Es entendible que la detección del noveno caso de Covid-19 en San Juan haya generado poco impacto. Nuevamente se trató de un camionero asintomático, testeado en el control de ingreso a la provincia y aislado de inmediato, de manera que nunca circuló ni tuvo contacto estrecho con nadie. No pudo haber contagiado. Fue la primera vez que se justificó plenamente el dispositivo sanitario en la frontera. Hasta el momento, todas habían sido falsas alarmas. Casi había argumentos para acusar al gobierno de haber sobreactuado.

Coincidió este hallazgo con el primer fin de semana abierto al turismo interno y el anuncio de que están dadas las condiciones para volver a clases en agosto a más tardar. Las calles recuperaron su ritmo habitual. Salvo algunos rubros pospuestos, el resto volvió a la actividad con estrictos protocolos y ajustados a la nueva normalidad. Pero igualmente se empezó a edificar la rutina.

En la anestesia de lo cotidiano, en la apariencia de la calma, el noveno caso trajo consigo una necesaria dosis de realidad. Como se ha dicho en reiteradas oportunidades, el virus está en tránsito en las rutas argentinas y es cuestión de tiempo para que intente perforar los muros virtuales levantados en cada punto fronterizo.

Pero no fue el noveno caso el único recordatorio de la peste. Catamarca llegó al viernes con cero casos en más de 100 días de cuarentena. Pero cuando detectó el primero, inmediatamente la estadística se disparó a siete infectados. Y el camionero que fue hisopado cuando ya estaba circulando por la provincia había mantenido al menos 107 contactos estrechos, a quienes este domingo rastreaban con la esperanza de no estar en presencia de una bomba de Covid-19 que no supieron detener a tiempo. 

La tranquilidad de ser la única provincia a salvo del germen, se convirtió aparentemente en la peor trampa. La reacción oficial del gobernador Raúl Jalil fue retroceder hasta el aislamiento absoluto. Vuelta atrás, a Fase 1 sin atenuantes.

San Luis también pasó por un trauma semejante este fin de semana. El gobernador Alberto Rodríguez Saá resolvió poner marcha atrás y abandonar la holgura de la Fase 5. Fue por un caso positivo. Un tambero que llevaba días con síntomas pero se automedicó hasta que la situación se salió de control, debió hacer la consulta médica y resultó tener Coronavirus. 

Mientras tanto, había tenido numerosos contactos vendiendo sus quesos no solo en tierra puntana sino también en el Valle de Traslasierra en Córdoba e incluso en San Juan. Al hombre le iniciaron una causa judicial por su presunta negligencia, por haber circulado sin los permisos exigibles. Demasiado tarde.

Fuentes de gobierno difundieron a través de Diario de Cuyo que el transportista fue registrado en el paso seguro de El Encón el 26 de junio, que se le realizó el test rápido y dio negativo. Por lo tanto, esa debiera ser prueba suficiente para interpretar que cuando circuló durante cuatro horas por estas tierras, estuvo libre de Covid-19. Para eso son los protocolos estrictos, molestos y muchas veces cuestionados por su dureza.

La noticia más dolorosa probablemente haya sido la muerte de Ángel José Spotorno en Buenos Aires. Un adulto mayor de 75 años, jubilado, que participaba activamente de las marchas anticuarentena y que incluso se movilizó al Obelisco porteño, en adhesión a la convocatoria opositora promovida en redes sociales. El deceso se conoció este fin de semana, pero en realidad ocurrió el 15 de junio. Falleció víctima de una neumonía por Coronavirus. No corresponde hacer ninguna acotación, en respeto a su memoria y al dolor de su familia.

El germen nuevamente dio pruebas de ser impredecible. Frente a esa característica, solo cabe extremar los recaudos. Hay sobradas razones para no bajar la guardia. Que la Fase 5 no sea motivo de sopor. Dormirse en los laureles de una victoria irreal puede pagarse demasiado caro. Es un virus tramposo.


JAQUE MATE