El 8 de octubre de 2020 las vidas de Congo y Sol sufrieron un remezón grande. El can, vio la puerta abierta de la casa y se fue hacia la calle, cuando su dueña no lo estaba vigilando. El animal no supo volver a su hogar y terminó por perderse.

Todo ocurrió en Bahía Blanca, Buenos Aires, el año pasado cuando Congo, el fiel compañero de Sol, ganó la puerta tras darse cuenta que los obreros que en ese entonces estaban trabajando en la casa, habían tenido el descuido de dejarla abierta. Fue entonces que el calvario de Sol empezó.

La joven bonaerense estaba triste, pero no se dejó vencer según ella misma contó en una publicación en sus redes sociales. Empapeló toda la ciudad con la foto de su Congo y se dio a la búsqueda de su amigo. Más de 100 días, signaron esta no tan alegre aventura entre estos dos.

Sol lo buscó intensamente por todos lados, incluso recibió varios llamados con datos falsos, u oportunistas ante su belleza, pero nadie con noticias de su perro. Fue a reconocer a muchos canes, pero ninguno era su amigo.

Las fiestas de fin de año pasaron y Sol estaba perdieron toda esperanza, cuando finalmente ¡apareció!. El relato de la joven se volvió viral de lo conmovedor que fue. Como Congo tiene un chapita con su nombre y datos de contacto, el pasado 20 de enero, más de tres meses después de haberse escapado el peludo amigo de la bonaerense había sido visto.

 “El 20 de enero, como todos los días, me levanté y subí la foto en uno de los grupos de siempre y me pusieron una foto de un perro que estaba desde hacía una semana en un forraje -” Don Paco 5″, Rincón 3870- a unos 10 kilómetros de mi casa”.

 “Cuando llegué frené al costado de la ruta, a mano derecha y crucé porque el forraje estaba en frente. No lo vi de entrada a Congo así que ya me estaba desilusionando, pero de repente salió de adentro un perro marrón que iba a ‘recibir’ a una señora que llegaba", continuó.

Entre lágrimas la joven le gritó: ‘¡Congo!’. Y se dio vuelta enseguida... Ahí nomás vino corriendo, se hacía pis encima y me mordía la cara”.

“¡Ahora es un señor! Cuando salimos a caminar y vamos a alguna zona donde lo pueda soltar, él me espera. Si ve bolsas de basura va corriendo, le quedó el instinto, se emociona. Con los autos lo mismo: no cruza sin mirar y si escucha el ruido de la llanta sobre el asfalto se sube a la vereda. Fue una locura hermosa y él se convirtió en una leyenda. Ese mismo fin de semana lo llevé a Monte Hermoso a la playa y no hubo persona que no lo reconociera”, cerró.