'Yo no sé si la gente está enojada con Alberto Fernández, está enojada con lo que vivimos. Son situaciones muy difíciles', dijo el intendente Fabián Gramajo este jueves en Banda Ancha. Sea quien fuere el destinatario del malestar, hay disconformidad. Y el oficialismo sanjuanino ha tomado debida nota de ello. Se presenta una campaña desafiante para renovar el voto de confianza ciudadano.

San Juan queda muy lejos del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), sin embargo la penetración del mensaje de medios porteños con alcance nacional perfora la opinión pública y desdibuja los límites. Lo que sucede en los alrededores del Obelisco se vuelve parte de la realidad cotidiana. Aún cuando la mayoría de los sanjuaninos y sanjuaninas no haya pisado jamás la Avenida 9 de Julio.

El presidente de la Nación tomó medidas ingratas esta semana, cuando dispuso restringir la circulación desde las 20 hasta las 6 de la mañana del día siguiente, con control de fuerzas federales en las calles, además de interrumpir por dos semanas las clases presenciales desde el próximo lunes. A esa serie de anuncios antipáticos para porteños y bonaerenses del conurbano, Fernández agregó una desafortunada frase. Se metió nada menos que con el sistema de salud.

Paradójicamente, el presidente pidió un aplauso para todos los trabajadores de la salud en su mensaje de apertura de sesiones el 1 de marzo en el Congreso Nacional. Quedó escrito y grabado. Pero en la febril secuencia de entrevistas esta semana dijo que el sistema sanitario se relajó y que tanto clínicas como sanatorios comenzaron a hacer intervenciones quirúrgicas que podían esperar, ocupando camas de terapia intensiva que hoy deberían estar disponibles para pacientes Covid 19.

Por supuesto, como era de esperar, la frase quedó sintetizada de la peor manera. Fernández acusó al personal de salud de haberse relajado. Minutos después estalló la indignación y la catarata de reacciones. Hasta el Colegio Médico de San Juan emitió un comunicado en duros términos, pidiéndole al presidente que se retracte.

Este jueves Fernández intentó aclarar. 'De ningún modo hablé del relajamiento de los médicos, solo gratitud tengo', dijo con poquísima repercusión. El daño estaba hecho. Hay tierra fértil para que brote el malestar. La pandemia se estiró más allá de la tolerancia de cualquiera y, como está pasando en el mundo, basta una gota para rebalsar el vaso.

Frente a la escalada de contagios, focalizada peligrosamente en Buenos Aires y alrededores, parece sensato tomar medidas, al igual que hicieron las principales naciones europeas. Incluso en privamera, con tiempo más amigable, no logran salir de los confinamientos. Chile sigue con toques de queda y permisos para salir apenas un par de veces a la semana para comprar alimentos.

Pero no es solamente el contenido de las medidas lo que vaya a juzgarse, sino especialmente el modo y el tono. Fernández dispuso suspender las clases presenciales en un punto focal de la Argentina, el AMBA, sin afectar el ciclo lectivo en ninguna otra provincia argentina. Y lo hizo además con un plazo acotado a dos semanas. No por tiempo indefinido. Sin embargo, el asunto se politizó y fue capitalizado por la oposición. Era una acción esperable. De manual.

'El aula más peligrosa de todas es la que está cerrada' dijo el jefe de Gobierno Porteño, Horacio Rodríguez Larreta, poniéndose del lado de las cacerolas y medido de cerca además por el expresidente Mauricio Macri, que había tuiteado horas antes. El problema no parecen ser las escuelas, donde los protocolos de distanciamiento social han reducido al mínimo los contagios. El riesgo aparece en la circulación por la vía pública, la ocupación del transporte de pasajeros.

No hay nada novedoso. Es una decisión internacional, aplicada a lo largo y a lo ancho del mundo. Frente a un repunte de casos, se restringe la circulación hasta aplanar la curva. Así se gana tiempo. Y se descongestionan las camas de cuidados críticos. Esta es la nueva normalidad. Sin embargo, se proyectó la decisión nacional como si el parate de la presencialidad porteña y bonaerense involucrara a las 22 provincias restantes.

Las malas noticias no pararon ahí. La inflación de marzo llegó a 4,8 por ciento y fue el peor registro en 18 meses. La meta expuesta por el ministro Martín Guzmán, pende de un hilo. Si en tres meses los precios acumulan un alza del 13 por ciento, llegar a diciembre con el 29 por ciento parece un sueño inalcanzable.

Tiene motivos de sobra el sanjuanino promedio para estar molesto. Aún cuando Buenos Aires quede tan lejos. Aún cuando las clases no se alteren aquí y la economía pueda seguir funcionando completamente abierta. La furia no entiende razones. No discrimina. Habrá que hacer un esfuerzo adicional para poner blanco sobre negro. Reconocer los errores. Pero también identificar las maniobras que pretenden pescar en el río revuelto.


JAQUE MATE