Lejos del estupor que provocaron los primeros casos positivos de Coronavirus en San Juan, la detección récord de cuatro personas infectadas el mismo día pasó prácticamente inadvertida. En buena medida, se puede interpretar que la sociedad pudo asimilar este tipo de noticias como parte de la nueva normalidad. Pero seguramente la calma esté más vinculada a la comprensión de que la situación está bajo control.

Es decir, que los cuatro casos positivos importados y procedentes de Buenos Aires anunciados este lunes por la tarde/noche quedaron aislados desde el momento mismo que ingresaron a la provincia, sin la menor chance de que contagiaran a nadie, porque así se estableció el protocolo sanjuanino desde el inicio mismo de la pandemia. Entonces, nada puede salir mal. Ahora queda por delante solamente esperar que pasen los días necesarios para que los infectados puedan tener sus PCR negativas y aquí no pasó nada.

Estos cuatro casos en un día vuelven a justificar las estrictas medidas de vigilancia epidemiológica dispuestas en San Juan. Está claro, una vez más, que el virus puede entrar a la provincia a través de los repatriados y los transportistas de cargas. No es una política persecutoria, estas personas no son una amenaza. Pero son vectores y la pandemia obliga a extremar las medidas.

El costo es muy elevado, desde lo económico y desde lo social también. Los repatriados deben contar con la solvencia suficiente para afrontar los 14 días de alojamiento en hotel, si es que quierren volver a su hogar. Y los camioneros deben estar dispuestos a que un viaje de rutina se extienda tanto como demoren los testeos obligatorios dispuestos en San Juan. Para el resto de la población tampoco es gratuito.

Los sanjuaninos en general siguen presos en su propio territorio, con sus nuevas flexibilidades conquistadas, pero impedidos de asomarse a Mendoza, a San Luis, a la Rioja, a cualquier otro sitio por fuera de los límites geográficos. Si lo hicieran, si optaran por salir para volver luego, estarían comprando una estadía directa de 14 días de aislamiento en hotel. Familias enteras van para cuatro meses de no abrazarse por el solo hecho de vivir en provincias diferentes.

Es el costo a pagar. Pero aún así, la vigilancia epidemiológica no es invulnerable. Siempre puede haber fisuras. Siempre puede aparecer aquel asintomático lo suficientemente astuto para burlar los controles y aparecer por ahí, interactuando entre la gente, camuflado sin que nadie sospeche de su procedencia. Frente un asintomático así, la única defensa que le queda al sanjuanino común es el distanciamiento social, el barbijo y el lavado frecuente de manos. Nada más.

Los cuatro casos detectados no generan alerta porque ocurrieron dentro de lo previsto. Sucedieron por donde se los esperaba. Y funcionaron además como buen recordatorio de todo lo que importa la situación epidemiológica del Área Metropolitana de Buenos Aires. El Obelisco queda lejos, pero tiene incidencia directa en San Juan y en el resto del país. Lo que suceda a partir del próximo sábado, cuanto comience la nueva etapa, gravitará aquí a 1.200 kilómetros de distancia.

Importa por lo sanitario por razones obvias. Pero también importa por lo económico. La caída de la actividad en el AMBA repercute directamente en la coparticipación. En Banda Ancha dijo la ministra de Hacienda, Marisa López que la Fase 1 en Buenos Aires hasta el 17 de julio puede ser llevadera. Pero si se extendiera más, se complicaría el flujo de recursos a San Juan.

Por otro lado, el AMBA es el principal centro de consumo del país. Sin demanda, la producción sanjuanina sobra. De este modo, urge que los porteños y bonaerenses puedan volver a trabajar y a comprar. Esa cadena que concentra alrededor del 40 por ciento del producto bruto de todo el país, es la que verdaderamente mueve la aguja de la macroeconomía.

No da igual lo que suceda en Buenos Aires. Si la bomba de Covid-19 no se desactiva, la suerte del país seguirá atada a esa cuenta regresiva que, tarde o temprano, arrastrará al resto. 


JAQUE MATE