¿Aprender a convivir con el Coronavirus es acostumbrarse a todo lo que trajo aparejado la pandemia? Es una pregunta difícil de responder, porque el acostumbramiento es casi sinónimo de adormecimiento. Puede significar correr el umbral de asombro. Lo que llamaba la atención en un principio ya no es tan alarmante. Entonces que venga lo que sigue. Aunque sea doloroso, en algún momento será parte del paisaje.

Fue shockeante ver las filas para ingresar a comprar alimentos o pagar una boleta, con la vereda demarcada. Un metro y medio entre cada persona. O el factor de ocupación restringido en los bares y restaurantes, arriba del colectivo. La prohibición de bailar, de festejar, ¿de estar alegre?. EL uso forzoso del tapabocas para asomarse a la calle, entrar a un edificio público, al banco o al comercio. Las burbujas. La bimodalidad. Las reuniones por Zoom sustituyeron el contacto cara a cara, básicamente porque esa exposición entre personas implica un riesgo de contagio. Darse un beso y un abrazo, un acto temerario.

Todo esto era por un tiempo. Sin embargo, ese plazo se puede estirar indefinidamente. Ese fue otro de los golpes de nocaut de la peste: la confirmación de que el tiempo ya no le pertenece a los seres humanos sino a la propia naturaleza. Durará lo que dure. Mientras tanto, capacidad de adaptación. Aprender a convivir con las nuevas reglas. Volverlas parte de la cotidianidad para que se tornen invisibles. La nueva normalidad. La normalidad y punto.

Es parte del nuevo paisaje no en San Juan o Argentina sino a escala mundial. El siguiente paso será tener una suerte de pasaporte sanitario. Ahora para llegar a una nación como turista o hacer una simple visita familiar habrá que acreditar estar vacunado. Europa va en esa dirección. Antes del Coronavirus habría sido impensable que a un ciudadano le pidieran un sello de salud. Pero, nueva normalidad.

Aprender a convivir con estas reglas puede significar acostumbrarse porque de hecho es una situación que llegó para quedarse. No hay en el horizonte visible un planeta despreocupado del Covid 19. Eso no sucederá por el momento.

Va de nuevo: ¿aprender a convivir con la peste es acostumbrarse a la peste? A esa pregunta inicial se puede agregar otra, más terrible aún. ¿Parte de este acostumbramiento es aceptar que en algún momento van a faltar camas críticas? Da miedo pensarlo, pero parece oportuno e impostergable.

El tan temido colapso suena cada vez con mayor frecuencia en boca de los funcionarios. Lo dijo el vicegobernador Roberto Gattoni el martes feriado en la plaza 25 con Canal 13, pero inmediatamente se corrigió y le puso un 'casi' por delante. La ministra de Salud, Alejandra Venerando, dijo el miércoles en Banda Ancha que hasta ahora no le faltó atención a nadie. Subráyese 'hasta ahora'. Y la jefa de Epidemiología, Mónica Jofré, volvió a la carga con el asunto, en una entrevista con Radio Sarmiento este jueves. Advirtió que puede saturarse el sistema pero no se sabe bien cuándo. ¿Es finalmente inevitable?

Desde hace tres semanas, cada día cerró con una mayor ocupación de terapia intensiva. Este viernes arrancó con apenas 28 camas críticas disponibles, según el reporte oficial. Apenas un puñado para toda la provincia. Frente a cada enfermo, sea por Covid 19 o cualquier otra patología grave, los médicos tendrán que sopesar muy bien la urgencia. Si la persona puede seguir en internación común, ahí se quedará. Son tan pocas las camas, que el criterio lógicamente tendrá que volverse cada vez más estricto. Hasta que finalmente no queden.

¿Es lo próximo que viene? Puede ser, si no baja la cantidad de contagios. Este jueves hubo casi 700 casos positivos en San Juan. El peor y más elevado número de toda la pandemia. El problema de fondo es que la única receta posible para detener la escalada sería un confinamiento sin medida, como el año pasado. Fase 1 eterna. Y es una opción que ya no está a la mano del gobierno. 

Por eso, sea como fuere, el lunes se retomará la actividad económica. Protocolizada, ajustada, con condiciones. Pero todo el mundo irá a la calle. Porque no hay margen para seguir perdiendo ingresos y puestos de trabajo. Esto implicaría sumar pobreza e indigencia. 

Las clases serán otro tema adicional. Cerrar las escuelas influyó de manera determinante para bajar la circulación de personas en la vía pública. ¿Y ahora? Los contagios dentro de los establecimientos educativos fueron mínimos. Menos del 1 por ciento en alumnos, poco más del 3 por ciento en personal docente y no docente. Aún así, activar la presencialidad implica subir grandes cantidades de personas al transporte público de pasajeros. La situación sanitaria del 1 de marzo, cuando comenzó el ciclo lectivo, no se parece en nada a la actual. Es un dato objetivo.

Este viernes en una reunión de Gabinete Sergio Uñac definirá la nueva-nueva normalidad. Pero ya se sabe que será con actividades otra vez restituidas. Porque la vida debe continuar. Aunque el costo sea enorme. Ojalá aprender a convivir con la peste no signifique nunca acostumbrarse. Ojalá.


JAQUE MATE