Sábado por la tarde. Apenas habían pasado las 17 horas. En un retén policial, un joven uniformado detuvo al vehículo y, detrás del barbijo, le preguntó al conductor su terminación de DNI. El civil le explicó al agente que estaba confundido, porque las visitas familiares no tienen restricción por finalización de documento sino por banda horaria. Se habilitó, por segundo fin de semana consecutivo, transitar hacia la casa de un ser querido entre las 11 y las 19. Tras un mínimo intercambio, el efectivo hizo la consulta con su superior, a escasos metros, entre los conos naranja, y volvió con la confirmación de que no había objeciones para circular en ese momento. Le tomó los datos al automovilista para completar el registro en su planilla y el asunto quedó reducido a una anécdota.

El episodio, sin embargo, sirve para graficar las incontables situaciones que, a 74 días de haber comenzado la cuarentena, han tenido que protagonizar quienes están a cargo de los controles y quienes han intentado seguir adelante con sus vidas, a pesar de la pandemia. Huelga la aclaración: no ha sido cómodo absolutamente para nadie. La paciencia debió estirarse hasta el límite del malhumor. Peor aún, entendiendo que las restricciones tienen cuerda para rato. El invierno aún no arrancó. La curva epidemiológica recién está empezando a trazarse en la provincia. Convivir con el Covid-19 significa, entre otras cosas, estar dispuesto a dar explicaciones en cualquier esquina.

La incomodidad evidente es el punto de partida para entender una parte del legítimo cansancio social. Otro aspecto obligatorio para el análisis es el perjuicio económico. No requiere de mayor explicación. El cierre total dejó el tendal de emprendedores y pymes en situación agonizante, mientras los sindicatos tuvieron que acordar la reducción de salarios para evitar los despidos. La reapertura de restoranes y bares desde el próximo viernes obedece estrictamente a la subsistencia. Lo admitió el vicegobernador Roberto Gattoni la semana pasada. Nadie sueña siquiera con que la recaudación vuelva a los niveles previos a la pandemia. Alcanza por ahora con el permiso para trabajar, para ganarse el sustento.

Son palabras recurrentes. Controles, permisos, autorizaciones. El estado de excepción se instaló provisoriamente pero con el paso de los días, las semanas y los meses, la normalidad se tornó cada vez más lejana. Entonces, cobijadas en la angustia colectiva, empezaron a proliferar las consignas anti-cuarentena. Inteligentemente, sectores de la oposición que representan a pequeñas minorías, diseñaron una consigna lo suficientemente amplia como para contener a las mayorías y ponerse al frente de un conjunto que no necesariamente representan, pero las circunstancias juegan a su favor.

Entonces volvieron a escena los slogans gastados pero aún efectivos: "nos quieren convertir en Venezuela" o "esto es comunismo". Incluso, expresiones más sofisticadas se atrevieron a comparar la cuarentena y el aislamiento con el ghetto de Varsovia, sin el menor pudor de estar manoseando el holocausto con fines políticos o ideológicos. La escandalosa definición de Juan José Sebreli no pareció serlo tanto. Primero por su estatus intelectual, que lo habilita a jugar de local en determinados foros públicos. Segundo, porque lo dijo en medio de un contexto apto. Enojarse con la cuarentena está bien. No puede haber una sola persona feliz con las restricciones, ni siquiera aquellas que acuerdan con que es la única herramienta eficaz contra la pandemia.

El fin de semana hubo otra vuelta de rosca, con la fabricación de una nueva palabra: "infectadura". Contracción de infección y dictadura, el vocablo cierra por todos lados para convertirse en tendencia en redes sociales, imprimirse en gorritas, remeras y banderas. Coincidió con la manifestación del sábado por la tarde que, erróneamente, fue ridiculizada. Hubo hasta un muchacho que confesó protestar porque hacía 80 días que no lograba tener relaciones sexuales debido al confinamiento. Y fue apenas uno de los tantos zócalos que reflejaron el movimiento en redes sociales, para bajarle el precio al mahumor social.

Menospreciar la angustia, es equivocado. La cuarentena ya se convirtió en motivo de grieta. Fue un acto intencional, digitado, funcional para el aprovechamiento de sectores dispuestos a desacreditar la investigación científica sin más argumentos que la presunción de una conspiración de escala planetaria. No es un tema sanjuanino ni argentino en particular. El mismísimo presidente de los Estados Unidos acaba de dar el portazo a la Organización Mundial de la Salud. Frente a tanta irracionalidad, lo más sensato parece escuchar para no dejar a nadie afuera.

Aún los argumentos más increíbles, incontrastables, infundados, merecen una respuesta. Porque el fondo es uno solo: el cansancio. La reacción más inteligente es atender estos reclamos. Caso contrario, siempre habrá alguien más hábil, con el pulso suficiente para ponerse a la vanguardia, sin demasiado talento propio, pero con suficiente sentido de la oportunidad. Con la consigna perfecta, ideal para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero.


JAQUE MATE