El sábado murió un chico de 23 años por Coronavirus. Fue hasta ahora la persona más joven que se llevó la pandemia en San Juan, entre las 306 víctimas fatales que acumula la provincia. El comunicado oficial del Ministerio de Salud Pública aclaró que el joven 'padecía múltiples comorbilidades previas'. Aún así, resultó shockeante el recordatorio de esta peste impiadosa, que se transmite con una facilidad apabullante y que arrasa naciones enteras en todo el mundo.

Cuando el foco estaba puesto en las vacunas como el principio de la solución, ocurrió otro evento que dejó a todos perplejos. Este domingo fue noticia global la nueva cepa del Coronavirus SarsCov2 que apareció en el sur de Inglaterra. Se contagia un 70 por ciento más rápido que las conocidas hasta ahora, según la información preliminar. En Gran Bretaña ordenaron el aislamiento total de esa zona, pero como surgió a finales de septiembre pudo diseminarse por Europa. Ya se diagnosticó un caso importado en Australia. Y sí, puede llegar a la Argentina también. Por eso se dispuso el cese de los vuelos desde y hacia el Reino Unido.

Mientras tanto, se espera que el próximo miércoles emprenda su vuelo de regreso al país el charter de Aerolíneas Argentinas con 300.000 dosis de vacuna Sputnik V. En paralelo el laboratorio ruso Gamaleya podrá completar las pruebas de efectividad en adultos mayores de 60 años. A la par, la ANMAT en Argentina tendrá la documentación suficiente para acreditar la seguridad de esa aplicación. Solo así, de inmediato el gobierno podrá distribuir en todo el país las ampollas, reservando la primera de todas para el presidente Alberto Fernández.

Aunque esta carrera a contrarreloj pueda llevarse a cabo satisfactoriamente, será apenas un apronte. Un movimiento muy incipiente en comparación con la campaña de vacunación sin precedentes en la historia que deberá afrontar no solo este país, sino todas las naciones a lo largo y ancho del planeta. El gobierno argentino espera aplicar entre enero y febrero otros 10 millones de dosis de la Sputnik V y luego continuar con alguna otra, de otro laboratorio.

Aunque la negociación con Pfizer se estancó, el diálogo no está cortado en absoluto. Y eventualmente también podrá avanzar el ensayo de AstraZeneca, que tiene acuerdo con la Casa Rosada para producir el principio activo en laboratorios locales. También hay tratativas con uno de los desarrollos chinos.

La cuenta regresiva argentina apunta a hacerle frente al rebrote que ocurrirá indefectiblemente entre marzo y abril, con el cambio de estación. No es una cuestión profética sino una traslación simple y lineal de lo que ya está sucediendo en el hemisferio norte. Con la baja de las temperaturas, el virus se tonifica y recrudece. También muta y se vuelve más agresivo. La única escapatoria es llegar al próximo otoño con la mayor cantidad de personas vulnerables inmunizadas. Habrá contagios masivos. Los seguirá habiendo. Pero al menos podrá bajar la incidencia de casos graves y fundamentalmente, de muertes.

Así lo describió el ministro de Salud de Nación, Ginés González García. Las normas de distanciamiento social seguirán un largo tiempo. La vacuna apenas intentará descomprimir la demanda de camas en el sistema sanitario. El resto dependerá de la evolución natural de la peste. El virus quedará eternamente en circulación, pero cada vez hará menos daño en la medida en que más personas hayan generado anticuerpos o, mejor aún, la inmunidad de las 'células T'. Al menos es lo que se espera que ocurra. Ojalá.

Es claro entonces que la batalla no ha concluido. Hay que admitirlo más que nunca en esta semana, en la víspera de la Nochebuena. El gobierno de San Juan habilitó las reuniones familiares sin límite de número de personas, tan solo recordando el listado de recomendaciones conocidas pero poco aplicadas en la intimidad de los hograres: distanciamiento de dos metros, tapabocas, sin compartir vasos, sin abrazos, sin besos. ¿Se puede pasar una Feliz Navidad así? Como tantas otras preguntas que vinieron de la mano de la pandemia, esta tampoco tiene respuesta por el momento. La humanidad quedó presa de reglas antipáticas. Imprescindibles. Odiosas. Vitales.

El sábado pasado la periodista porteña Julia Mengolini compartió su dolor en Twitter. Contó que falleció su papá. 'Era fuerte y sano y tenía pila para rato', pero tenía 78 años y el Covid 19 se lo llevó en apenas 10 días, arrebatándole la vida sin la menor posibilidad de dar pelea. Al escuchar otros testimonios anónimos de personas que han perdido a seres queridos en pandemia, se repite ese mismo patrón: nadie lo esperaba. El germen se introdujo en la familia y dejó una marca imborrable. Una ausencia. Una silla vacía.

Mengolini pidió al que leyera su publicación que cuide a los suyos en estas fiestas, brindar por Zoom, demorar un poco más ese abrazo postergado. Es el precio de la supervivencia. ¿Cuánto tiempo más se puede seguir posponiendo el contacto físico? ¿El apretón de manos? ¿La calidez del regazo de la madre o de la abuela? Nadie dijo que fuera fácil. Nadie pudo siquiera sospechar el contraataque del Covid 19. Tampoco es momento de rendirse.


JAQUE MATE