Para definir a Diego Maradona habrá biógrafos especializados, gente del campo deportivo con buena pluma. Los hay, muy buenos. Habrá también sociólogos, historiadores y psicólogos, en todos los idiomas, estrujando hasta la última gota del argentino más argentino. Tan argentino que despertó pasiones y una grieta irreconciliable, aún en su despedida de este mundo.

Sin tan elevada pretensión, lo que sigue es apenas una descripción del fenómeno que el país entero vivió en poco más de 24 horas, bajo la mirada atónita del planeta. Una postal con un protagonista excluyente, que sintetiza esa esencia celeste y blanca capaz de traspasar el fútbol, porque Diego fue bastante más que un magistral jugador dentro de la cancha. 

Su vida se convirtió en un reality. Se sometió voluntaria o involuntariamente al juicio público. Ni siquiera en el lecho de muerte pudo escapar a su destino.

La pasión se volcó a las calles. Con el corazón desgarrado. Con el barbijo puesto de a ratos. El paso ritual por la Casa Rosada de decenas de miles de personas empezó con alteraciones y terminó todavía peor. Hubo desborde cuando los que aún esperaban intuyeron que no iban a poder despedirse. Treparon por las paredes a escasos metros del despacho presidencial. Hubo balas de goma y gases lacrimógenos. Corridas. Disuasión. Represión. Una imagen tan argentina como el mismo Diego. 

El desborde

Por primera vez en ocho meses la pandemia tuvo que esperar. Alberto Fernández pagó el costo. Mostró una Plaza de Mayo saturada de personas, sin más remedio que esperar los contagios. Hubo abrazos junto al féretro en el interior de la Casa Rosada. Todos los 'no' se convirtieron en 'sí'. Como un último gesto de rebeldía, de desobediencia. El presidente tuvo la alternativa de mantenerse al margen y dejar el velatorio y la inhumación en la intimidad de la familia Maradona. Pero intimidad y Maradona son dos palabras incompatibles.

Fernández dijo que si no hubiera dispuesto la Casa de Gobierno y todo el operativo oficial para despedir a Diego, las cosas hubieran resultado peor. Es altamente posible, aunque inverificable a esta altura. Habrá seguramente una catarata de críticas opositoras por la medida del Jefe de Estado. Lo acusarán -ya lo acusaron- de utilizar políticamente a Maradona. De apropiarse del fenómeno popular. Como si la pasión pudiera transferirse.

Maradona nunca huyó de la grieta. La moderación no era su estilo. ¿Podía tener un funeral ordenado, restringido por el distanciamiento, ajustado a las reglas de la peste? Cada uno podrá imaginar cuál hubiera sido la respuesta del ídolo.

Decenas de miles de personas en la Casa Rosada

Así como Maradona se convirtió en la palabra universal asociada a la Argentina, el mundo giró hacia este extremo austral del continente para ser testigo de un acontecimiento histórico. Hubo expresiones de todos los líderes mundiales. Desde una sentida carta del presidente francés Emmanuel Macron hasta una reverencia del número uno del tenis, el serbio Novak Djokovic. También algún gesto de desdén del presidente uruguayo Luis Lacalle Pou. No pudo callar su distancia. Ni permanecer indiferente.

Diego también sometió a un fuerte debate interno al movimiento feminista. Él, que costó que reconociera a sus hijos. Él, que tuvo denuncias por violencia de género. Sólo él pudo agigantar tanto su figura que incluso le pasó por encima a los pecados del pasado. Desde Thelma Fardin hasta Mariana Carbajal lo saludaron con el reconocimiento que solo un ídolo popular puede tener. Ambas referentes debieron explicar también su propia contradicción

Porque en definitiva, no hay mayor acto de liberación que soltarse las ataduras de lo políticamente correcto. Y para entender a Maradona, nada encaja dentro de los reglamentos. Solo gritar el gol hasta quedarse sin voz, esperando que el árbitro no haya visto la mano de Dios. Argentina en su más auténtica versión.

La mano de Dios

Aún en el error, aún en lo que estaba mal, el Diez se jugó a fondo y sin medias tintas. Aquel tobillo destruido y deformado por la inflamación tal vez se convierta en el símbolo de su proceder: siempre de pie, a como dé lugar, soportando los dolores, pagando el precio de ser.

Diego nació en el lugar incorrecto. En una villa del conurbano bonaerense donde los sueños se diluyen en la necesidad de llenar el plato de comida. O no. Posiblemente haya sido el sitio indicado. Esa raíz de pueblo que jamás abandonó. Su ADN quedó impregnado de barrio. Vibró siempre en la misma frecuencia que la gente común. Esas personas que de repente sintieron anudarse la garganta cuando supieron que el Diez había partido.

El Diego de Villa Fiorito

Maradona fue incómodo hasta en la tumba. Como unos pocos en la historia. Apenas un puñado. Así se fue el pibe de Villa Fiorito que conquistó el mundo y que sintetizó la argentinidad al palo.


JAQUE MATE