La avalancha internacional que representa el coronavirus finalmente le pasó por encima a la Argentina, no tanto por los números actuales de contagios que continúan siendo muy discretos, sino por el temor a lo que podría suceder en apenas un mes más, cuando las temperaturas invernales empiecen a favorecer la proliferación del Covid-19, como ya sucedió en el hemisferio norte. Está más que justificada la reacción oficial, criticada por algunos por tardía. Sin embargo, el alud de la pandemia arrasó con el resto de la agenda informativa, incluso con males crónicos del país. Uno de ellos es la inflación. Este jueves el INDEC difundió los datos oficiales de febrero y quedaron algunas conclusiones para abordar.

El instituto que maneja Marco Lavagna sostiene la pretensión y el compromiso de continuar la línea de trabajo que dejó Jorge Todesca. Es decir, mantener cierto grado de autonomía de las conveniencias políticas del gobierno de turno. Se dijo en esta columna reiteradamente, que si algo había que reconocer de la gestión de Mauricio Macri era haber transparentado las mediciones estadísticas oficiales, pagando el precio de que sus propios números reflejaran la política económica nefasta.

Partiendo de esta base, deberían tomarse los valores difundidos este jueves como válidos. En tal caso, la buena noticia fue que sigue manifestándose por segundo mes consecutivo una tendencia de desaceleración en el índice del costo de vida. Muy leve. Posiblemente, precaria. Pero tendencia al fin.

Según el INDEC, la inflación de febrero medida a nivel nacional fue del 2 por ciento. Con ese valor, se convirtió en el índice más bajo de los últimos 2 años. En los últimos doce meses acumuló 50,3 por ciento. Es decir, unos 5 puntos por debajo del récord alcanzado en 2019.

El informe también reflejó que los alimentos continúan subiendo por encima del promedio general. En esta oportunidad, tuvieron incremento de precios del 2,7 por ciento. Esto sigue preocupando al gobierno de Alberto Fernández, obsesionado por el impacto que tiene la canasta básica en los sectores de menores ingresos.

Partiendo de que en el primer bimestre el país registró una inflación acumulada del 4,3 por ciento, la estimación optimista pero racional indica que el primer trimestre debería cerrar bastante por debajo de los 10 puntos. Pero claro, hacer proyecciones siempre tiene su cuota de riesgo. Siempre está latente la posibilidad de que surja un imponderable. En este caso, el coronavirus que amenaza con sumir al mundo en una recesión brutal, que reduzca al mínimo el intercambio comercial y, en consecuencia, afecte todavía más el ingreso de dólares a las reservas. Todo tiene que ver con todo.

Por otro lado, nadie puede desconocer en el gobierno nacional que en buena medida la desaceleración inflacionaria está parada en un congelamiento artificial de tarifas. Esa carrera alocada de energía, combustibles, transporte y hasta prepagas fue puesta en pausa por el primer semestre. El calendario avanza y la cuenta regresiva llevará inevitablemente a la toma de decisiones ingratas. Dicho de otro modo: en algún momento habrá que sacarle el cepo a los aumentos tarifarios. Y eso, lógicamente, tendrá su impacto en el bolsillo promedio.

Este es el marco de la discusión paritaria que se sostiene por estas horas en el Ministerio de Hacienda con los sindicatos estatales UPCN, ATE, SOEME, Sitraviap y ATSA. En Banda Ancha, Marisa López reflexionó que lo ideal hubiera sido posponer esa negociación para fines de abril, hasta tener el Presupuesto Nacional 2020 y cerrado el acuerdo con el FMI y los bonistas. Por supuesto los gremios no podrían esperar tanto, porque las bases les hubieran contado las costillas.

Negociar en la incertidumbre, hace que cualquier propuesta salarial sea lo suficientemente buena o mala, según la vara con que se mida. Es un ofrecimiento importante el 16 por ciento promedio para el primer semestre. Nadie puede desconocer el esfuerzo oficial para ir hasta el límite del equilibrio fiscal con esa erogación corriente. Como también es comprensible que los sindicalistas se guarden el derecho de patalear, mientras intentan vislumbrar un horizonte que aún no aparece con suficiente claridad.

No hay vacuna para la "inflavirus". Solo medidas de prevención que los argentinos aprendieron por las malas, a lo largo de las décadas.


JAQUE MATE