Yo veo el futuro repetir el pasado
Tras el golpe de Estado en Bolivia, es difícil alejar los fantasmas de la conspiración cuando cada actor parece encontrar su papel con la misma naturalidad que hace cuatro décadas y más.
Que el autoproclamado líder del mundo libre, tal como les gusta definirse a los presidentes de Estados Unidos, celebre el derrocamiento de un mandatario democrático en una nación soberana, es cuanto menos contradictorio. Sin embargo, no resulta novedoso a la luz de la historia de las dictaduras del siglo XX en América Latina.
La renuncia forzada del presidente Evo Morales, sugerida por los altos mandos de las fuerzas armadas, solo puede ser definido como un golpe de Estado moderno. Ya sin tanques rodeando la Casa de Gobierno, pero igualmente con la insurrección militar como ingrediente necesario para consumar la interrupción de la democracia.
Se ha dicho y reiterado, pero vale volver sobre el punto con claridad. Aún cuando las elecciones del 20 de octubre estuvieron teñidas de sospechas, el presidente Morales está transitando un mandato constitucional que deviene de comicios anteriores.
Su derrocamiento es a todas luces una violación de aquel comicio democrático ocurrido el 12 de octubre de 2014. El presidente Morales tenía mandato hasta el 22 de enero de 2020. Frente al levantamiento policial-militar, frente al caos en las calles y ante la escalada violenta contra su propia familia y sus funcionarios, se vio forzado a dar un paso al costado.
Unas 24 horas después seguía comunicándose vía Twitter pero sin revelar su ubicación. Luego se supo que aceptó el asilo político de Andrés Manuel López Obrador en Mexico. El politólogo norteamericano Noam Chomsky habló el mismo domingo de un plan no solamente para derrocar a Evo sino también para asesinarlo.
Punto aparte. Las elecciones del 20 de octubre tuvieron inconvenientes en el escrutinio. Lo que debía ser una manifestación popular irreprochable derivó en un proceso lleno de agujeros. Hubo una inexplicable parálisis en la carga de guarismos durante 20 horas.
Arrinconado por la realidad, Morales terminó reconociendo que había que llamar nuevamente a las urnas para despejar las dudas. Y accedió al monitoreo de la OEA, donde manda precisamente Estados Unidos.
Pero nada de esto alcanzó. Nada de esto importó. Consumado el golpe de Estado, empezaron a aparecer los actores que históricamente jugaron un rol central en este tipo de situaciones. El presidente norteamericano Donald Trump felicitó al ejército boliviano por exigirle la renuncia a Morales. Y aprovechó el mismo comunicado para lanzar una advertencia contra Venezuela y Nicaragua.
La intromisión estadounidense en la soberanía política de Bolivia puede ser leída de dos maneras. Con naturalidad porque es habitual el monitoreo de la Casa Blanca sobre esta parte del continente. O con cierta cuota de sorpresa, por la falta de recato. Por la nula intención de disimulo.
La postura institucional de Argentina se partió en dos. Por un lado, el gobierno saliente de Mauricio Macri rechazó hablar de golpe de Estado. Por el otro, el gobierno entrante de Alberto Fernández puso en acción a gobernadores, legisladores nacionales y contactos internacionales para detener la interrupción democrática.
Con una notable sintonía fina con el gobierno estadounidense, el canciller Jorge Faurie llegó a decir que "las Fuerzas Armadas no asumieron el poder en Bolivia, están simplemente haciendo algunas medidas de diálogo con distintas fuerzas políticas". Huelgan los comentarios, el funcionario es un diplomático de carrera y conoce acabadamente el peso de sus palabras.
Como también conoce su margen de acción, aún antes de asumir, el propio Alberto Fernández. Detrás de su condena al golpe en Bolivia, a través de Twitter, vino una cadena visiblemente coordinada de gobernadores en respaldo a la posición del presidente electo. El sanjuanino Sergio Uñac entre ellos. "Las instituciones de los estados republicanos crecen y se cimentan con el voto popular. Sólo el pueblo es dueño de su destino", planteó el pocitano con claridad, ya sin punto de encuentro posible con el macrismo.
La gravedad de Bolivia radica en la interrupción de la institucionalidad. Aún el impeachment contra Dilma Roussef fue canalizado por los poderes del Estado. El levantamiento popular en Chile contra Sebastián Piñera ha funcionado como llamado de atención, pero nunca estuvo en duda la investidura presidencial al menos hasta ahora. Por eso es que el capítulo de los golpes militares parecía perdido en la historia. Y sin embargo, yo veo el futuro repetir el pasado. Como vos. Como todos.
JAQUE MATE