"El domingo se elige si vamos a tener democracia o no", dijo la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, y fue título. Fue además una remake de la frase que un día antes había dejado aquí en Canal 13 la diputada Susana Laciar, también integrante del Frente Juntos por el Cambio: "Elegimos una Argentina que trabaja o una donde la corrupción no se castiga".

Subyace a ambas afirmaciones, la convicción de que hay un voto republicano y otro de menor categoría, propio de una mirada cortoplacista e incluso falto de reflexión ciudadana. Un voto instruido versus un voto ignorante. Demás está decir que esta calificación fue archivada, por anacrónica, con la Ley Sáenz Peña sancionada por el Congreso de la Nación Argentina el 10 de febrero de 1912.

El voto de cada ciudadano vale exactamente lo mismo dentro del cuarto oscuro, sin importar su género, su nivel de instrucción, su poder adquisitivo, su patrimonio, su ideología o su religión. Un ciudadano, un voto. Por eso es universal. La aclaración roza la obviedad, pero las circunstancias obligan a repasar un poco aquellos conceptos básicos aprendidos en la escuela secundaria.

Más de un siglo después, el sistema electoral sigue siendo objeto de sospechas y el voto que permite festejar las victorias, puede convertirse súbitamente en una equivocación social también, según el afectado por el veredicto de las urnas. Cómo olvidar el berrinche del presidente Mauricio Macri el día después de las primarias. Tuvo que pedir disculpas luego. Estaba mal dormido.

A coro, Elisa Carrió, Patricia Bullrich, Miguel Pichetto, Luis Brandoni y alguna otra figura del macrismo sembraron dudas sobre la transparencia del comicio del 11 de agosto. Solo así pudieron entender los 15 puntos más que obtuvo Alberto Fernández. Solo con trampa mediante. No alcanzaron a descifrar las razones de la derrota de Macri, por fuera de ese abanico que va desde el fraude hasta la equivocación colectiva, de electores poco ilustrados.

En este último tramo de campaña, sonaron estas alertas que empañaron o buscaron empañar la credibilidad de la propia democracia.

En el justicialismo también se subieron a esta locura. "Necesitamos que se gane bien para alejar los fantasmas", admitió con un dejo de preocupación la secretaria de Gobierno, Fabiola Aubone, ayer en Banda Ancha. La abogada integra también la Junta Electoral del Partido Justicialista, por lo tanto es conocedora de todo el sistema y su complejidad.

¿Significa que también Aubone duda de la transparencia de la elección? No, en absoluto. Significa que ha tomado nota de este clima previo, alimentado por encumbrados funcionarios y personalidades nacionales. La única manera de combatir estos fantasmas, es lograr un resultado contundente, indiscutible. Como el del 11 de agosto, a pesar de los pataleos de Cambiemos.

Nótese que estas palabras no apuntan a defender a una u otra opción electoral, porque sería tanto como faltarle el respeto al votante de cada una de las seis alternativas que competirán el próximo domingo. El foco está puesto en defender el sufragio como máxima y legítima expresión de cada uno de nosotros. Somos pueblo y elegimos a nuestros representantes.

El resultado del próximo domingo merecerá especialmente el respeto de la clase dirigente. Si la política desacredita la democracia, entonces deja de ser política. Dejen a los dinosaurios descansar en paz.


JAQUE MATE