Cacerola tentadora
Un ensayo sobre los motivos detrás de la protesta citadina, organizada nuevamente con un inteligente aparato en redes sociales.
Pareció una película vieja, la que vimos los sanjuaninos por algunos medios de comunicación porteños hace un par de días, cuando miles de personas en diferentes barrios porteños y algunos de Córdoba salieron a cacerolear en sus balcones por el recorte de los sueldos políticos. Una escena ya vista, ya vivida, con reminiscencias de 2001, cuando el "que se vayan todos" era el lugar de encuentro.
Los políticos habían incendiado el país. Era el momento de echarlos y de pedir caras nuevas. Fue la génesis de algunos movimientos no tradicionales y dirigentes importados de otros espacios, tanto empresariales como deportivos. Pura historia.
Sin embargo, historia reciente. Porque como toda bisagra, aquellos días angustiantes de hace casi 20 años, se proyectan hasta la actualidad. Esa extensión se hace visible por ejemplo con la reiteración de la ruidosa metodología de protesta que le terminó costando la caída a Fernando De la Rúa.
Pedirle al presidente Alberto Fernández un gesto como la reducción de los sueldos políticos, es una de esas consignas fáciles que solo cosecharán adhesiones en la ciudadanía. Al fin y al cabo, todos saben que los funcionarios ganan bien, están en la cúspide de la pirámide salarial del Estado. Cuando la emergencia aprieta, suena lógico pedir un gesto solidario para redireccionar recursos hacia donde más se necesita. En este caso, el equipamiento de hospitales y de personal de la sanidad.
Pero a veces el ruido de las cacerolas es tan fuerte, que termina confundiendo las razones y nublando el juicio. La oportunidad en que surgió no espontáneamente la propuesta, debiera al menos generar un llamado de atención. Hubo una inteligencia desplegada en redes sociales, en momentos de superpoblación ciudadana en ese terreno virtual, más que nunca, debido al aislamiento.
Ya no debiera ser un misterio para nadie, que el direccionamiento de tendencias es manejable. Solo falta un dispositivo lo suficientemente potente y los recursos para solventarlo. Los famosos "troll center" imputados al gobierno anterior parecen todavía tener poder de fuego. Sin embargo, interpretar que únicamente el macrismo cuenta con esta herramienta del marketing político sería pecar de inocentes.
Algunos son más susceptibles a la presión. Post cacerolazo, el presidente de la Cámara de Diputados de Nación, Sergio Massa, aceleró la difusión de su intención de reducir gastos políticos. Una bandera medio apolillada, que cada autoridad parlamentaria agitó apenas le tocó asumir en el Congreso y que luego se fue guardando en algún cajoncito, bien dobladita, llegada la hora de finalizar los mandatos.
La administración de Cambiemos se fue, sin ir más lejos, pidiendo que sus gerentes tuvieran doble indemnización si alguien decidía removerlos de los comodísimos despachos del Estado.
Ahora, volviendo al ruido aturdidor de las cacerolas, una vez que se apaga, afloran más preguntas. Por ejemplo, si el fogoneo de la protesta tuvo relación con el embate del presidente Fernández contra el dueño de Techint, por despedir a 1450 trabajadores apenas empezó la cuarentena, alegando problemas económicos. Paolo Rocca se llama, y según un ranking que circuló también en redes sociales, sería el argentino más rico.
En el afán de no identificar al eterno contratista del Estado -ya que Techint ha tenido buena relación con todos los gobiernos sin distinción de dereha o izquierda- Fernández habló en un plural genérico cuando tildó de "miserables" a aquellos que dejan trabajadores en la calle. Esa vaguedad le costó al presidente que salieran algunos pequeñísimos emprendedores a darse por aludidos. Nada que ver. Sin embargo, fue el caldo de cultivo ideal para poner la cacerola a fuego lento.
Porque ese es el otro detalle. La protesta alimentada, montada sobre el fastidio por el aislamiento, apenas comienza. Del argentino de a pie, el sanjuanino común, dependerá separar la paja del trigo. Y saber si se deja tentar por la cacerola que le ponen en la mano, como peón de una disputa que nada tiene que ver con el gasto político, sino directamente con el poder.
JAQUE MATE