El presagio del peronismo dividido
El esplendor y el ocaso de los '90 más la derrota nacional en 2015 anticipan el delicadísimo escenario que enfrenta el oficialismo tras la caída del 2 de julio.
La primera reunión de transición entre Sergio Uñac y Marcelo Orrego, ocurrida este miércoles en Casa de Gobierno, le dio materialidad al resultado electoral del 2 de julio. Empezó el traspaso gradual entre el que se va y el que llega. Cambia el mapa político de la provincia y el peronismo enfrenta su momento más difícil de los últimos 20 años. Dos antecedentes históricos permiten caracterizar este escenario, con un justicialismo opositor.
Cuando Jorge Alberto Escobar llegó al poder, en 1991, le dio la primera victoria al peronismo desde el regreso de la democracia. Apadrinado por los hermanos Eduardo y Carlos Saúl Menem, el joven empresario de 38 años logró lo que parecía imposible. Acordó con José Ubaldo Montaño, César Gioja, Luis 'Quito' Martínez y Olga Riutort, cuatro cabezas de un PJ totalmente fracturado. Esa unidad les permitió ganar por un par de puntos, en una elección dividida en tercios. Segundo quedó el cruzadista Alfredo Avelín y tercero, el bloquista Juan Gilberto Maratta.
La contracara de aquella victoria fue la fragilidad del acuerdo interno. En octubre de 1992, antes de cumplirse el primer año de gestión, Escobar fue destituido en juicio político. El resto es historia conocida. En 1999 los barrió la ola aliancista. Cada uno siguió por su lado. Escobar con el menemismo, José Luis Gioja con el duhaldismo/kirchnerismo, y Roberto Basualdo -vicepresidente del PJ en ese momento- con Adolfo Rodríguez Saá. Primer antecedente para tener en cuenta.
Luego de los 12 años K, con Néstor y Cristina, se impuso el cambio en 2015. La victoria del PRO de Mauricio Macri con la territorialidad que le aportó la UCR desplazó al peronismo de la Casa Rosada. El bloque Frente para la Victoria en ambas cámaras del Congreso tuvo bajas. No llegó a la desintegración pero surgieron desprendimientos. Los legisladores y legisladoras por San Juan que habían llegado con el mismo sello terminaron fraccionados y votando contradictoriamente en más de una oportunidad. Segundo antecedente para considerar en este análisis.
Sostener la unidad en la derrota se vuelve imposible. O al menos muy difícil. Es el primer costo que debió enfrentar el peronismo cada vez que le tocó ser oposición. Sin embargo, al poco andar encontraron la manera de confluir para construir nuevamente el camino a la victoria. Fue lo que sucedió en 2019 con el Frente de Todos. Aún así el camino estuvo lleno de obstáculos. Las discordancias internas fueron el signo de los casi cuatro años de gobierno de Alberto Fernández. Huelgan las aclaraciones.
Incluso en el poder, el Frente de Todos sufrió crisis de conducción política. La peor de todas fue cuando Máximo Kirchner renunció a la presidencia del bloque en Diputados, disconforme con el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Fue el preludio del portazo que pegó, tiempo después, Martín Guzmán al Ministerio de Economía. Las tensiones internas nunca se saldaron.
El peronismo sanjuanino no fue ajeno a estos bemoles, aunque con particularidades bien locales. La relación entre Sergio Uñac y José Luis Gioja se fue enfriando sostenidamente, hasta no tener punto de retorno. Recibieron un llamado de atención en las urnas en 2021, cuando el Frente de Todos le ganó por apenas un punto y fracción a Juntos por el Cambio. Frente a esa alerta hubo una reacción inmediata.
En diciembre de 2021 el gobernador ordenó a sus diputados suprimir las PASO del sistema electoral de San Juan. Sin esa herramienta, la interna perdió una manera de expresarse. Pero la jugada legislativa generó una fractura todavía peor. El giojismo llevó el asunto a la Justicia. La controversia solo se desanudó con un acuerdo político. Así surgió la Ley de Lemas con el nombre de SIPAD, en septiembre de 2022 y bajo protesta de la oposición.
Este nuevo sistema le permitiría a uñaquismo y giojismo sumarse recíprocamente sin tener que verse las caras. Sin tolerarse siquiera. Pero la acumulación de votos peronistas no les alcanzó para frenar el batacazo de Orrego.
El revolcón del 2 de julio no bastó para calmar las aguas de la interna peronista. Por el contrario, hubo un recalentamiento. Uñac y Gioja se medirán por la candidatura para el Senado, pero fundamentalmente van a disputar su cuota de liderazgo. El 13 de agosto habrá un ganador y habrá un perdedor.
Casi podría decirse que la banca en el Congreso pasa a segundo plano, frente al real interés político que le da marco a la confrontación. Ambos quieren encabezar el PJ provincial que será opositor a Orrego durante los próximos cuatro años. Si no planean liderar en primera persona, sí tienen expectativas de coronar a un sucesor de su espacio. Es más o menos lo mismo.
Lo dijo esta semana en Banda Ancha el ultragiojista Facundo Perrone. Aseguró que confía en una 'reconciliación' pero reclamó que sea 'sincera'. ¿Qué significa esto? Que no le van a perdonar a Uñac absolutamente nada. Y que no le van a permitir que ocupe ningún sitio en la nueva conducción. Pero el giojismo no está en posición de poner esas condiciones, salvo que gane la primaria del 13 de agosto. Esa es su apuesta.
También es la jugada de Uñac. El gobernador sabe que debe arrasar en la interna dentro de tres domingos para conservar su cuota de poder y cortarle las alas a Gioja. Así gestó la visita de Sergio Massa, con pretensión de exclusividad para su lista.
Los antecedentes históricos son consistentes con el presente y, potencialmente, con el futuro también. A cada derrota sobrevino la división. Y a cada división, una dolorosa sutura. Nunca fue fácil recomponer la unidad. Por ahora está muy lejos.
JAQUE MATE