El 28 de septiembre del año pasado, Alberto Fernández dio una entrevista a la intelectual argentina Beatriz Sarlo. Era nada menos que el candidato presidencial que dio el batacazo en las primarias de agosto y se perfilaba como sucesor de Mauricio Macri. En el transcurso de esa conversación, ambos hablaron de los miserables.

Para Sarlo, los miserables son los pobres, los que no tienen nada. Para ella, ese era el principal capital político de Cristina Fernández de Kirchner. "Quizás Cristina sea el último recuerdo bueno del 30 por ciento de los miserables", dijo entonces la entrevistadora.

A pedido de Alberto, tuvo que aclarar que utilizó la palabra en el sentido que lo hizo Víctor Hugo, en su novela icónica. Los miserables son los desposeídos. Al presidente no le gustó esa referencia. "Yo uso el concepto 'miserables' de otro modo", retrucó con alguna sequedad.

Para el lector entrenado, aquel pasaje minúsculo anticipó en parte lo que ocurriría por estos días durante la fiebre de Coronavirus. Resultó que la palabra "miserable" iba a formar parte del léxico presidencial más simbólico. Un hecho político.

Alberto utilizó la expresión "miserables" para referirse a los grandes empresarios que despidieron personal apenas empezó la cuarentena obligatoria. Le costó algunos reproches e incluso el mensaje viralizado de un pequeño productor cordobés ofuscado, que se hizo cargo de la defensa corporativa de Paolo Rocca y Techint.

Fernández emparejó a los grandes empresarios que prescinden de sus trabajadores con aquellos que aprovechan la oportunidad excepcional para remarcar los alimentos y otros artículos de primera necesidad. Prometió que daría un combate sin cuartel contra esta especulación. A todos ellos, nuevamente, los rotuló con la etiqueta de "miserables".

Tan estructural resultó esta definición política, que esta semana estalló otro escándalo por el precio que pagó el Ministerio de Desarrollo Social de Nación por los miles de kilos de fideos que serán repartidos como asistencia alimentaria en la emergencia. Tuvo que salir a dar explicaciones el ministro Daniel Arroyo. A algunos habrá convencido más y a otros menos.

Pagaron 84 pesos por cada kilo de fideos semolados. En el volumen, el precio no parece muy conveniente. Incluso resultó más caro que los precios máximos limitados por el Gobierno. El capítulo puede tener varias páginas más para escribir con acusaciones y aclaraciones en una espiral infinita.

Lo cierto es que este episodio le dolió doblemente al albertismo, porque viene precisamente de una agresiva campaña contra los sobreprecios. Porque una acción especulativa de esa naturaleza, solo puede tildarse de "miserable". Para enfrentar esa maniobra dañina, primero hay que dar el ejemplo. Estricto sentido común.

Nada de esto disculpa las remarcaciones abusivas detectadas en las últimas semanas. Con un mercado cautivo, porque miles de familias tuvieron que quedarse en casa y apenas asomarse para comprar lo indispensable, hubo quienes se aprovecharon sin pudor.

Solamente en la Ciudad de San Juan, sin contar otros municipios, hubo alrededor de 100 inspecciones municipales. En 20 de esos procedimientos hubo actas de infracción por sobreprecios. Y siempre fueron detectados en alimentos de primerísima necesidad como aceite, azúcar, frutas y verduras.

A diario, Canal 13 recibe denuncias de este tipo con quejas de toda la provincia. Incluso una modalidad nueva y hasta creativa: un comerciante que por recibir tarjeta de débito aplica un 10 por ciento de recargo a sus clientes. Lo contó un televidente asombrado, para consultar si era legal una maniobra de ese tipo. Claramente está mal. Y corresponde denunciarlo.

No se trata de perseguir a nadie. Ni de combatir al capital, como dice la Marcha Peronista cantada por Hugo del Carril. Es simplemente vigilar que cada uno haga lo que le correponde. En el Estado y en el sector privado también. Si en medio de una pandemia, alguien aprovecha para sacar ventaja, si no le importa la necesidad ajena, si está buscando salvarse individualmente, entonces sí, es un miserable.


JAQUE MATE