Esta semana fue noticia nacional e internacional, por tratarse de una de las automotrices mejor rankeadas a nivel internacional. El presidente de Toyota Argentina, Daniel Herrero, reveló que no conseguían contratar 200 nuevos trabajadores para la planta industrial de Zárate porque los postulantes no tenían secundario completo. Realidad pura y cruda de un problema de largo arrastre, donde el efecto de la pandemia todavía no se vio.

Está claro que la pandemia deterioró el empleo. Según el Ministerio de Trabajo de Nación, durante el primer año de Covid 19 se perdieron 125.000 puestos laborales en todo el país. En ese contexto, que una automotriz tenga planes de expansión fue una muy buena noticia. Que no consiga mano de obra apta, porque a los aspirantes les falta el requisito mínimo de la educación media, revela una situación delicada previa al Coronavirus.

La no terminalidad de los estudios se convirtió en un problema crónico. Cuatro de cada 10 jóvenes argentinos no concluyeron su escuela secundaria según datos del año 2018 de la Universidad Católica Argentina. Lo peor de la crisis económica todavía no llegaba. En el 2019 se aceleró la inflación y la devaluación salvaje. Se disparó el indicador social de pobreza e indigencia. Una cosa fue de la mano de la otra: frente a la vulnerabilidad de las familias, se cortó el vínculo con la escuela.

Pero en 2020 la situación empeoró todavía más. Desde marzo la educación migró a la virtualidad por el confinamiento. El estudiante que tenía computadora y conexión a internet sufrió mucho. El que no tenía estas herramientas directamente se quedó en la periferia, recibiendo como podía una guía por Whatsapp, sin verle la cara a sus docentes durante meses. 
Entonces vino una avalancha de abandonos. 

De acuerdo a la evaluación de continuidad pedagógica del Ministerio de Educación de Nación, en Argentina dejaron la escuela alrededor de 1.100.000 niños, niñas y adolescentes. Es el equivalente al 10 por ciento del total de la matrícula. Colgaron los libros porque obviamente aparecieron otras urgencias en sus vidas. La brecha entre unos y otros, que siempre fue tremenda, se volvió abismal.

Todo esto todavía no se vio reflejado en el mercado laboral. Es pronto aún. Pero más temprano que tarde se manifestará la nueva grieta. Será un fenómeno de estudio. Algún especialista bautizará a la generación Covid 19 de alguna manera para referirse a ese salto formativo. A los que se cayeron fuera del sistema. A los que se titularon a duras penas, con una fracción de los saberes que originalmente se aprendían en tiempos normales.

El problema de Toyota es previo a todo esto. Rebotar solicitudes laborales porque los aspirantes no tenían el secundario completo, es arrastre de años anteriores, cuando la situación era bastante mejor que lo que vino después. El caso testigo de esta automotriz preocupa porque no es aislado. Esa división entre los jóvenes que terminaron sus estudios y los que no pudieron hacerlo se convirtió en un verdugo. De esa desigualdad de base solo puede salir una sociedad más fracturada, con más excluidos.

Afortunadamente el primer reflejo del gobierno nacional no fue barrer la mugre debajo de la alfombra. Habló inmediatamente el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas. Reconoció que esto que pasó en Toyota 'muestra los problemas que tenemos que ir superando'. Y luego sumó una serie de obviedades como que hay un desafío enorme por delante, para encarar con el Ministerio de Educación. Dijo que hay que lograr la inserción laboral de los más jóvenes y que por eso se lanzó el plan 'Te Sumo', donde el Estado alivia el pago de salarios de este segmento.

Todo bien. Pero si el joven no califica para el puesto, no habrá estímulo que valga. El empleador terminará resolviendo su problema porque en algún momento hallará el recurso humano calificado. Pero habrá miles de personas excluidas desde el arranque, viendo pasar las oportunidades que no tuvieron.

En privado, las autoridades del Ministerio de Educación de San Juan reconocen una enorme preocupación. No había un manual escolar para tiempos de pandemia. Se actuó sobre la marcha. Se reaccionó como se pudo. La magnitud del daño causado en el proceso de enseñanza y aprendizaje posiblemente todavía nadie pueda conocerla en su real dimensión. 

En 2020 hubo egresados de nivel secundario que obtuvieron su título habiendo aprendido contenidos priorizados entre los contenidos prioritarios. ¿Qué significa este trabalenguas? Que aprendieron solo una parte de lo más importante. El resto quedará para googlear más adelante, cuando la vida los ponga en la necesidad.

Algunos, los menos, pudieron ingresar a alguna carrera universitaria. Se firmó un convenio con la Nacional de San Juan y la Católica de Cuyo para acompañar a los estudiantes nuevos en los contenidos más flojos. Pero la mayoría de la generación no seguirá estudios superiores. Terminó su formación en esa escuela secundaria que se resolvió por mensajitos de Whatsapp. 

Este año habrá una leve mejora en la evaluación porque a diferencia de 2020, se pedirá un porcentaje mínimo de saberes incorporados. Pero igualmente estará muy alejado de los exámenes que alguna vez se rindieron en tiempos pre-Covid 19.

¿Qué aprendieron los chicos en 2020? De todo un poco. Educación consideró todos los saberes que tienen que ver con la cotidianidad, incluso aquellos que no transmitió el docente sino que se incorporaron desde la misma familia. Por ejemplo destrezas manuales. Cosas que sirven para la vida. Fue lo posible en un escenario jamás imaginado. Una pandemia que irrumpió intempestivamente y puso a los pedagogos a crear, experimentar, corregir y volver a empezar. Es la otra secuela grave del Covid 19.


JAQUE MATE