El saldo del primer debate presidencial obligatorio de la historia democrática argentina se puede medir desde distintos enfoques. Uno, sin dudas, es el notable contraste entre la versión 1019 de Mauricio Macri y su puesta triunfal de 2015. El presidente padeció durante dos horas las críticas por izquierda y por derecha, soportando la carga de sus casi cuatro años de gestión, cuyos resultados medidos incluso por las estadísticas oficiales son todos negativos. O prácticamente todos.

Por supuesto la argumentación del presidente de la Nación giró en torno a la herencia recibida, a la pesada carga que debió resolver como la deuda y fundamentalmente el déficit. Desde allí justificó las dificultades y reiteró la muletilla reciente de que con cuatro años no alcanza para enderezar los 70 u 80 años de desmanejos. Volvió a apelar a "la verdad", poniendo tácitamente en rol de mentirosos a sus contendientes, en particular al justicialismo, rotulado como kirchnerismo a los efectos del marketing político.

Mirando fijo a cámara, Macri volvió a pedirle comprensión a la clase media, consciente de que ese voto que le dio la victoria en 2015, lo castigó en el virtual plebiscito del 11 de agosto pasado, cuando quedó 15 puntos por debajo de la fórmula del Frente de Todos. Esa fue la clave de este domingo: el lugar donde debió pararse el Jefe de Estado frente a la opinión pública. Ya muy lejos de las promesas como "pobreza cero" o eliminar el "impuesto al trabajo", aludiendo así al Impuesto a las Ganancias en los salarios.

En la víspera del debate se podía anticipar que el capítulo referido a Economía y Finanzas podía ser el flanco más débil del macrismo, pero lo cierto es que el líder de Cambiemos recibió cuestionamientos de sus cinco oponentes circunstanciales también en materia de relaciones exteriores, educación, salud y derechos humanos. Amagó el presidente con desquitarse el próximo domingo 20 de octubre, cuando vuelvan a reunirse ahora en la Facultad de Derecho de la UBA, porque entonces entrará en el temario la corrupción.

Seguramente vendrá ahora una semana intensa de evaluación profunda en cada búnker sobre los aciertos y errores cometidos por los candidatos en esta primera confrontación dialéctica. Cambiemos tiene entre sus puntos fuertes el marketing político, con notable acompañamiento en algunos sectores de la prensa nacional y un ostentoso aparato en redes sociales. Está claro que con todo esto no alcanza para gobernar, pero sí para generar climas de opinión. Es de prever que Macri seguirá puliendo su discurso para buscar mayor efectividad en la disputa con Alberto Fernández.

Este domingo le enrostró rápidamente sus contradicciones con Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, fue una mención fugaz. No sorprendería que el domingo que viene cargue con mayor decisión en esa llaga, apelando al voto independiente que encontró en Fernández una alternativa más moderada que La Cámpora. Los asesores del presidente seguramente le recomendarán que hunda el cuchillo hasta el hueso precisamente ahí.

Pero será apenas un recurso discursivo. Antes que todo, Macri tendrá que seguir espadeando como pueda los embates por la economía empantanada y su inevitable impacto en el resto de la gestión. Ya no podrá escudarse en el ataque, sin primero defender lo propio. Entonces seguirá acorralado por sus propias decisiones.

Tendrá que seguir atajando por izquierda y por derecha. Para muestra, bastó con el primer bocado. Desde José Luis Espert hasta Nicolás Del Caño alternaron cuestionamientos hacia el presidente de la Nación y también hacia Fernández, por su procedencia K. Sin embargo, fue evidente que el panel completo focalizó más recurrentemente en el Jefe de Estado. 

Al Macri versión 2019 le pasó su propia administración por encima. No tuvo un golpe de efecto como aquel reproche disfrazado de pregunta: "¿En qué te han convertido Daniel?". Tampoco el beso cinematográfico de Juliana Awada para coronar el final. Un trago amargo sin atenuantes.


JAQUE MATE