Es como un metrónomo que marca el compás. A cada crisis económica, sobreviene una crisis política. Y viceversa. Como dos caras de la misma moneda, aunque una se muestre antes que la otra alternativamente. Para pesar de muchos, la madre de todos los males es al mismo tiempo la única vía de solución a los problemas creados.

Argentina está inmersa en uno de esos quiebres cíclicos que azotan el bolsillo y el ánimo social. El crédito electoral de Alberto Fernández multiplicado por la autoridad demostrada al comienzo de la pandemia hasta alcanzar niveles de popularidad muy superiores al 60 por ciento, hoy está achicándose. No importa la consultora que se considere. El deterioro de ese contrato social marca la urgencia de cumplir lo prometido, más allá de la imposibilidad impuesta por la pandemia. 

Aquello de "llenar  la heladera" se convirtió, a esta altura de la historia, en la espada de Damocles de la gestión. Tanto como lo fue el slogan macrista de "pobreza cero". Y tantos otros antes que también se diluyeron en la realidad del quehacer cotidiano. Con las manos a la obra, muchas veces los papeles se queman.

Por eso el gobierno nacional está intentando inyectar recursos a través de la obra pública, especialmente en viviendas y caminos, como eterna receta neokeynesiana para reactivar el consumo interno. Esa es la gallina de los huevos de oro que le funcionó a Néstor Kirchner desde 2003 en adelante, montado en una devaluación atroz que le hizo el favor de asumir Eduardo Duhalde, más una cotización récord de la tonelada de soja. Por supuesto, el santacruceño también tuvo pragmatismo para montarse hábilmente en el contexto. Nunca las cosas salen bien por generación espontánea.

Aquella receta empezó por el ordenamiento de la deuda defaulteada. Alberto y su ministro de Economía, Martín Guzmán, comenzaron por ahí también. Queda el voluminoso capítulo del Fondo Monetario Internacional, pero hay medio camino recorrido con el acuerdo alcanzado con los bonistas. La situación cambiaria sigue siendo uno de los peores inconvenientes para un Banco Central de reservas escuálidas. Y el Coronavirus hizo lo suyo para duplicar las dificultades. En términos sanitarios, podría decirse que la peste entró a un país que tenía otras comorbilidades.

San Juan no está exenta de este panorama nacional. Sergio Uñac fue reelecto el año pasado con un respetable 56 por ciento de votos. Con algunos vaivenes, ha repuntado su imagen pública después de soportar momentos tensos. Los seguirá habiendo, porque la susceptibilidad está a flor de piel. La declaración acerca de la no esencialidad de la tarea docente, del ministro de Educación Felipe de los Ríos, no ayudó el fin de semana. A eso se sumó el brote de Covid-19 en el Penal de Chimbas.

Cuando parece que el horizonte se despeja, porque la provincia logra exhibir un índice de desempleo de los más bajos del país, un frente de tormenta vuelve a asomar. Es y seguirá siendo el signo de los tiempos. Básicamente, porque San Juan no es una isla. Y si quisiera cerrarse a una realidad virtual aislada, el embate de lo nacional igualmente se hará sentir. Los banderazos de los autoconvocados son posiblemente el síntoma más visible de la permeabilidad provincial.

Uñac también es un dirigente en la consideración nacional. Su aparición en medios porteños lo posiciona en el radar para la apreciación de sus condiciones y de sus inconvenientes también. No se puede descuidar la relación con Buenos Aires, por aquella máxima acerca de que "Dios está en todos lados pero...". Tampoco podría abandonarse el trabajo territorial en la provincia. 

Para ello, el lunes pasado tuvo una reunión reservada con los intendentes de su espacio. Ahí bajó coordenadas claras: quiere más interacción con la gente, sector por sector. Que pongan la cara y escuchen las quejas. El distanciamiento social no debe ser excusa para permanecer en la comodidad de los despachos.

Saben los jefes comunales que no son momentos de romance con la opinión pública. Están curtidos, pero nunca es grato salir a contener el mahumor. Sin embargo, es su oficio: la política. Maltratada, denostada, podrida y torcida, sigue siendo la respuesta posible en un sistema democrático.

El viernes pasado el reconocido especialista en comunicación política Mario Riorda lo planteó con claridad notable: "No es con menos política. Es con más y mejor política. A pesar de sus imperfecciones (remanidas) mejorar democracia interna de partidos políticos y mecanismos de seleción de candidaturas son deudas eternamente pendientes", posteó en su cuenta de Twitter.

Frente a la amenaza inaceptable de interrupción de la institucionalidad, frente al apriete permanente de los que desconocen la legitimidad de las urnas, frente a los desaciertos también de quienes tienen el deber de administrar, frente a todo eso hay un solo punto de encuentro que es el debate político. Con sus intereses creados, letítimos y de los otros. Es el combo completo.

Lo único que no admite descrédito es la voluntad popular. No se puede desconocer el voto de la gente. Tampoco desoir los reclamos. Pero nada está por encima del mandato conferido por las urnas. Es básico. Es innegociable. Y sí, la política es la peor de todas. También es la que tiene las respuestas.


JAQUE MATE