vacunados, en un concierto de más de 190 naciones. Está lejos del exhibicionismo estadounidense, donde uno se puede inyectar hasta en la playa con la malla recién salida del agua. Pero la realidad argentina está lejos de ser la peor del mundo al menos en esta materia.

Sin embargo esta discusión termina siendo estéril, básicamente porque el sistema se desbordó. Los posteos en redes sociales, los memes y los rezongos no van a frenar los contagios. No parece oportuno distraerse. Como tampoco sirve acusar a determinado distrito por no haber estado a la altura de las circunstancias, por haber hecho la vista gorda, por haber ignorado las estadísticas sanitarias.

La gravedad de la peste impone tener una mirada elevada, que ponga por delante el objetivo común. Ese objetivo no puede ser otro que detener la transmisión viral. Lo único imperdonable sería seguir enterrando 500, 600 y 700 personas diarias. O peor aún, dejar morir infectados en sus domicilios porque ya no quedan camas.

El impacto económico dolerá doblemente. Porque el Coronavirus sacudió al mundo, pero noqueó a los argentinos y las argentinas. La parálisis por nueve días dejará sin sustento a los cuentapropistas, a los que mantienen a sus familias con un oficio. Los que no tienen sueldo. Desgarrará los ingresos a las cientos de miles de pymes que son las principales dadoras de empleo en todo el país. Cualquier asistencia que otorgue el Estado será apenas un paliativo. Una aspirina para un enfermo terminal.

Es el fracaso del distanciamiento social, preventivo y obligatorio. Aún con una mejor vacunación, si los controles no estuvieron a la altura de lo necesario, era esperable una explosión de casos como la que hoy soporta el país y la provincia. Era evidente el relajamiento, a veces a escondidas de la autoridad, otras veces a la vista de cualquiera.

La afectación de clases por el momento será mínima. Quedaron solamente tres días hábiles dentro los nueve que abarca el confinamiento. No debería alterar sustancialmente el proceso de enseñanza y aprendizaje que tan lastimado quedó durante el 2020. Pero sería prudente dejar este capítulo abierto, porque las futuras decisiones estarán atadas a la evolución de los contagios

Contagios que no están sucediendo dentro de las escuelas, no masivamente. Pero la presencialidad implica miles y miles de personas en circulación en la vía pública. Es el caldo de cultivo ideal para multiplicar los casos.

El presidente Fernández no solo anunció medidas este jueves sino que dejó una serie de definiciones políticas, en un tono enérgico que no se le escuchaba desde el inicio de la pandemia, allá por marzo del año pasado. Fue su momento de mayor popularidad. Hoy su imagen está bastante deteriorada y será interesante medir en los próximos días cómo cayeron en la opinión pública las decisiones adoptadas.

Cuando dijo que el país no puede tener 24 estrategias sanitarias ante una situación tan grave, le habló a Horacio Rodríguez Larreta, pero también se dirigió a los suyos. Fue un mensaje directo para recuperar el timón luego de haber federalizado las acciones con un resultado que está a la vista. Hay riesgo de naufragio.

Fernández dijo que en algunos lugares no se cumplieron todas las medidas, en otros se implementaron de manera tardía y en otros los controles se relajaron, han sido muy débiles o simplemente no existieron. Facturó responsabilidad a los gobiernos provinciales.

Se equivoca el presidente echando culpas, porque la mayor de las responsabilidades es la suya. Después sí, también, de los gobernadores. La situación se tornó terminal. No solo la salud quedó en un punto crítico sino también la economía. Es tiempo de actuar y dejar las especulaciones para otro momento. No hay margen para más errores.


JAQUE MATE