Malvinas: el estremecedor relato de un sanjuanino que naufragó 3 días en el Atlántico
Pasaron 38 años de aquél disparo letal que hundió el Crucero General Belgrano. La desesperación, la resignación y el naugragio de casi tres días a mar abierto. La historia Sergio Lomastro en Canal 13.
Pasaron 38 años de aquel fatídico 2 de mayo cuando el Crucero Ara General Belgrano, en medio del oleaje del Atlántico Sur, recibió el ataque directo de tropas inglesas. El hecho produjo la muerte de 323 argentinos que viajaban a bordo. Pocos sobrevivieron, entre ellos, Sergio Lomastro, un sanjuanino que guarda en su memoria cada segundo de aquel día.
Lomastro apenas tenía 21 años y era cabo, parte de la tripulación y trabajaba en el sector "antiaéreo". "Nos tocó salir a navegar al sur de los mares argentinos, a la espera de un buque inglés. El primero de mayo estábamos destinado para ir a Malvinas, esperábamos a hacer un ataque porque era el único buque capaz de hacerlo pero nos ordenaron volver", señaló a Canal 13 el ex combatiente.
Hasta ese momento, nada hacía pensar que apenas un día después, uno de los cruceros más grandes de la Argentina caería hundido. "Ese día estaba en el crucero de guerra, mi ametralladora estaba en la proa, y en ese momento yo estaba en la mitad del barco. A las 16.05 sentimos el primer impacto, inmediatamente sentimos el segundo, no sabíamos que era", dijo. En ese momento, recuerda, el buque quedó sellado con cientos en el interior y otros cientos fuera. "Los que quedan afuera a sus puestos de combates. Mis cargadores no estaban, entonces me enganche la ametralladora y esperamos a ver qué pasaba hasta que llego la orden de abandono", contó.
Para Lomastro todo pasó en cuestión de horas, pero apenas fueron 45 minutos contados. "Cada uno debía ir en su balsa, estábamos bien preparados y sabíamos donde teníamos que ir, yo tenía que dar toda la vuelta al crucero, pero cuando llegué vi que yo no tenía balsa porque desapareció esa parte del buque", comentó.
Entre la desesperación del hundimiento y la cantidad de heridos, Lomastro contó que la decisión fue crucial. "Nos quedó hacer una escalera humana y ayudar a bajar a todos los que estaban heridos, a mediodía que había lugar en las desocupadas, ahí íbamos embarcando", señaló.
El bajar a una balsa no parecía tan complejo en la teoría, hasta que llegó la práctica. "Esa noche habían olas de 9 o 10 metros. Cuando una ola levantaba la balsa, las otras que venían tirando quedaban por debajo, por eso tuvimos que romper los cabos y cada uno quedó a la deriva" apuntó.
En la oscuridad de la noche, con un horizonte invisible, cada balsa parecía tener destinos distintos. "Ahí agarramos distintas corrientes, olas que llevaban a algunos a la Antártida y otros hacia el norte, acercándolos al continente, por esto el rescate fue más que tarde", explicó.
"Nosotros fuimos de los últimos. Mi balsa paso dos días y medio casi tres naufragando, las balsas era para 20 tripulantes y llevábamos 31 personas, uno herido. Teníamos la puerta rota, entonces entraba y salía agua helada, salada, que empeoraba las quemaduras del herido. Teníamos que orinar sobre él para que fuera como anestesia", detalló Lomastro.
El ex combatiente comentó que así pasaron dos días y medio. En ese cuadro, sin agua potable, sin insumos, con un herido y la balsa dañada, por su cabeza pasaban muchas cosas. "Uno sabe que en aguas frías no hay tiburones, pero cuando pasas mucho tiempo a la deriva, ya no sabes que vas a encontrar. Por las olas no podíamos ver nada. Cuando la balsa trepaba a la cresta de una ola bien alta, aprovechábamos para ver el horizonte y ver si nos acercábamos a algo", dijo.
Fue entonces cuando acudió a Dios. "Cuando vi que pasaba el día, la noche y no nos rescataban, empecé a rezar y me dije que si quería llevarme al cielo, ya estaba dispuesto. Entonces, todo fue paz, silencio, y de pronto sentimos un avión pasar por el cielo. Era argentino. El avión nos hizo una señala y tiempo después apareció un barco para rescatarnos", exclamó.
Finalmente, Lomastro llegó a tierra firme. Al llegar, inmediatamente dio aviso a su madre por teléfono, pero servicios de inteligencia cortaron la comunicación porque estaba "brindando información de dónde estaba y que había pasado". No importaba, sabían que él estaba vivo.
La experiencia dejó en el soldado marcas imborrables, cicatrices de una época, de una guerra que quedará enmarcada en la historia Argentina. Sin embargo, explicó que el rencor y el odio no tienen lugar en esta vivencia. "Si hoy pudiera encontrarme con un compañero del Conqueror ingles que nos hundió, me tomaría un café con él. Porque en la guerra no gana nadie, ni los que las peleamos ni los que las hacen", concluyó.