Temía trabajar con personas con discapacidad y ahora son su vida
Carlota Yanzón superó una barrera que creía imposible y creó la fundación Caricias y Relinchos.
Carlota Yanzón es una psicóloga sanjuanina que durante los primeros años de su vida profesional se negó a trabajar con personas con discapacidad, pero el destino caprichoso le tenía preparado un giro. Encontró en la equinoterapia su felicidad y creó una fundación para compartirla. Una conmovedora historia exclusiva de Canal 13.
En 2007, a 13 años de haberse recibido, Carlota se mudó a San Luis, donde su lugar la esperaba. Una mañana caminaba por las calles puntanas hasta que un cartel la detuvo: “Fundación de Equinoterapia de San Luis”. Se asustó al ver que era para personas con discapacidad, pero la palabra equino la convenció.
Su familia es amante del Polo, por lo que creció entre caballos. En San Luis también quería estar cerca de los animales. Con tono arrebatado -la timidez no es una cualidad que la caracteriza-, entró al lugar y le dijo al encargado: “Mirá, yo soy psicóloga y te puedo ayudar con los caballos, pero no me hagan trabajar con las personas con discapacidad porque no sé y siento que no voy a poder”. La aceptaron y así inició su etapa de transformación.
En la fundación se dedicaba a colaborar con los caballos, hasta que necesitaron de ella para la tarea que tanto temía: hacer equinoterapia. Este tipo de terapia se basa en el andar. El caballo es el único animal cuadrúpedo que camina de la misma forma que el ser humano, en la equinoterapia el animal transmite el patrón de la marcha correcto. Por este motivo es esencial para personas con miembros inferiores pasivos.
Un joven de la fundación no podía moverse por sí mismo por una parálisis cerebral y tenía que montar acompañado. Un día faltó la persona que lo sostenía en el caballo y le preguntaron a Carlota si estaba dispuesta a hacerlo ella.
Se dio cuenta que si no lo hacía el joven iba a volver a su casa sin poder hacer su terapia. Dijo que sí y subió junto a él. “Cuando veía cómo disfrutaba el montar a caballo mi corazón explotaba. En ese momento dije ‘esta es mi pasión, es lo que quiero. Quiero morir dedicándome a la equinoterapia’”, comentó a este medio con la misma euforia que sintió aquel significativo día.
Desde ese momento su percepción cambió: “Tenía miedo de no poder poner un granito de arena en su vida, pero ellos rompieron esa coraza estúpida que tenía y se metieron en mi vida. Me enseñaron a que está todo bien y que nos podemos involucrar. Cuando quise acordar estaba muy metida”. Tal fue su compromiso con su trabajo con personas con discapacidad que hizo de voluntaria en San Luis durante tres años.
Por motivos personales tuvo que regresar a San Juan. Pero no quiso dejar la equinoterapia atrás y decidió abrir una fundación. En 2012 comenzó a planear el proyecto de su vida, que pudo concretar el 4 de marzo de 2015, cuando le dieron la personaría jurídica y Fundación Caricias y Relinchos se oficializó. Caricias porque “estos niños son un mimo al alma”.
Actualmente hay 30 personas que asisten a la fundación, van desde niños de dos años hasta adultos. No solo van personas con discapacidad, sino que también asisten aquellos que prefieren hacer terapia encima de un caballo. La quinoterapia estimula el sistema vestibular, baja los niveles de ansiedad y ayuda con la autoestima.
Carlota sigue la fundación porque ama lo que hace, aunque le cuesta mucho sacrificio. La mantiene con sus ingresos, por mes invierte aproximadamente $70.000 en ella. También tiene problemas para conseguir aportantes que paguen una mínima cuota mensual o que donen dinero o elementos para que el proyecto siga en pie. Sin embargo, tiene claro que continuará con ella hasta el último de sus días: “Sí, trabajo al rayo del sol y a veces con mucho sacrificio, pero siempre aparece alguien que te ayuda. Vale la pena. Son mi motor para seguir adelante. Tengo la obligación moral de seguir con ellos, con alegría y felicidad”.
“Veo sus avances, sus risas, me encanta jugar. Hago cosquillas, tiro las pelotas, jugamos con aros. Me divierto tanto en cada sesión de quinoterapia. Me llenan el alma. Los veo sonreír y pienso en cómo llegaron y cómo están ahora y me emociono”, confesó Carlota, esa mujer que años atrás había decidido no trabajar nunca con personas con discapacidad y ahora entrega su vida a ellas.