La vida de Eduardo Rivas transcurrió entre cerros. Incluso marcó a fuego su historia familiar, la relación con sus hijos. Guadalupe, la menor, por momentos tenía miedo de caer cuando hacían las excursiones a la montaña. Pero su papá le dijo que no había nada que temer, porque él siempre estaría ahí. Incluso, que estaba dispuesto a contenerla en el vacío si fuera necesario.

“Mi papá me decía que si nos caíamos, él iba a ser mi escudo”. Ese era Eduardo, a los ojos de la joven de tan solo 16 años que habló por primera vez y eligió a Canal 13 San Juan para recordar a su papá. Aún consternada por el deceso ocurrido el pasado fin de semana.

Rivas subió al cerro La Sal, de Ullum, el sábado 24 de octubre y cuando no bajó a tiempo, sus amigos dieron aviso a las autoridades. El operativo de búsqueda y rescate se extendió durante largas y angustiantes horas. El domingo cerca del mediodía se dio a conocer la peor noticia. Las redes sociales se inundaron de despedidas emotivas.

Guadalupe no tenía idea que el sábado 17 de octubre sería la última vez que vería a su padre con vida. Sin embargo, eligió centrarse en los buenos momentos que pasó junto a él. Las salidas a cenar o a tomar helado. Pero sobre todo las constantes visitas a su cine favorito, en las que Eduardo siempre se emocionaba ya que su hija lo describe como todo un sentimental. "Yo le hacía burla a mi papá, siempre lloraba". 

Esta pareja era inseparable, uno no podía vivir sin el otro. A pesar de tener algunas discusiones, todo se solucionaba rápidamente con una película o una comida juntos. La pequeña era tan apegada a su papá que, a pesar de que no siente la misma pasión, toda su vida lo acompañó a la montaña.

"Yo soy completamente diferente en ese sentido". Al notar esto Eduardo solía llamarla “Hippie” cariñosamente, ya que prefería relajarse en su casa a hacer andinismo. No obstante, con el paso de los años el Tres Marías se convirtió en un lugar de descarga para ambos. Desde que era una niña, esta regalona se convirtió en la sombra de su progenitor en los cerros.

La pasaban tan bien juntos que se comprometieron a escalar durante todo el verano. Pero lamentablemente la pandemia lo arruinó todo. Comenzaron a verse cada vez menos. Todo se complicaba porque él vivía lejos y Guadalupe trataba de no salir de casa.

Sin importarle los palos en la rueda, este padre hizo todo lo que estuvo a su alcance para seguir en contacto con su hija. El andinista le enviaba textos todos los días para saber cómo estaba. Además, viajaba hasta su casa en Zonda para poder enseñarle a manejar. Estas prácticas se convirtieron en su nuevo pasatiempo. Es más, el deportista le dijo a su pequeña que cuando obtuviera el carnet, ella comenzaría a ser quien lo lleve a las montañas para escalar.

Tristemente este tierno sueño nunca pudo llegar a concretarse. El aún confuso accidente de aquel fatídico 24 de octubre, le dio un giro de 180º a la vida de esta niña. Su compañero se fue, de manera totalmente repentina y sin previo aviso. Se lo arrebataron de un día para el otro. "Cuando me enteré, lo último que pensé fue que no iba a estar más".

Si bien estuvo muy apenada durante los primeros días, Guadalupe mostró una gran fortaleza para sus 16 años. La cinéfila dejó en claro que no vivirá llorando. Que debe aprender a vivir por si misma ya que es lo que su padre hubiera querido, verla siempre feliz. Para lograrlo, la adolescente se valdrá de los tres valores principales que aprendió de Eduardo: orgullo, fortaleza y valentía. "Sé que a él le gustaría eso, que yo fuera feliz".

Ahora la más chica de los Rivas tiene enfrente la montaña más alta que le ha tocado enfrentar en su vida. Pero apoyándose en su madre y sus hermanos ella está segura que podrá salir adelante al igual que toda su familia y porque no, dentro de algunos años, concretar el sueño de su papá de llevar su apellido hasta lo más alto del Monte Everest.