Desconcierto. ¿Qué llevó al ministro de Educación de Nación, Nicolás Trotta, a cambiar tan abruptamente su posición, pasando de la negativa rotunda al apuro por retomar las clases presenciales? El gobierno de la provincia guarda prudente silencio al respecto. Pero los sindicatos docentes que ayer compartieron una larga conversación con el ministro Felipe De los Ríos salieron con esa incógnita intacta.

Por supuesto que con los micrófonos y las cámaras encendidos las respuestas fueron muy acomodadas y ajustadas a la conveniencia. Hay una negociación abierta. Hay un diálogo por cuidar y una buena relación también por mantener. Pero off the record apareció un diagnóstico común: hay motivos políticos para acelerar el regreso a las aulas cuando las estadísticas epidemiológicas aconsejarían lo contrario.

Un alto dirigente sindical que estuvo ayer con De los Ríos dijo en confianza que "esto es política". Que el primer planteo fuera del presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, sugirió que se buscó instalar un tema en la agenda de debate público lo suficientemente potente como para desenfocar el interés en los otros asuntos espinosos que tiene por delante el Congreso. Trotta hizo un click en su postura personal precisamente a partir de la irrupción del líder del Frente Renovador. Recién ahí dijo que no es necesario esperar la vacuna para volver a las escuelas.

Otro de los dirigentes sindicales que asistió al encuentro con De los Ríos coincidió en el calificativo: "hay que hacer un análisis político de los motivos", dijo escudado en su anonimato. Y dejó una pregunta mucho más compleja de responder: ¿quién se haría cargo del primer docente fallecido? Esta vez, la bajada de línea de Buenos Aires puso a la provincia en una posición sumamente incómoda. No vale hacerse el distraído tampoco. San Juan deberá tomar una resolución que podrá ir en línea con las pretensiones de Trotta o no.

Que la reunión convocada por De los Ríos pasara a un largo cuarto intermedio hasta el 19 de octubre puede interpretarse como un dato certero. No hay apuro en la provincia. Es una decisión tan delicada que no puede precipitarse en absoluto.  Los sindicatos tienen posiciones no uniformes en este sentido. Y esto es parte de la confusión que le da contexto al presente.

El ministro de Educación les adelantó a los gremialistas el documento que más tarde aprobó el Consejo Federal Educativo que básicamente elimina el criterio de fases y lo sustituye por un semáforo, según el riesgo de contagio que tenga cada distrito. Entonces, las zonas con luz verde podrían iniciar las clases no porque estén libres de la peste sino porque prsentan baja probabilidad de transmisión viral.

Los sindicalistas coincidieron también en un concepto objetivo: cuando el 10 de agosto volvieron las clases la provincia tenía apenas 22 casos controlados y ningún fallecido, pero ahora hay casi 1.200 casos acumulados y 55 muertos. Todos lo vieron al ministro de Educación de Sergio Uñac con más dudas que certezas. Lo percibieron reticente. No le gusta, aparentemente, embarcarse en esta ruta tan indescifrable.

Algunos plantearon que la Fase 5 es igual que la Fase 3. Pero es un voluntarismo inexacto. Los sindicatos lo saben, los docentes y los padres de los estudiantes también. Las restricciones son más que las que hubo en aquella instancia de provincia libre de virus. Para entrar a Jáchal, por ejemplo, primero hay que poner el dedo y someterse a un pinchazo. Recién con el resultado rápido negativo se permite el ingreso.

No hay transporte de media distancia todos los días, solo lunes, miércoles y viernes. Si se reabrieran las escuelas los docentes tendrían que contar con un servicio normalizado. Y someterse a los testeos obligatorios. Es apenas uno de los aspectos a considerar. Otro, necesario, es el clima social que deberán enfrentar los intendentes. Si no pudieron abrirse para el turismo interno un fin de semana largo, ¿cómo imaginar que habrá consenso suficiente para movilizar los cientos, miles de personas que integran el sistema educativo?

Sin embargo, mantener las escuelas cerradas y relegar la enseñanza a la virtualidad ha tenido un costo elevadísimo, todavía no cuantificado. Eso es lo otro que no se dice: sin evaluaciones ordinarias, no se puede saber cuánto aprendieron realmente los alumnos. Una encuesta sobre su nivel de angustia poco revela sobre los contenidos que incorporaron en este ciclo lectivo digital. Peor aún se presenta el panorama para los egresados de las escuelas técnicas, que saldrán sin haber realizado las prácticas profesionalizantes. Es un problema mayúsculo que todavía no tiene respuesta.

Cabe también preguntarse qué sentido tiene retomar las clases cuando apenas le queda un bimestre útil al año de la pandemia. En la reunión de ayer quedó claro que este regreso a la presencialidad no es con fines pedagógicos estrictos, sino que persigue un fin socioeducativo. Hablaron de la vinculación del niño con la escuela. Porque ese fue otro de los altos costos que cobró el Covid-19.

Desconcierto. Así se define el momento. Y aún detrás de este repentino ímpetu del ministro Trotta, de este sorprendente cambio de postura, hay una justificación palpable. Esta discusión anticipa el criterio para el ciclo lectivo 2021. Aunque cueste decirlo, aunque solo lo admitan en voz baja, el 2020 quedará como un mal recuerdo en el que poco y nada se aprendió, más allá de los esfuerzos. Sentarse pasivamente a esperar una salida mágica para el año próximo sería irresponsable. No hay lugar para otro ciclo escolar como el que termina. Algo hay que hacer. Ojalá sea lo que tengan en mente en Buenos Aires.


JAQUE MATE