Otra oportunidad
Paradójicamente la esperanza depositada ahora en Fernández tiene más o menos los mismos pilares que tuvo aquella que reposó sobre Mauricio Macri cuatro años atrás.
Está uno llamado a renovar las expectativas cada vez que el país atraviesa por un proceso democrático, sea cual fuere el vencedor. Ocurrió en 2015, cuando llegó Cambiemos con la promesa de ordenar la economía, reabrir los diálogos cortados y combatir la pobreza a través de una drástica reducción de la inflación. Aún cuando los resultados de la gestión no acompañaron aquellos compromisos asumidos frente al electorado, la esperanza se extendió incluso hasta la ratificación para la ola amarilla en las legislativas de 2017. Le cabe ahora idéntico rol no solamente al presidente Alberto Fernández sino al conjunto de dirigentes que construyeron el Frente de Todos, en medio de perdones mutuos, facturas saneadas y aprendizajes forzados.
Paradójicamente la esperanza depositada ahora en Fernández tiene más o menos los mismos pilares que tuvo aquella que reposó sobre Mauricio Macri cuatro años atrás. Salvo una porción minoritaria, en términos comparativos, un núcleo duro, las mayorías no votan por ideología o afiliación política. Lo hacen en defensa propia, con ese inapagable deseo de vivir mejor.
Le toca ahora a Fernández una tremenda oportunidad, con condicionamientos desde el arranque. El primero de ellos es la situación económica dramática que vive Argentina, con un endeudamiento histórico y una recesión dañina. Peor aún, con índices crecientes de exclusión social. De hambre. Sin embargo, a esa complejidad le suma otra que quedó plasmada en los números de la elección de este domingo.
El margen del Frente de Todos no fue todo lo holgado que suponían luego del batacazo de las primarias. De aquellos 15 puntos que soñaban con ampliar en la general, las urnas mezquinas achicaron la brecha con el macrismo a 8 puntos. Alberto asumirá con menos del 50% del respaldo popular. Sabe de qué se trata. Al fin y al cabo, fue jefe de Gabinete de un presidente que entró a la Casa Rosada el 25 de mayo de 2003 con un ínfimo 22%, en medio de un tembladeral institucional y político como pocas veces antes se vio.
Sin llegar a ese extremo, el flamante presidente electo amanece este lunes con una Nación partida al medio. Con una grieta plasmada en el escrutinio. Entonces, las esperanzas del 48% tendrán que convivir con las desconfianzas del otro 40%. Vale tomarle la palabra a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, acerca de nunca más romper el movimiento nacional y popular.
No alcanzará tampoco con el acuerdo de la coalición de gobierno. No bastará con el alineamiento de los gobernadores, llamados a estar personalmente este domingo en Chacarita. Tampoco con la prometida tregua de los sindicatos. Será necesario fundamentalmente trazar ese gran acuerdo nacional del que se viene hablando posiblemente desde Raúl Alfonsín en adelante, donde termine de una vez por todas la lógica del amigo-enemigo. Ese juego de opuestos ayuda al marketing a ganar elecciones, pero claramente vuelve inviables a las gestiones. Sin el pacto que involucre a los empresarios e incluso, más que nunca, al aparato financiero, Fernández no tendrá ni siquiera por dónde empezar. Lo sabe él y tendrán que entenderlo los militantes radicalizados, los románticos y leales que sostuvieron las banderas.
Detrás de aquella melodía, del "Vamos a volver", necesariamente tendrá que estar la cuota de pragmatismo que anunció sin falsos pudores el ahora presidente electo, durante los debates televisados. Pragmatismo para poner por delante los resultados, aún cuando los caminos incluyan algunas recetas difíciles de digerir.
Tenemos nuevo presidente y con él, afortunadamente, una nueva oportunidad. Una nueva oportunidad para todos nosotros, los que tuvimos que madrugar el día después, y todos los que vendrán. Y una nueva oportunidad para los que volvieron, de ser mejores. Que así sea.
JAQUE MATE