Sacrificio
La obsesión del gobierno es mantener el clima de paz social, en medio de las tensiones por la pandemia interminable. Concesiones individuales versus interés colectivo.
Cuando parecía que habían caído los contagios levemente, lentamente, otra vez este miércoles San Juan superó la barrera de los 300 casos diarios. Se incrementó también la cantidad de internados en áreas Covid 19, la ocupación de camas en terapia intensiva y la demanda de respiradores artificiales. Es la dinámica de una pandemia que solo terminará el día que se haya vacunado a tres cuartas partes de la población, allá lejos en el tiempo. Mientras tanto, queda por delante un largo peregrinar.
Este miércoles en Banda Ancha la ministra de Gobierno, Fabiola Aubone, habló de preservar la paz social. No es un tema menor, en absoluto. Con ese objetivo se sometió al Acuerdo San Juan la batería de medidas restrictivas, que por ahora son mucho más leves que en otros lugares de Argentina e incluso de la región de Cuyo. Preservar la paz social es un enorme desafío, porque resulta fácil encontrar culpables cuando las frustraciones se extienden más allá de lo imaginable.
Si las medidas no fueran efectivas, entonces habrá dedos levantados, señalamientos cruzados. La misión del Gobierno, más allá de pilotear la provincia en medio de la pandemia y sus derivaciones, es preservar el relativo clima armónico. Aubone lo reconoció abiertamente en Canal 13.
La ministra admitió que permanentemente hay 'afectación de intereses' en el marco de la pandemia. Por eso se resolvió hacer una convocatoria urgente al Acuerdo San Juan en la primera semana de abril. Particularmente se llamó a quienes se podían ver impactados por las medidas que se debían encarar. La prohibición de la nocturnidad, a la cabeza. También la obligación de abrir las ventanillas en los colectivos en pleno invierno. Y la prohibición de las reuniones sociales bajo todo concepto, con un fuerte seguimiento policial. Incomodidad por todos lados.
Al Acuerdo San Juan hubo quienes llevaron el planteo que ya se escuchó varias veces en el transcurso de la pandemia: 'Si nos vamos a contagiar todos en algun momento, entonces abramos todo y listo'. Es una iniciativa consistente con el modo en que encaró la pandemia el expresidente estadounidense Donald Trump y el mandatario brasileño Jair Bolsonaro. Ambas naciones pagaron con sangre el desdén.
Argentina tampoco puede celebrar su performance en materia epidemiológica. No cuando todos los días sepulta 500 fallecidos por Coronavirus. Es cierto que no le faltó cama ni respirador a ninguna persona que lo necesitó. Pero la peste va rumbo a las 70.000 víctimas fatales en esta Nación. La diferencia es que en el país nunca se subestimó el poder de daño de la peste. Tampoco lo hizo San Juan. La filosofía fue prepararse para lo peor, esperando que no sucediera.
San Juan tuvo duros meses de cierre fronterizo, con aislamiento en hoteles para toda aquella persona que regresara a la provincia, pagado de su propio bolsillo. Incómodos controles para los transportistas de cargas, inhibidos hasta de bajar a usar un sanitario o comprar un almuerzo, porque tenían las puertas de los camiones atravesadas por fajas. Ya es pasado, pero vale recordar cada paso dado, en este combate interminable.
La convocatoria del Acuerdo San Juan pretendió involucrar a cada sector para convertirlo en protagonista de esta historia, hacerlo parte de la construcción de una convivencia pacífica hasta que llegue el momento de la salida. Si al flagelo de la pandemia se le agrega la confrontación interna, los resultados solo pueden empeorar. La disputa política en Buenos Aires sirve como mal ejemplo.
Recordó Aubone que en la reunión de emergencia del Acuerdo San Juan, algunos se fueron con caras largas. Con malestar. Iban por oportunidades y se encontraron con un muro infranqueable. Un no rotundo. Les sucedió a los empresarios y trabajadores de eventos sociales, ahogados por el cierre que soportan hace más de un año, quedando al borde de la extinción.
El argumento sigue siendo perseguir los resultados sanitarios. Porque si se logra mantener bajo control la escalada de contagios, la ocupación de camas críticas y de respiradores, entonces estará garantizada la actividad económica, al menos la mayor parte y con protocolos muy severos. También se podrá seguir adelante con las clases presenciales. Con muchas condiciones, semana por medio, día por medio, intercaladas con la virtualidad, igualmente será una conquista cada vez que una escuela logre abrir sus puertas.
Hay y habrá cada vez mayor severidad con quienes no cumplen las normas. Lógicamente esto provocará enojos, cuestionamientos, reclamos por las libertades perdidas. Pero son tiempos de renunciamientos. Esta generación no conoció hasta el 2020 ninguna otra experiencia tan desconcertante como la que todavía atraviesa la humanidad.
La ministra contó una anécdota en la entrevista. Conoció a una persona que reconoció haber estado en 'un lugar que no correspondía, que no estaba habilitado' y que lo hizo por el propio impulso de retomar su vida social. Pero esa persona contagió a uno de sus abuelos y el adulto mayor falleció. El nombre del protagonista de esta triste historia no trascendió, por respeto a su intimidad y a su dolor. Pero contarlo debería servir para ordenar el horizonte.
Contagiarse implica llevar el germen al hogar. Evitarlo será incómodo pero valdrá la pena. Mantener abiertas las ventanillas del colectivo a pesar de las bajas temperaturas es responsabilidad de las empresas, de los choferes pero fundamentalmente de los pasajeros. Valga como una de las mil piezas del rompecabezas. Son tiempos de conceder. De anteponer prioridades. En palabras de la ministra, son tiempos de sacrificio.
JAQUE MATE