A menudo el refranero popular sintetiza esos saberes pulidos de generación en generación, con la sencillez de la calle y la claridad de lo que ha dictado la experiencia. "Cada quien sabe dónde le ajusta el zapato", reza el dicho en cuestión.

Podrán existir varias otras maneras de explicar que el dolor que más duele siempre es el de uno mismo, mucho más que el dolor ajeno. Pero lo cierto es que aquella frase alusiva al calzado, redonda, no admite competencias. Está hecha y funciona. ¿Para qué innovar?

"Cada uno sabe dónde le ajusta el zapato", dijo por ejemplo un prestigioso traumatólogo sanjuanino al diagnosticarle artrosis a una señora de varias décadas recargadas sobre su columna lumbar, para dejar en manos de la paciente la decisión de la analgesia.

Valga la anécdota, ocurrida la semana pasada, como demostración de la transversalidad de este saber popular. Como toda expresión cultural nacida en la gente, no distingue niveles de instrucción. Iguala y permite que en un santiamén todos puedan hablar de lo mismo.

Aquella reflexión acerca del dolor propio por encima del dolor ajeno se puede traspolar al interés particular sobre el interés general. A menudo cuesta un tremendo esfuerzo visualizar el beneficio colectivo, despojándose de los objetivos propios.

Pudo haberle pasado por estos días a cualquier estudiante de las universidades, tanto la Nacional como la Católica. Su mesa de examen fue pospuesta sin fecha tentativa siquiera. Y su plan se fue por la alcantarilla. Habrá pensado el alumno que siempre habría alguna posibilidad para zafar de la excepción, para que la autoridad competente comprendiera que el suyo era un caso diferente. Que valía la pena reconsiderar la medida genérica. Pero no.

El Coronavirus y el estado de emergencia sanitaria ha puesto a todos, en mayor o menor medida, frente a este desafío de medir el interés personal con el interés general. Fue así que para algunos recién llegados del exterior resultó impensable recluirse en su hogar como aconsejaban las autoridades. E igualmente salieron a compartir espacios públicos. Posiblemente, con la convicción de que la enfermedad era preocupación de otros. Y como el zapato todavía no ajusta, resulta improbable sentir ese dolor ajeno.

Ocurrió aquí en San Juan hace un par de domingos. Hubo una reunión muy emotiva en un domicilio particular. No cabe revelar el motivo de la convocatoria familiar, en respeto a esa intimidad. Pero entre los invitados apareció un conocido dirigente recién llegado del extremo norte del continente. En el momento, posiblemente nadie haya notado que era una persona que estuvo durante horas transitando por aeropuertos y compartiendo cabinas de aeronaves cerradas herméticamente.

Si alguien advirtió el dato, lo mantuvo bien guardado para sí mismo. Tal vez el protocolo del coronavirus no había llegado al extremo que alcanzó una semana después. En cualquier caso, el interés personal se impuso sobre el interés general.

Algo semejante podría advertirse en los dos kilómetros de fila para ingresar al balneario atlántico de Monte Hermoso este lunes. Con la confirmación del par de semanas sin clases, hubo miles de personas que asumieron que era una buena oportunidad para disfrutar de las minivacaciones. Total, el Covid-19 es todavía una construcción teórica que rara vez se ha visto en el país.

Como el zapato no ajusta, ese dolor se desconoce. Sin embargo, a veces, solo a veces, hay que atreverse a patear el refranero. Tener la capacidad de mirarse en el conjunto, salir de la individualidad, como último recurso de supervivencia.


JAQUE MATE