No fue a pedido del público, a pesar de que hasta Beto Brandoni había reclamado enérgicamente saber dónde estaba ella y por qué no se escuchaba su voz. Fue estrictamente un movimiento político. Una gestualidad cargada de sentido hacia adentro, hacia los costados y hacia afuera también. Así funcionó la reaparición de Cristina Fernández de Kirchner este jueves en la Quinta Presidencial de Olivos.

Con la presencia de la vicepresidenta, Alberto Fernández quedó flanqueado por ella y por el jefe de Gobierno Porteño, Horacio Rodríguez Larreta. La foto fue suficiente para prologar la última oferta hacia los bonistas en dólares, con un mensaje claro: no hay margen para seguir ajustando a los argentinos y las argentinas, la deuda siempre fue impagable y en este contexto de pandemia, peor aún.

La mesa fue mucho más amplia, por cierto. Físicamente estuvo la mayoría de los gobernadores tanto oficialistas como opositores. El sanjuanino Sergio Uñac no solamente asistió al cónclave sino que luego manifestó en sus redes sociales el respaldo a la propuesta a los bonistas para "reactivar nuestra economía" y "cuidar el futuro de todos y todas". En cascada, los caciques provinciales fueron sumando sus posteos, apuntalando piramidalmente el poder del presidente y de su ministro negociador, Martín Guzmán.

El planteo de los bonistas que compraron títulos con tasas siderales, fue ajustar el gasto del Estado para privilegiar el cumplimiento de los pagos. Esto hubiera significado seguir la carrera de tarifazos o incluso, a pedido de los analistas más radicalizados, provocar una expulsión masiva de trabajadores públicos. En tiempos de cuarentena, una estrategia semejante debería provocar mínimamente pudor. 

Argentina entró en un "default virtual", según dijo el presidente Fernández. Fue otro eufemismo de los que se fabricaron históricamente cada vez que el país se enterró en un endeudamiento impagable. Esta vez la Casa Rosada cuenta con cierto aval del Fondo Monetario Internacional, que coincidió en el diagnóstico. La economía argentina es insustentable. Así no se puede seguir. Mucho menos, privilegiar la fiesta financiera de los cuatro años pasados.

Es cierto también que el endeudamiento es producto de un Estado deficitario. Pero claramente no son tiempos de seguir asfixiando a la población, con un aparato productivo paralizado y una demanda concreta de servicios públicos esenciales. La mano del Estado, tantas veces atacado por su enormidad, hoy es suplicada hasta por los sectores más acomodados.

A los bonistas, el gobierno argentino les impondrá un período de gracia de 3 años, para empezar recién a pagar con una quita ínfima de capital, del 5 por ciento. La gran tijera pasará precisamente por el interés prometido, recortando un 62 por ciento del total. Cabe preguntarse, a esta altura de los acontecimientos, si quien esperó percibir un rendimiento extraordinario, fuera de escala, no era consciente del riesgo al que se estaba exponiendo. 

Una de las enseñanzas del default de 2001 fue esa. La comprensión de que, a mayor tasa de interés, más peligrosa será la inversión. Tanto que algunas veces será incobrable. O impagable, según el lado del mostrador en que se ubique la negociación.

Es tan complejo el escenario, que el presidente Fernández construyó una plataforma de sustentación mucho más grande que sus propios alfiles. Estuvo Cristina, ícono del ala más dura del gobierno, abanderada del kirchnerismo que todavía mira con recelo el trato cordial de Alberto con, por ejemplo, el gobernador jujeño, Gerardo Morales. 

Pero estuvo también Rodríguez Larreta, poniendo el pecho a las críticas internas del macrismo peñista, que sigue tirando munición gruesa en redes sociales. El sector ultra amarillo no ahorra ataques contra dirigentes del PRO que se atrevan a sostener una relación amistosa con la Casa Rosada.

En este delicadísimo escenario político, los que se sentaron a la mesa cuadrada de la Quinta de Olivos, entendieron que hay prioridades. La primera de todas es la lucha contra el Coronavirus, que se llevó puesta toda la agenda como un tsunami. Pero la contracara de la pandemia es la cuarentena y sus efectos nefastos en la economía. Viene todo en el mismo combo. 

Nadie sabe a ciencia cierta cuándo ni cómo será la salida de esta emergencia. Pero hay consenso de que el primer paso será ordenar la deuda. Sin importar el lado de la grieta, los que de verdad tienen responsabilidad de gobierno fueron capaces de apartar los purismos. No hay margen. O no habrá país.


JAQUE MATE