De grieta, odiadores seriales y nuevas mayorías
Frente a la irracionalidad, la única alternativa es construir mayorías. Y las mayorías se edifican generando consensos.
Hay dos alternativas por lo menos frente al problema de la división argentina, que por supuesto tiene su correlato en San Juan como en cada rincón del país. La primera es seguir abriendo la grieta cada uno desde el lugar que le toca, porque al fin de cuentas siempre habrá razones para reprocharle al otro sus errores o, más ampliamente, su punto de vista acerca del mundo. La segunda posibilidad es intentar zanjar las diferencias y empezar a construir consensos.
La primera es como se ha gobernado y se ha ejercido la oposición desde hace décadas. Lo fue desde el regreso de de la democracia a esta parte. O mucho antes también. La segunda, la de la búsqueda de los acuerdos, ha sido la más declamada y gastada a lo largo del tiempo. Queda bien y suena acomodado a la política moderna, apostar a la moderación.
Entonces, entre la dolorosa realidad de la confrontación interna y la viscosa promesa de los consensos básicos, debe existir algún camino intermedio que se presente cuanto menos viable para salir de una buena vez por todas del estancamiento, el péndulo extremo que hunde al país cíclicamente en crisis dañinas, que atrofian todos los proyectos personales, familiares y finalmente los colectivos. No se puede seguir adelante en una Nación donde soñar esté más asociado a una fantasía que a un derecho.
¿Cómo se resuelve la grieta? Una respuesta posible sería construir mayorías. Pero no hacerlo únicamente con fines electorales, como ha sucedido hasta el momento. Porque cada vez que se logra de ese modo, es apenas una circunstancia. Es una falsa mayoría que se nutre del voto negativo del otro polo opuesto en la grieta. Así ganó Mauricio Macri en 2015 y así ganó Alberto Fernández cuatro años después.
La arquitectura de las victorias es de estricto interés partidario. El gobierno de los oficialismos y el control de las oposiciones debiera montarse sobre una lógica un poquito más sofisticada. El consenso absoluto, la uniformidad, no existen. Entendiendo esa premisa bastante obvia, habrá que abrir el criterio lo suficiente como para ampliar los modelos de manera más o menos generosa, menos dogmática. Claro, siempre habrá costos internos frente a los sectores radicalizados.
El pasado Día de la Independencia debió dejar un aprendizaje al respecto. El presidente Alberto Fernández habló de que vino a cerrar la grieta y que para eso hay que terminar con los odiadores seriales. La segunda parte de su frase sirvió para alimentar durante todo el fin de semana los cuestionamientos del otro extremo de la grieta. Queda la sensación de que no importa lo que haya dicho, siempre habrá devoluciones negativas. Están preparadas con antelación.
Se pueden debatir modelos de país, de desarrollo. Pero no se puede discutir la violencia. No a esta altura de la historia. Si todavía hay sectores que justifican el ataque a un equipo periodístico, no hay plano de diálogo posible con ellos. El desafío es no retroalimentar la demencia. Un acto delictivo debe ser resuelto por la Justicia mientras la política sigue con su tarea.
Frente a la irracionalidad, la única alternativa es construir mayorías. Y las mayorías se edifican generando consensos. Para ello hay que estar dispuesto a ceder ante las diferencias no sustanciales. Aún pagando el costo de ser tildado de tibio, por los románticos de la inmolación. Pragmático sería el término más apropiado. La búsqueda de un fin colectivo exige sacrificios personales.
Raúl Alfonsín lo hizo con el Pacto de Olivos, del cual hoy se habla poco. Acordó con Carlos Menem. Nunca perdió su rol opositor, ni su referencia política, más allá de haber sido maltratado por los propios. Sentarse junto al caudillo riojano desafió todas las bases radicales.
Vale recordar expresiones del Padre de la Democracia publicadas por el diario La Nación el 30 de octubre de 2004, al cumplirse 10 años de la reforma constitucional: "La Argentina es uno de los pocos países donde la palabra «negociación» o «pacto» tiene una connotación peyorativa. La política es diálogo porque de lo contrario se convierte en violencia". Podría ser tomado como principio para los tiempos.
El Acuerdo San Juan también apoya esta tesitura. Hay quienes acusan a Sergio Uñac de estar buscando un salvavidas frente a la urgencia. Esa es una manera de interpretarlo. Pero puede estar equivocada, si finalmente prospera el plan original de abrir los oídos para reconducir la provincia. Construir nuevas mayorías. Incluir a los que sintieron que se quedaron afuera. Superar la interna que todavía sangra.
Siempre habrá grieta, siempre habrá fanatismos de derecha y de izquierda. Una buena receta sería ir por lo posible. Si no es con todos, al menos que sea con la mayoría.
JAQUE MATE