Dijo una vez un veterano dirigente político, con varias batallas sobre sus espaldas y el cuero ajado de tantos revolcones, que había logrado entender finalmente cómo era el poder. Lo comparó con una rueda que gira, a mayor o menor velocidad. Un día toca estar en la parte de abajo, más adelante en la parte media, en ascenso, hasta llegar a la cúspide, para volver a bajar. Así de efímero puede ser. Así de transitorio.

La enseñanza se complementa con otra afirmación dicha por otro encumbrado dirigente, de vasta trayectoria en la función pública. Palabras más, palabras menos, definió la lógica política así: 'las empresas cuentan su capital en pesos o en dólares, nosotros lo contamos en votos'. 

Una cosa lleva a la otra. El más noble de los objetivos, la realización de políticas públicas para el beneficio del pueblo, requiere del poder. Y el poder se consuma con el voto popular. En el medio está el acierto o el desacierto de las medidas. La cercanía o la distancia entre gobernante y gobernados. Es lo que luego se traduce en las encuestas de opinión, en los climas sociales y, finalmente, en las urnas. Es redondo como la rueda del ejemplo inicial.

Esta línea argumental es la que le dio sustento a las elecciones legislativas del 12 de septiembre y el 14 de noviembre de este año. Hubo interés por retener las bancas en el Congreso Nacional que estaban en juego, por supuesto. Pero el telón de fondo siempre será el sostenimiento del poder alcanzado o la conquista del poder todavía distante.

Por eso el resultado de cuasi paridad entre las dos primeras fuerzas alteró el ecosistema de los últimos 20 años en la provincia. El Frente de Todos superó por unos 5.900 votos a Juntos por el Cambio de acuerdo al escrutinio definitivo y esa distancia de un par de puntos provocó reacciones de ambos lados. 

El oficialismo anotó el llamado de atención, porque la rueda nunca se detiene. Y la oposición se acomodó para aprovechar el envión, sin saber todavía hasta dónde llegará la inercia de este 2021, cuando importa mucho más el 2023. Estos comicios de mitad de mandato significaron una bisagra para rediseñar estrategias.

Independientemente de su futuro específico, Sergio Uñac tiene planes de conservar la conducción política de su espacio. Para ello deberá intentar repetir la gobernación o pegar el tan ansiado salto nacional. Todo puede ser, aunque resulte prematuro hacer pronósticos. Sí se puede afirmar con absoluta certeza que el pocitano no tiene intención de dar un paso al costado o ceder espacios. Y esa es toda una definición, tratándose siempre de poder.

Sin entrar en detalles, podría asombrar la cantidad de asuntos mínimos que llegan periódicamente hasta el despacho de Uñac que debieron haberse resuelto en instancias previas. Cada vez que esto sucede, evidentemente hubo una dirección, una secretaría o un ministerio que dejaron pasar la ocasión. En Libertador y Paula se terminó atajando el penal.

Una hipótesis razonable que podría explicar estos errores no forzados es que no todos los cuadros dirigenciales han construido su carrera sumando y contando votos. A algunos incluso hubo que recordarles que debían sumarse activamente a la campaña, sin escudarse en su rol técnico para zafar de la militancia. No se trata únicamente de aparecer en un acto o publicar una foto oportunamente en redes sociales, sino de gestionar con eficiencia para ganar consenso y edificar mayorías. Parece lógico, sin embargo sobran los ejemplos en contrario.

Marcelo Orrego tiene pleno consenso para seguir encabezando la oposición y nuevamente competir por la gobernación en 2023. El modo en que manejó la lista de unidad este año, ratificó un estilo propio de liderazgo. Se terminó la horizontalidad que cultivó Roberto Basualdo. El santaluceño, posiblemente por su herencia peronista de cuna, ordenó a los socios en una mesa que tiene cabecera. Y la ocupa él.

Orrego también sabe que el poder se alcanza con votos. Habrá sopesado el viento de cola que le aportó Juntos por el Cambio en esta ocasión para no sobreestimar los guarismos. Pero habrá tomado nota también de que donde tuvo mayor militancia en el territorio, sacó los mejores resultados. Pulgar abajo entonces para el intendente de 9 de Julio, Gustavo Núñez, quien terminó perdiendo en su propio distrito frente a Walberto Allende. El exintendente y actual diputado nacional golpeó las puertas de sus vecinos personalmente y el resultado ahí lo acompañó.

En Santa Lucía y en Rivadavia, Juan José Orrego y Fabián Martín se lucieron con diferencias de dos dígitos por encima del Frente de Todos. En Capital, Rodolfo Colombo salió rápidamente a identificarse con el resultado que casi duplicó al peronismo y aliados. Sacando a Iglesia, donde hay una crisis de gestión municipal que asfixió las chances del oficialismo, en el resto de la provincia a Juntos por el Cambio le faltó. La potencia del PJ y de los intendentes afines al gobierno provincial ya no explica del todo la derrota. Simplemente faltaron votos.

Así como el deber del oficialismo es gestionar con el mejor pulso para generar aprobación, la tarea de la oposición parece presentar un plan alternativo viable, consistente, diferenciador y propositivo para resolver las grandes materias pendientes. Todo eso, de uno y otro lado, con vocación de poder. En las cabezas de Uñac y Orrego está. Hacia abajo, no siempre.


JAQUE MATE