Todos a salvo, o todos expuestos
Nueva extensión de cuarentena y final abierto. Puede abrirse una oportunidad histórica para barajar y dar de nuevo, en la forma de ver el mundo.
Con tono docente y hasta paternal, el presidente Alberto Fernández cerró su discurso el sábado por la noche con una referencia al dolor. Convocó a todos los argentinos y argentinas a colaborar para sobrellevar este doloroso momento con la menor cantidad de pérdidas posibles. Buscó transmitir certezas.
Dijo que la cuarentena obligatoria ha sido efectiva para reducir los contagios y los fallecimientos. Que solo en algunos distritos, como San Juan, se podrá avanzar con algunas flexibilidades por ahora prohibitivas para los grandes centros urbanos, los más poblados del país, como la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Y que el Gobierno no está tomando decisiones sobre la marcha, sino que hay una fundada estrategia, anclada en el consejo asesor de infectólogos y especialistas.
Pero más allá de esas certezas, el presidente Fernández habrá sabido y continuará consciente de ello, que uno de los aspectos más angustiantes de la cuarentena es la incertidumbre. Valga la contradicción. Certezas por un lado, incertidumbre por el otro. Así de pantanoso aparenta ser el trayecto que transita Argentina. El mundo entero también, a decir verdad.
Según una encuesta de la consultora Opinaia, publicada por Clarín el viernes pasado, el 94 por ciento de los argentinos y argentinas está de acuerdo con Alberto acerca de la cuarentena. Lo están más allá de las restricciones en las libertades individuales. Del daño económico que en mayor o menor medida está soportando cada hogar en el territorio nacional. Incluso, están a favor del ingrato aislamiento a pesar de que algunos sectores del poder llevan semanas magnificando -sin éxito- el clamor por una salida más rápida.
Estos sectores concentrados acusan a la cuarentena de funcionar como cortina de humo para disfrazar los desaciertos económicos. La especulativa escalada del dólar informal. Tildan de autoritario y, cómo no, también de populista al gobierno de Fernández. Aún así, contra este clima de opinión instalado en encumbrados espacios de comunicación, el 94 por ciento de los argentinos y las argentinas está acompañando las decisiones del presidente. Lo publicó el propio diario Clarín, no Página 12 ni El Destape.
Sin haber construido ese nivel de adhesión popular, Fernández no tendría mayor margen de decisión. O se vería mucho más condicionado. Pero no. Por el momento, el jefe de Estado ha logrado germinar en la mayoría de la sociedad la comprensión de que este es el único camino posible para llegar, todavía sin fecha cierta, a la meta: dar por finalizada la batalla contra el Coronavirus.
Apeló Fernández a un sentimiento de unidad, al destacar nuevamente que la pandemia puso a todos del mismo lado. Y no se equivocó. Ya no tiene sentido hablar del 41 por ciento que votó por el Frente Juntos por el Cambio en octubre del año pasado. No está en juego una cita electoral, sino la preservación de la vida humana. Sin embargo, hay un modelo político-económico de fondo, ineludible.
Todavía es pronto para analizar las secuelas del Covid-19. Ni siquiera está claro cuándo podrá liberarse el mundo de esta peste. Mucho menos se puede predecir el impacto que tendrá en las relaciones internacionales a futuro, en la forma de generar riqueza y en la distribución del ingreso. Los más optimistas avizoran una revisión a fondo del capitalismo salvaje que, amparado en la falsa idea de las sanas leyes del mercado, termina concentrando cada vez más recursos en menos personas, dejando las sobras para el resto. Un sistema de esta naturaleza no puede ser sustentable. Está destinado al colapso.
El inspirador del actual ministro de Economía de Argentina Martín Guzmán, Joseph Stiglitz, es uno de los más implacables críticos del capitalismo deshumanizante, en la misma sintonía que el Papa Francisco y buena parte de los gobiernos democráticos descalificados por la derecha neoliberal.
El Coronavirus podría significar un punto de inflexión para barajar y dar de nuevo, con la experiencia vivida como punto de partida. Puede ser entendida esta como una consigna de carácter individual o colectivo. Incluso podría cruzar las fronteras, si prospera el diálogo en los foros internacionales.
Se presenta una enorme oportunidad para entender que sin redistribución del ingreso, el mundo no funciona. El país tampoco. Ni la provincia. Que sin hospitales públicos, no hay medicina privada que valga, porque si la peste gana las calles, el Covid-19 no pedirá declaración patrimonial para atacar. Ya lo demostró en el resto del mundo. Ricos y pobres se contagiaron por igual. Si el germen pudo entrar hasta en el Palacio de Buckingham, no hay muro infranqueable. El planteo es: todos a salvo, o todos expuestos. Todos, es una buena síntesis. Todos.
JAQUE MATE