Ni asesinos ni víctimas
El intendente de Ullum, Leopoldo Soler, quedó en boca de todo el país. Le prendió la luz a un tabú histórico asociado a las perreras municipales.
'No soy un asesino de perros', tuvo que salir a aclarar el intendente de Ullum, Leopoldo Soler, este martes en Banda Ancha. Su nombre quedó en boca de todo el país por su iniciativa de aplicar la eutanasia canina en el departamento. A la postre, el debate se desvirtuó. Se salió de carriles. Pero al menos quedó un saldo positivo: le prendieron la luz a un tabú histórico asociado a las perreras municipales.
Ese asunto incómodo, inconfesable, implícito, dice que donde hay perreras municipales, hay exterminio. Acaso alguien pueda olvidar la escena más desesperante del largometraje clásico de Disney 'La Dama y el Vagabundo', estrenado en 1956. Para los protagonistas, terminar en la perrera significaba mucho más que perder la libertad. Algo mucho peor.
No gratuitamente el secretario de Estado de Ambiente, Francisco Guevara, evitó todo este tiempo rotular a los futuros refugios como perreras municipales, porque aluden a muerte. Siempre. Aunque no es el plan para San Juan y nunca lo fue.
El escándalo por la eutanasia camufló un debate de fondo que todavía no tiene una respuesta única o unificada. El intendente Soler le encendió la luz también a un problema que varios ven venir pero pocos se atreven a tocar: ¿qué harán con las perreras/refugios repletos de animales indefinidamente? ¿Está bien condenarlos al confinamiento sin otra expectativa que esperar la extinción de la vida de manera natural?
Puntos suspensivos. Ese futuro de corto plazo y sin respuesta fue la razón por la que nunca hasta ahora se avanzó en perreras/refugios municipales. Nunca fue opción porque se consideró inviable, inconducente. Por eso hubo un acuerdo algo precario entre Ambiente y algunas proteccionistas, donde el Estado consiente que ellas tengan a los animales alojados en sus domcilios. El gobierno les provee alimentos. Y cada uno hace lo mejor que puede.
Pero la muerte de Néstor Daniel Morales en el interior del Parque de Tecnologías Ambientales (PTA) aquel domingo 3 de abril sacudió todo. No fue para menos. Significó el segundo ataque fatal producido por una jauría salvaje en cinco meses, después de la tragedia de Florencia Ledesma en Albardón. La esterilización y las campañas de adopción responsable no fueron suficientes. Posiblemente porque faltó énfasis. O simplemente porque el problema es tan grave que ya no hay tiempo para apuestas a mediano y largo plazo.
Solo después de la muerte de Morales se habló de descentralizar. Generar refugios en cada municipio, aceptando que el drama es tan complejo y extenso que desborda las posibilidades de la provincia. El problema siguiente son los recursos. Ningún intendente está dispuesto a afectar una partida monstruosa para el sostenimiento de una perrera superpoblada, a perpetuidad. Habrá un aporte de Ambiente. Pero aún así hay más dudas que certezas, con razón.
En ausencia del gobernador Sergio Uñac, el vicegobernador Roberto Gattoni dijo que la provincia no mata animales. Así sentó postura oficial en contra de la escandalosa propuesta de Soler. Al día siguiente el intendente dio marcha atrás. Reconoció que sin acuerdo político, la ordenanza no tiene sentido.
De todas maneras eso de que la provincia no mata animales es discutible. La evidencia está en la Fiesta del Chivo en Valle Fértil. También en la Fiesta del Carneo Español en Rawson. Pero claro, los perros y los gatos ocupan un lugar en la cultura occidental que ningún otro mamífero alcanzó. Entonces, hay doble estándar. Algunos tienen derechos, otros van a la parrilla. Y no se trata de hacer un juicio ético o moral a las tradiciones. Simplemente, es poner blanco sobre negro.
En ese divorcio de interpretaciones, están todavía los que se dedican a arrojar perros a la vía pública y difícilmente cambien su conducta. El día que no quede un solo animal en la calle, porque todos fueron capturados y recluidos, ese mismo día habrá alguien desprendiéndose de su mascota. En simultáneo. No es profecía ni pesimismo, sino proyección fundada en la realidad.
El hermano del operario fallecido en el PTA, Walter Morales, se quejó este martes en Banda Ancha de que hay leyes inspiradas en el cuidado de los perros, pero siente que se dejó de lado al ser humano. Tal vez tenga razón. No hay ni habrá consuelo para la semejante tragedia que sufrió su familia. No habrá norma capaz de reparar su dolor.
Pero quienes toman decisiones, con saludable distancia de los hechos, tienen el imperativo de mirar con perspectiva. La cuestión no debiera plantearse en términos de muerte para unos o muerte para otros, como si se tratara de una película de terror post-apocalíptica. Urgen medidas de efecto inmediato, hasta tanto se sientan los resultados de las soluciones de fondo: la esterilización masiva en serio y, fundamentalmente, la adopción responsable. Si otras provincias pudieron ordenarlo, no hay mucho que inventar. Simplemente, actuar.
La única medida urgente posible es identificar y retirar a los animales peligrosos de las calles y recluirlos en un refugio, perrera o como quieran llamarlo. Nunca jamás habrá capacidad en esos caniles para la totalidad de animales que deambulan por ahí, en una provincia desbordada por la superpoblación canina.
Tal vez esa sea la respuesta a la pregunta que dejó flotando el intendente de Ullum y quedó opacada por la polémica sobre la eutanasia. Ese interrogante es: ¿qué harán cuando tengan los refugios colmados y no quepa un solo individuo más en su interior? Como dijo un veterinario sanjuanino, habrá nacido otro problema nuevo, producto de una equivocación.
La única manera de evitarlo sería reservar el confinamiento solo para un pequeño grupo de animales identificados como agresivos. Entender que seguirá habiendo perros en situación de calle durante mucho tiempo más. Nadie se atreva a prometer soluciones mágicas porque, como las mentiras, también tienen patas cortas. Ni asesinos ni víctimas.
JAQUE MATE