Los pesquisas ingresaron a una habitación y se encontraron con una escena dantesca. Sangre en el suelo, en las paredes, en la habitación y en el comedor. En la bañera, el cadáver de Gilberto Ceballos (60), asesinado en un departamento en pleno centro de San Carlos de Bariloche.

Una confesión había impulsado la apertura de una investigación y sus correspondientes pesquisas: Nicolás Roa, un joven de 18 años, se presentó en una comisaría y contó que había apuñalado a su padrino hasta matarlo. ‘Intentó abusar de mí y solo me defendí’, dijo antes de ser esposado.

El cuerpo tenía nueve heridas cortantes en el cráneo, dos muy profundas en el pecho y 30 en las manos y brazos, estas últimas atribuidas en su mayoría a la reacción defensiva de la víctima. Fueron 41 cuchillazos que provocaron una enorme hemorragia que fue determinada como la causal de muerte.

El informe fiscal durante la audiencia de formulación de cargos menciona que ‘el accionar desplegado por el imputado se dio en ambientes de la vivienda donde la víctima no podía contar con auxilio inmediato. Es decir que actuó sobre seguro. Lo anterior se suma a la multiplicidad de lesiones en las zonas vitales ya descrita, generando un sufrimiento y padecimiento innecesario y extraordinario en la víctima que asimismo denotan la alevosía en el accionar’.

Roa fue imputado por homicidio agravado por ensañamiento y alevosía, y se le dictó la prisión preventiva por cuatro meses. Según el informe forense, para matar a Ceballos utilizó un cuchillo de 21 centímetros de largo y 2,5 de ancho. A su vez, el estudio determinó que el crimen fue cometido entre la noche del jueves y la madrugada del viernes. El presunto asesino confesó unas 13 horas más tarde.